[dropcap]S[/dropcap]iempre hubo cazadores, esto es cierto, por ejemplo de mamuts, de osos, y hasta de leones. Pero esto solo define al hombre cazador.
Ahora bien, lo que mejor y de manera más concreta define a la «jauría humana» es la «caza del hombre», que ha adquirido distintos formatos en el transcurso de la historia y en las distintas culturas, pero que siempre reúne a un grupo de orates obnubilados por la psicología de masas, según la entendía Le Bon (médico, antropólogo, y sociólogo, el cual dicen inspiró a Hitler), y que sostenía «científicamente» que la masa humana es contagiosa, y que el fanático dentro de ella se siente omnipotente, a salvo de todo, irresponsable e impune por el anonimato, tan impune como un rey de los nuestros.
Deja de ser un «yo» para degenerar en un «nosotros», sobre todo en esos momentos en que la masa se pone de acuerdo, es decir, se contagia su odio y se lanza a la caza del hombre como un cardumen de pirañas. Todos contra uno en un ejemplo claro de cobardía alentada por la manada.
Ni que decir tiene que esta «psicología de masas» de Le Bon, tan científica, es una psicología para uso de mentecatos.
Así, la caza del judío es uno de esos ejemplos históricos y recurrentes que se recicla en cada época, para lo cual lo primero y prioritario es deshumanizar y privar de dignidad (humana) al objeto de la caza.
Recordemos que aún en nuestra tierna infancia (y de eso no hace tanto tiempo en términos históricos), al que por cualquier causa escupía, incluso en exteriores y al suelo, se le motejaba automáticamente, inconscientemente, de «judío», o se le decía a modo de reconvención: «no seas judío».
¿De dónde venía este automatismo (tan poco inocente) de nuestra más tierna infancia? Esa es la cuestión.
El sistema no ha cambiado: primero viene la denuncia falsa y luego la persecución.
El padre Fray Francisco de Torrejoncillo (del que Caro Baroja decía que era un energúmeno de estos que da la tierra) escribió un libro, monumento al racismo más rastrero y al antisemitismo más feroz, titulado: «Centinela contra judíos puesta en la torre de la iglesia de Dios», donde entre otras idioteces de grueso calibre decía que los judíos tienen un «rabillo» (en la rabadilla) a modo de cola, y que de ahí viene el término de «rabí», título que como sabemos confiere dignidad equivalente a «maestro», y con el que a veces se dirigían sus discípulos, en señal de respeto, a Jesús de Nazaret, que por cierto era judío y por tanto pertenecía al grupo étnico que con tanto odio racial describe el clérigo ultra en cuestión. Hoy votaría a VOX.
Esta línea de trabajo fue luego retomada por los nazis y por todos aquellos fascismos que sostenían sus acciones criminales con aquella pantomima de la conspiración judeo-masónica, una de cuyas más célebres falsificaciones son los protocolos de los sabios de Sión, como es sabido.
Y aquí también tenemos, en esta rama del antisemitismo que falsifica documentos, antecedentes históricos patrios bastante vergonzantes que ayudaron a crear escuela: recordemos al cardenal Silíceo y los estatutos de limpieza de sangre, una forma de racismo burocratizado. El tal cardenal Guijarro (que este era su auténtico nombre), no solo era racista, sino que, según parece, también era falsificador.
El sistema no ha cambiado: primero viene la denuncia falsa y luego la persecución.
Otro ejemplo paradigmático y muy visual de lo que decimos (la caza del hombre) es ese grupo de esclavistas sureños que con sus perros persigue al esclavo huido, hasta alcanzarlo y en algunos casos lincharlo, tal y como hemos visto en tantas películas, hechos que lamentablemente no pertenecen solo al mundo de la ficción.
Y ya que hablamos de la América profunda, con el título de «La jauría humana» precisamente, tenemos una magnífica película de Arthur Penn.
Un ejemplo más lo encontraríamos en esos regímenes totalitarios del estalinismo, triunfante en su día y hoy ya caduco, con su «caza al disidente», al que pensaba distinto, al que se salía de la norma y el uniforme, y que muchas veces acababa ejecutado o en un Gulag.
Existe también, aún en nuestro tiempo, y ayudado por los medios de comunicación de masas y las «redes», una especie de «racismo político» y una «caza del hombre» en consonancia con él
Resulta deprimente que algunos de estos estalinismos de antaño hayan sido reciclados hoy en forma de neofascismos posmodernos o mafias criminales, en vez de democracias homologadas. Es conocido que estos regímenes novedosos que tanto nos recuerdan al pasado, utilizan mucho el veneno para librarse de opositores y periodistas.
Otros sátrapas orientales, enemigos jurados de los derechos humanos (algunos de ellos dan cobijo a nuestros reyes eméritos) lo que hacen es descuartizarlos. Nos referimos a los periodistas.
O ya definido expresamente como «caza de brujas» (resucitando así un espíritu medieval) es ejemplo también de «caza del hombre» el acoso y persecución de los ciudadanos progresistas o de izquierdas en los tiempos oscuros del senador Mc Carthy, y todo ello en nombre de un extraño y deforme liberalismo americano que suprimió la libertad de conciencia.
