[dropcap]C[/dropcap]uando se haga la historia de este periodo difícil, uno de los hechos más reseñables en el ámbito político será la enorme presión (y lo que le queda) a la que estuvo sometido este gobierno desde el principio, o incluso antes de nacer. Presión que rozó en demasiadas ocasiones el golpismo declarativo y propuesto (una tradición con solera en nuestro país, con su última escala conocida el 23F), sin que los que habitualmente se declaran demócratas, defensores de la Constitución y el estado de derecho, dijeran nada al respecto. Mudos de solemnidad.
Que no iba a ser fácil era obvio porque, contrariando la tendencia impuesta en nuestro país y gran parte de Europa durante las últimas décadas para hacer del neoliberalismo un pensamiento único sin posibilidad de disidencia, y a instancias del desastre y la triste realidad que ese modelo trajo consigo (no solo en forma de estafa financiera global, desigualdad extrema y pobreza creciente, pero también en forma de ruina y decadencia de la democracia, malograda y vaciada de contenido por una plutocracia omnipotente que quita y pone gobiernos, y escribe o borra Constituciones), las reacciones para la supervivencia y el rescate de la democracia y el Estado de derecho no se hicieron esperar, no solo en nuestro país a través del 15M sino también en otros muchos países de nuestro entorno a través de movimientos análogos. Movimientos que, al parecer, y por motivos obvios, van a tener más larga vida y presumiblemente más éxito que el mayo del 68, por poner un ejemplo de movimiento tipo “bengala”, fulminante pero breve.
Ahora las corrientes subterráneas son mucho más poderosas porque la deriva descontrolada de los hechos nos ha llevado a un callejón sin salida, y como la Historia no para (por mucho que lo asegure Fukuyama) intenta abrirse paso por otros cauces más benignos y razonables. Fracasado el modelo neoliberal, que nos ha llevado a una desestructuración de la sociedad, pero también a un cambio climático de consecuencias imprevisibles, se buscan nuevos modelos. Y así vemos que Europa, asustada de este desastre, rebusca en sus fuentes socialdemócratas de las que bebieron varias generaciones.
Figura principal y guía espiritual de este proceso involutivo, caso notable de conversión al neoliberalismo, y sin falta recompensado por ello por los poderes económicos a los que ha servido, es el de Felipe González
A pesar de estos movimientos tectónicos tan evidentes, pronto estuvo claro quién entendía ese momento histórico y apoyaba esa reacción lógica y saludable, y quienes no, habituados ya y entregados de lleno a un proceso involutivo de pérdida de derechos y conquistas sociales, proceso en el que varios de los llamados partidos «socialistas» han tenido un papel protagonista, no solo mediante una participación descarada en los procesos de corrupción política y económica que el paradigma neoliberal conlleva (saqueo de los servicios públicos, puertas giratorias, cesión de soberanía y demás), sino abanderando y promoviendo mediante técnicas populistas y de intervención de medios ese vuelco ideológico desde un centro socialdemócrata hacia un radicalismo (neoliberal) incompatible con la ética socialista o incluso democrática.
Partidos como el PASOK o el PSOE se fueron alejando así de sus bases y perdieron atractivo ante el electorado, hasta casi desaparecer en muchos casos. Pero también, extraviadas todas sus referencias éticas y adocenados, o incluso incorporados a Consejos de administración de grandes corporaciones capitalistas o financieras en pago a sus favores políticos, plantaron cara de perro e intentaron obstruir y boicotear cualquier intento de reforma, calificando cualquier tipo de mejora en este sentido como un ataque a la Constitución y al Régimen.
Figura principal y guía espiritual de este proceso involutivo, caso notable de conversión al neoliberalismo, y sin falta recompensado por ello por los poderes económicos a los que ha servido, es el de Felipe González que impulsando ese movimiento al menos ha reconocido el hecho y su adhesión a esa ideología radical, ya desde los años 80, con su declarada admiración de Margaret Thatcher y su obra, que recordemos, fue una obra extremista.
(Es curioso como hay una notable variedad de interpretaciones sobre lo que es el «centro moderado». Para mí -y allá cada cual- es absurdo situar en ese espacio político las propuestas neoliberales, que han ocasionado un desastre (incluido el cambio climático) proporcional a su extremismo).
Es sabido también que la admiración de este socialista “posmoderno” por esa revolución reaccionaria (valga el oxímoron) no se detuvo en el plano teórico, sino que fue el principal introductor en nuestro país de los contratos basura, dando un impulso definitivo a una pérdida de derechos laborales que ni siquiera la derecha se atrevía a acometer sin un cierto sonrojo.
