[dropcap]L[/dropcap]os restos mortales del expresidente del Gobierno Adolfo Suárez ya reposan en la catedral de Ávila. Las muestras de condolencia por su muerte se han sucedido por todo el país, independientemente de su naturaleza.
Unas bienintencionadas y sentidas. Otras, quizá no tanto, sólo buscaban el momento para salir en la foto o en la tele. Y no sólo los políticos. Pero nuestros políticos han vuelto a dar una muestra de su categoría, tirándose en plancha sobre el féretro del expresidente del Gobierno con lágrimas, unas más sentidas, y las más, de cocodrilo.
[pull_quote_left]Los mismos que en su día le dieron la espalda, que fueron todos, se han ido abalanzando ahora sobre sus restos para salir en la foto o en la tele con caras de afectación[/pull_quote_left]De Mas ni hablamos. Los demás, sean del partido que sean, desempolvaron la corbata negra reservada para estas ocasiones, acudieron a la capilla ardiente con gesto grave y pusieron voz solemne para decir lo mucho que el fallecido había hecho por la democracia, que si su talante, que si su sonrisa, que si le debemos lo que somos, que si el consenso. Ya te digo.
Los mismos que en su día le dieron la espalda, que fueron todos los de las corbatas negras, el gesto de gravedad y la voz solemne (incluso los de su propio partido) se han ido abalanzando ahora sobre sus restos para salir en la foto o en la tele con caras de afectación, para estar a la altura de un acontecimiento planetario, y arrimar, cómo no, su vitola de centro a su sardina.
En vida acabaron negándole hasta el saludo y una vez muerto le llevan flores (también en forma de panegíricos) y le ‘regalamos’ un aeropuerto. Esto es demasié.
Si Suárez levantara la cabeza.