En otros casos lo que vemos es la «caza al extranjero» o al inmigrante, alimentada por la xenofobia, muy en boga hoy en día, incluso en un ámbito como el europeo, que se las da de culto y civilizado, y que lo único que hace es dar pasos de cangrejo.
Léase el capítulo «Malditos rumanos» que en clave tragicómica escribió Umberto Eco y que recoge en su libro «De la estupidez a la locura”. Ese capítulo nos va también a nosotros como un guante.
Pero existe también, aún en nuestro tiempo, y ayudado por los medios de comunicación de masas y las «redes», una especie de «racismo político» y una «caza del hombre» en consonancia con él.
Deberíamos preguntarnos si el acoso permanente contra PODEMOS y contra algunos de sus líderes, como Pablo Iglesias, sin parangón dentro de lo que es la confrontación política habitual, utilizando para ello los insultos más infames, las denuncias falsas, las amenazas de muerte, y las «cloacas del Estado», constituye un ejemplo más de esto que venimos diciendo: racismo político y caza del hombre.
Lo cual da una idea bastante exacta de la naturaleza de nuestro régimen. Régimen que por cierto ya empieza a causar estupor y a levantar sospechas a nivel internacional.
No se dice -como en el caso de los judíos- que Pablo Iglesias tiene «rabillo», pero sí hay cierta manía obsesiva con su coleta. Y no se dice -como en el caso de los judíos- que despide cierto olor especial, pero sí que viste mal (según ciertos cánones o estereotipos). Y también -y esto sin duda es muy importante- que tiene chepa, o sea cifosis dorsal, como tantos españoles de misa diaria.
Sobra decir que quien hace del aspecto exterior y del modo de vestir un argumento político, es que anda escaso de ellos, de neuronas, y de futuro.
Incluso vemos a esta raza de héroes aplicados obsesivamente a insultar a Pablo Echenique, en Twitter, por su condición de usuario de silla de ruedas.
Poca épica cabe esperar de estos superhombres nietzscheanos que lo único que van a conquistar (o reconquistar) es el título de descerebrados.
Cabe suponer que si estos tales llegan alguna vez al poder lo primero que harán, antes de llevarse el dinero, será un campo de concentración (o Gulag) para los españoles que tengan cifosis (¿escoliosis también?) y otro para los usuarios de sillas de ruedas. Uno de esta barra (con banderita) decía recientemente en Twitter que había que matarlo (a Pablo Iglesias), y otro manifestándose contra las restricciones que intentan frenar la pandemia, gritaba fuera de sí: «Puto demócrata»… «Viva Hitler».
Sin duda un liberal.
¡Cosas de Twitter! se dirá.
Pero ojo: conviene que los demócratas estemos alerta porque así se empieza.
Era lógico esperar que tras un dilatado periodo de tiempo falseando el concepto de «libertad» (vía neoliberalismo), algunos acabaran calificando como «liberticidas» las medidas de salud pública que intentan el control de la pandemia.
Y también cabía esperar que volveríamos a repetir nuestro grito ancestral: «Viva las cadenas», ahora en forma de un «Viva los reyes corruptos e inviolables».
Se veía venir.
Cada vez se proponen con más descaro fórmulas alternativas a la democracia: tal que dictablandas, golpes de Estado suaves, tecnocracias, epistemocracias, gobierno de sabios… Conviene por tanto no dormirse en la inopia si queremos vivir en un régimen democrático.
Después de tantas denuncias falsas contra PODEMOS. Después de un rey huido para no ser investigado, o lo que es aún peor, al que no se puede investigar. Después de unas cloacas del Estado dedicadas a ocultar los delitos de sus jefes, y a perjudicar con denuncias falsas a la oposición. Después de tantos toqueteos por detrás a los jueces del Tribunal Supremo (según afirmaba con total seguridad o conocimiento de causa el senador Cosidó, del PP)… cierta justicia española, y por extensión cierto régimen, que no debemos confundir con una democracia homologada ni con una justicia honesta e independiente, se juegan el desprestigio ya definitivo y a nivel internacional si en esta obsesión que tienen con Pablo Iglesias y con PODEMOS (un ejemplo más de la caza del hombre) vuelven a pinchar en hueso, porque puede ocurrir, una vez más, que vayan por lana y salgan trasquilados.
O no.
El tiempo lo dirá.
Vivimos tiempos raros, tiempos difíciles.
Cada vez se proponen con más descaro fórmulas alternativas a la democracia: tal que dictablandas, golpes de Estado suaves, tecnocracias, epistemocracias, gobierno de sabios… Conviene por tanto no dormirse en la inopia si queremos vivir en un régimen democrático.
En cualquier caso, visto el panorama involutivo que nos invade, resulta útil y de saludable lectura el capítulo «Distintas formas de racismo» del ya mencionado libro de Umberto Eco (experto en pasos de cangrejo): «De la estupidez a la locura / Crónicas para el futuro que nos espera».
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