[dropcap]E[/dropcap]l 17 de octubre de 1920 veía la luz por primera vez Miguel Delibes en el número 12 de la Acera de Recoletos, frente al Campo Grande, el gran pulmón de su Valladolid natal. El inolvidable escritor hubiera cumplido este sábado cien años, pero el 12 de marzo de 2010, hace ahora una década, el cáncer con el que había convivido desde 1998 acabó con su vida.
César Combarros / ICAL. Él ya no está, pero su legado es inmenso e inabarcable. “Aunque los críticos y académicos se empeñan en encasillarlo, como si fuera escritor de un solo estilo, Delibes es un escritor de obra muy variada, de novelas arriesgadas, sólidas en cuanto a temáticas, ambientes y personajes. Literariamente, es toda una biblioteca”, señala el escritor y editor Adolfo García Ortega. Él, junto a compañeros de oficio castellanos y leoneses como Andrés Trapiello, Gustavo Martín Garzo, Elena Santiago o Álex Grijelmo, recuerdan para Ical la profunda huella que dejó el vallisoletano a través de su vasta obra.
Pese a la “grandísima habilidad” que tenía para “urdir historias” Trapiello subraya que, de Delibes, él se quedaría con los libros sobre naturaleza, “porque con su mirada sobre la naturaleza en los libros de caza, de pesca o simplemente de paseante o campestre, consiguió hacer una cosa que prácticamente no había hecho nadie en la literatura española: humanizar el paisaje, humanizar el campo”.
“Azorín o Gabriel Miró fueron también grandes paisajistas, pero sus pinturas son un tanto abstractas, muy buenas pero vacías y un tanto metafísicas. La de Miguel Delibes es siempre una naturaleza humanizada, con gente, con dramas, con alegrías y con un temblor humano muy muy importante. Eso es algo que nadie antes de él había hecho de una manera tan acabada, tan conseguida”, reseña.
Martín Garzo coincide con él en recalcar la férrea “defensa del corazón humano” que ejerció Delibes en su narrativa, presidida a su juicio por una “pasión por lo humano” pero “siempre como algo vinculado al mundo, no desgajado del mundo natural sino integrado en él”. Además de la “dimensión humana de todos sus personajes”, ensalza el “sentimiento de responsabilidad” que les envuelve siempre respecto al mundo en el que habitan.
“Hay aspectos muy claros en la obra de Delibes, como su compromiso con la naturaleza y su defensa frente a los destrozos que le puede estar causando el hombre con el supuesto progreso, algo que en su momento nadie denunciaba y de lo que él fue siempre muy consciente. Pero más allá de todo eso yo creo que el principal legado de su obra es haber sido capaz de transmitir verdad en todo lo que contó, sobre todo en sus grandes libros”, destaca.
También abunda en ello García Ortega, para quien el “vínculo entre literatura y naturaleza” tan presente en la obra delibeana “se traduce en un profundo conocimiento del ser humano y en un respeto cara a cara hacia el contexto natural en que el ser humano vive”. “Este legado es innegable y reconocido, pero yo añadiría también un legado de gran literatura, que es de ocupar por entero el hueco de la literatura española en los tiempos franquistas, en los que la literatura española era un erial absoluto. Más que Cela, Delibes es el gran escritor español de la segunda mitad del siglo XX, el que se puede medir con la literatura europea, una especie de Víctor Hugo hispano. Su legado es de grandeza, resaltada por su modestia personal”, sentencia.
Grijelmo, por su parte, confiesa que se quedaría con “el retrato que Delibes ofrece de una Castilla que sufre en su propia autenticidad, una Castilla digna y austera, refugiada con orgullo en sus tradiciones y en su lenguaje”. Apasionado lingüista, el burgalés subraya que a todo eso se une “sin quiebra” su “defensa de un vocabulario rico, preciso y especializado que ahora se va perdiendo”: “Delibes llenó sus novelas de palabras que en otro tiempo estuvieron muy vivas, y que ahora languidecen. Me gusta imaginar que esos vocablos se han escondido en sus libros esperando que los ojos del lector los despierten de golpe y salten a su corazón. Quizás no los entienda ya, pero tal vez su belleza le lleve a consultar un diccionario para mirar dentro de esas palabras y percibir su auténtica dimensión”, relata.
Y es Elena Santiago quien va más allá de lo literario para recordar que era un hombre “hondo en sus escritos pero también en sus amistades, y a la vez muy tranquilo, muy cercano, muy cálido…”. “Ha sido y será una persona muy especial, porque nadie lo vamos a olvidar. Es fundamental recordarle y más en un momento como el actual, en el cual estamos todos fuera del camino y no acabamos de encontrar la senda”, reflexiona.
De su obra, destaca su exquisita “precisión” y su “total naturalidad”. “Al leerle o al tenerlo cerca y escucharle, lo llenaba todo; y siempre te escuchaba y te orientaba si lo necesitabas. Hay personas que no pueden morirse porque son absolutamente necesarias para este mundo, y él era una de ellas”, evoca.
