[dropcap]D[/dropcap]urante el verano del 94 me vino el recuerdo del cuento que siempre contaba mi padre a la hora de la siesta. Era el único que sabía e ignoro de donde lo sacó.
Me decidí a escribirlo, procurando ceñirme a las mismas palabras que escuché una y otra vez. Mi padre lo contaba a la antigua usanza, basándose en la memoria y no en papel escrito. Era como aquellos cuentos que se oían por la radio y que los niños escuchábamos embelesados, sin cansarnos nunca de escuchar lo mismo. Y pienso que podía haber sido como aquellos cuentacuentos y juglares medievales que ejercían su oficio sin artificios, o como las «coplas de ciego», o como los «cicerones» de monumentos, que repiten y repiten uniformemente y sin cambiar de entonación aquello que han aprendido de memoria.
Después de tenerlo escrito mis hermanos corroboraron mi redacción. Lo imprimí por mi cuenta, en papel amarillento y formato en octavo, para regalo de parientes y amigos. Fue el primero de una serie de cuentos y relatos originales, que espero poder ofrecer a mis lectores algún día.
El cuento de mi padre se llama «Catorcena«. He indagado sobre su origen, pero sin resultado positivo. Supe de una tradición, con dicho nombre, que cumplen anualmente las catorce parroquias históricas de Segovia en relación con una leyenda del siglo XV. Me la relató el R. P. Santos San Cristóbal, canónigo de la catedral de Mondoñedo, que me aclaró que no tenía nada que ver con el cuento.
También pregunté a Jesús Sánchez Ruipérez, experto conocedor del tema, que me indicó que quizás tuviese su origen entre los famosos cuentos de Calleja, pero que no estaba seguro.
Y vamos ya con el cuento. Como es un poco largo lo he dividido en dos partes, que espero os resulten amenas.
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CATORCENA (Cuento anónimo)
Érase una vez un hombre que tenía catorce hijos y no bastante para darles de comer. Todos los días decía:
– ¡»Ay, Dios mío!. ¿Por qué me has dado tantos hijos? ¡Si tuviera uno sólo que bien viviría yo!».
Y Dios le oyó y le castigó. De unas pestilencias murieron 13 de sus hijos, que se fueron con Él al cielo. Le dijo Dios al hombre:
– «Pues éste que te dejo valdrá por los catorce. Tendrá la fuerza de todos ellos y más aún, pero en castigo por quejarte tanto… fíjate bien… ¡Comerá también por los catorce!«.
Y así ocurrió, por lo cual su padre sobrenombró al hijo superviviente Catorcena. Era de ver como era de listo y de fuerte. ¡Como catorce juntos! Pero también era de ver como comía, arruinando con su hambre siempre voraz todo lo que entre él y su padre ganaban con su sudor.
Llegó una época de gran sequía; la tierra no daba bastante para alimentar a las familias… Menos aún a aquél estómago insaciable…
Por lo cual un día le dijo su padre a Catorcena:
– «Hijo, siento en el alma decirte esto, pero así no podemos seguir. No podemos repartir la poca comida que ganamos, entre quince… Te tienes que marchar y buscar la vida como puedas; con la ayuda de Dios saldrás adelante…».
……………
Catorcena dejó al día siguiente el hogar paterno, llevando como único equipaje lo puesto y un rosario de su difunta madre.
Andando, andando, llegó un día a un pueblo donde preguntó por algún trabajo. «El único que te lo puede dar es el señor cura» -le dijeron.
Puestos al habla, convinieron –a propuesta de Catorcena— que le pagase lo razonable y que, además, le diesen de comer según lo que trabajase…
Pronto se dio cuenta el señor cura de la que le había caído encima. Desde luego, nunca la iglesia, ni el huerto, ni la casa, habían estado tan ordenados ni tan limpios, pero… a la hora de sentarse a la mesa, aquello parecía un pozo sin fondo. Rápidamente la despensa se fue agotando, así como los frutales y toda la huerta
Entonces, una noche el señor cura caviló de qué forma librarse de Catorcena, encargándole algún trabajo irrealizable.
……………
A la mañana siguiente le dijo:
– «Mira, Catorcena. Coge ese carro; te vas al monte y me lo llenas de leña para el invierno. ¡Pero no vuelvas a esta casa si no lo tienes lleno antes del mediodía!».
– «No se preocupe, señor cura, que así lo haré».
Fuese Catorcena con el carro y los dos bueyes al bosque, sin pensar en las dificultades. Porque era imposible que un solo hombre recogiese tanta leña en una mañana.
Pero Catorcena no era un hombre cualquiera… Cogió el hacha y, con su fuerza descomunal, a cada golpe derribaba un árbol, que agarraba entero entre sus brazos y lo colocaba, sin más, sobre el carro…
Tantos y tantos cargó…, que los pobres animales no podían ni moverlo. Y Catorcena pensó: –«Si no vuelvo con los bueyes, seguro que D. Fructuoso –que así se llamaba el señor cura– me despide».
Por lo cual, ni corto ni perezoso, ató a los bueyes sobre los árboles cortados y, metiéndose debajo del carro, levantó todo como si tal cosa. Y así se fue con ello hasta el pueblo.
– «Pero… ¡Animal! ¡Bruto! ¿Cómo has podido tú sólo con toda esa carga? ¿Qué vamos a hacer con ella? ¿Y estos pobres bueyes? ¡Si me los has reventado! -dijo el cura.
– «Vd. me dijo que trajese el carro lleno antes del mediodía y yo he cumplido. ¡Ahora saque la comida, que tengo hambre…!
Horrorizado, el señor cura sacó lo que había, que rápidamente pasó a la tripa de Catorcena.
………………….
A la mañana siguiente el cura dijo:
– Catorcena, hoy te vas a bajar al infierno de Pedro Botero, y le dices de mi parte que te llene este caldero de monedas de oro. ¡Y que no se te ocurra volver de vacío!
– Pero…
– ¡No hay pero que valga! ¡O lo traes lleno de oro, o no vuelvas!
………………….
(Continuará)
1 comentario en «El cuento de mi padre: Catorcena»
y la segunda parte???