El carácter netamente populista de este dirigente socialista, sus alianzas en beneficio mutuo con los nacionalistas corruptos como Pujol (acuerdo tácito en la ocultación de la corrupción), facilitaron la operación, y pudo realizar a sus anchas el trabajo sucio de la derecha, que es donde más lo echan de menos.
El paisaje de deterioro social, laboral, y de derechos, resultante, es conocido por todos. De hecho, a resultas de todo aquello somos campeones en niveles de paro, temporalidad y precariedad laboral, pobreza extrema y desigualdad, y demás lacras ya endémicas en nuestro país.
Como consecuencia nuestra sanidad está hoy en ruina, y lo está en el peor momento.
Muchos de los actuales barones socialistas (Page, Lambán, Susana Díaz, etcétera) no son más que flecos de esa decadencia socialista y secuelas de esa involución reaccionaria.
El éxito de Sánchez parte de ese fracaso, toma impulso en la ruina de su partido, poco creíble a partir de ese momento como propuesta socialdemócrata, y en sus horas más bajas. Y se alimenta de la idea y del proyecto de renovación para recuperar las prácticas de la socialdemocracia progresista.
No es necesario recordar los aspectos épicos de su intento, que logró plasmarse en el acceso a la dirección de su partido con todo en contra (no sin que mediaran zancadillas, trampas, y hasta golpes cuartelarios por parte de sus oponentes del aparato), pero logrando el apoyo decisivo de las bases, que es lo que cuenta.
Y al final también, en un esfuerzo agónico, el acceso a la presidencia del gobierno.
Ha tenido que afrontar no solo una pandemia brutal, sino las consecuencias ruinosas del austericidio implementado por sus antecesores
En consecuencia, nadie puede negar a este político la oportunidad y diligencia necesaria para interpretar el momento histórico, no solo en lo que se refiere a su partido, sino por extensión en lo que se refiere a todo el país. Es claro que el hartazgo de la militancia socialista no era sino el reflejo de un hartazgo mucho más amplio y que afectaba a gran parte de la ciudadanía.
Pero también ha demostrado coraje para enfrentar los obstáculos, que no han sido pocos y (no es necesario decirlo en medio de una pandemia) de gran envergadura.
Ha tenido que afrontar no solo una pandemia brutal, sino las consecuencias ruinosas del austericidio implementado por sus antecesores, que primero impusieron el programa neoliberal, y luego como vieron que el paciente se les iba, aplicaron el austericidio, torpes hasta el final.
Mal y remedio con un mismo origen. Primero hago el estropicio, y luego hago como que lo arreglo.
En suma, todo se ha juntado en una especie de tormenta perfecta para dar la bienvenida a su gobierno de coalición, otra novedad. Si sale con éxito de esta encrucijada, el mérito será doble.
Ha habido momentos de debilidad, en que parecía que iba a ceder ante la presión constante de los poderes fácticos (que era básicamente el modus operandi de sus antecesores en el PSOE), y acercarse a uno de los instrumentos improvisados de esos poderes, como es el caso de Ciudadanos, circunstancia que ni sus bases ni su electorado habrían entendido.
Ha tenido también dudas en la manera de encarar una evidencia que no tiene un pase en democracia, como es el caso de la corrupción de la Institución monárquica, la cual ha puesto la jefatura del Estado al servicio de su propio beneficio personal.
Nos recuerda esta institución en sus comportamientos poco ejemplares a Franco y el asunto de Meirás (de hecho, una jefatura del Estado procede de la otra), símbolo de toda una era de abusos y expolios. Todo muy rancio y con escaso futuro. Y esto parece que los nuevos dirigentes del PSOE lo saben.
De alguna forma el tándem PSOE-PODEMOS, o si se prefiere el tándem Sánchez-Pablo Iglesias, en permanente equilibrio inestable y de una mala salud a prueba de bomba, nos recuerda a aquella útil combinatoria que ante momentos de despiste y desorientación señalaba al emperador romano aquello tan práctico y empírico de: «Recuerda que eres mortal».
Que traducido del latín del imperio al momento presente de intento de reformas, equivale a: recuerda por qué y para qué estás aquí.
Y no sé si en este o en otro orden de cosas, sería oportuno y muy útil escuchar la voz lúcida de Iñaki Gabilondo, que en medio del ruido sincrónico del coro siempre da luz a una reflexión personal. (La voz de Iñaki youtube.com/watch?v=2-6rlJF7YKw)
— oOo —