La obra que les marcó
Cuestionados sobre la obra delibeana que más les ha aportado a título personal, las respuestas son muy diversas, fiel reflejo de la riqueza del legado del autor. Martín Garzo no tiene “ninguna duda” en apuntar a ‘Las ratas’ (1962) como su “libro preferido” de su paisano, ya que a su juicio ese título condensa como ningún otro todo lo que para él es importante en Delibes. “Siempre que se habla de Delibes se piensa en un escritor realista, que cuenta historias que tienen que ver con el mundo que él conoció y vivió, pero yo creo que en él siempre hay clarísimamente una dimensión poética, que a mí es lo que más me interesa”, desliza.
“Delibes construyó personajes como El Nini, que son capaces de recuperar esa continuidad perdida que el hombre ha tenido con el mundo natural, de entenderlo y de participar en él de esa forma tan especial, que está relacionada de forma directa con la creación casi en un sentido bíblico. Él plasma esa idea del mundo como creación, y el hombre forma parte de esa creación, la disfruta, vive en ella y la comparte. Es una capacidad que tiene un personaje como El Nini y varios otros en su obra, como el protagonista de ‘Las guerras de nuestros antepasados’ (1975), como los niños de ‘El camino’ (1950), como el Lorenzo de ‘Diario de un cazador’ (1955) o ‘Diario de un emigrante’ (1958), que no han perdido esa comunicación con el mundo y participan del mundo como creación”, analiza.
Para Martín Garzo, “todo el mundo considera que la obra de Delibes es realista, pero tiene una dimensión poética indiscutible”. “A mí es lo que más me gusta de Delibes es esa idea del mundo como totalidad, incluso como una especie de paraíso perdido que sin embargo de alguna manera se hace presente en tantos momentos de sus historias”, relata.
En torno a la poética de Delibes también se pronuncia Trapiello, que confiesa que en su formación fue básica ‘La hoja roja’ (1959), ya que fue una de las primeras novelas que leyó. “Es una novela muy realista, muy barojiana, y me gusta especialmente porque tiene toda ella un hálito poético muy bonito. Es una novela muy posguerra, muy dura, pero tiene un aliento, una melancolía muy poética que llama la atención en Delibes, que no es un escritor ‘poético’ en absoluto”. El escritor y editor leonés destaca asimismo la alta estima que le merecen otras novelas como ‘Los santos inocentes’ (1981) u obras que también le interesan “muchísimo” como ‘Viejas historias de Castilla la Vieja’ (1964), ‘Diario de un cazador’ o ‘La caza de la perdiz roja’ (1963).
Elena Santiago se queda también con el profundo impacto que le produjo lo primero que leyó de Delibes, que en su caso fue ‘El camino’ (1950), un libro sobre el que recuerda con nitidez cómo la removió por dentro: “Me levantó de la silla y me hizo decir: ‘Así hay que escribir’”. “Antes yo no sabía de él y aquel descubrimiento fue como una revelación. Cada libro en su momento, con sus personajes y su particular estilo, me ha llenado, pero si tuviera que quedarme con uno solo me quedaría con el primero, porque fue un impacto muy grande”.
Por su parte, Álex Grijelmo alude de inmediato a un libro que le “conmovió” y que “ha influido muchísimo” en su manera de pensar, aunque “no figura entre los que se suelen mencionar como los más elogiados de Delibes”. Se trata de ‘El disputado voto del señor Cayo’ (1978). “Me gusta esa superioridad involuntaria y sutil que se acaba demostrando en quien se supone que es un analfabeto. Unos candidatos van a explicarle al señor Cayo cómo es la vida, y resulta que el señor Cayo se la explica a ellos. En una situación de emergencia en plena naturaleza en la que se vieran envueltos todos ellos, solamente el señor Cayo sobreviviría. Me imagino aislados ahora por la pandemia a aquellos candidatos y a aquel buen hombre en ese pueblo de la novela, sin más vecinos que los allí descritos. Únicamente el señor Cayo sería autosuficiente. Los otros tendrían que preguntarle todo para sobrevivir”, remacha.
Por último, García Ortega confiesa que “es muy difícil elegir un solo libro”, por lo cual, y “haciendo un esfuerzo”, elegiría dos: el primero y el último, ‘La sombra del ciprés es alargada’ (1948) y ‘El hereje’ (1998), que enmarcan medio siglo dedicado en cuerpo y alma a la literatura. “El primero porque inaugura la novela española contemporánea, y el segundo porque, abordando una novela histórica con deslumbrante originalidad, demuestra un dominio extremo del lenguaje y recrea el espíritu y la vida de una época. En ‘El hereje’ está reunida toda la sabiduría novelística de Delibes, ya presagiada en ‘La sombra del ciprés es alargada’”, concluye.