La historia a las orillas del Tormes

Salamanca recupera parte de su patrimonio etnográfico en el entorno del río
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La Fábrica de la Luz, en la pesquera de tejares. (Ical / Susana Martín)

Junto a sus riberas, en el Cerro de San Vicente, y más tarde en el altozano de enfrente, los primeros pobladores que arribaron a estos dominios se asentaron sin atisbo de duda, valorando su correcta posición defensiva, en plena zona de trasiego físico y cultural a través de la Vía de la Plata, y, por supuesto, al abrigo de los dones del río, su fertilidad y su envergadura. El relato que encierran los restos que aún se conservan es de vital importancia para entender el presente y que el pasado no se olvide.

 

Javier A. Muñiz / Ical

Fotos: Susana Martín / Ical

El parque Botánico, hasta hace no mucho un triste descampado en desuso es buen ejemplo de ello. También las norias de sangre dispuestas a lo largo del río Tormes, como la del parque Fluvial, reconstruida hace años, o la que hay en Huerta Otea, así como el edificio de la Fábrica de la Luz, en la pesquera de Tejares, lugar donde los estudios arqueológicos sitúan la aceña que alumbró al mismísimo Lazarillo de Tormes, conocido a lo largo del ancho mundo por sus andanzas literarias.

Paseando por el Botánico junto a Carlos Macarro, arqueólogo municipal, es fácil imaginar la dimensión de las magníficas construcciones cuyos restos conservados impiden caer en el olvido. Allí se pueden contemplar las ruinas del antiguo Convento de San Agustín y el antiguo Colegio Mayor de Cuenca. Entre ambos, la calle de San Pedro que evoca los años de la Judería de Salamanca. “Fueron grandes conjuntos arquitectónicos que había en la ciudad y que los franceses destruyeron durante la Guerra de la Independencia para dejar espacio a la artillería de los cañones”, lamenta Macarro.

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El arqueólogo municipal, Carlos Macarro. (Ical / Susana Martín)

Además de esas edificaciones, en el solar del Botánico quedan restos enterrados del castro prerromano, cuyos abuelos vivían en el cercano Cerro de San Vicente. “Se les quedó pequeño y se trasladaron a este altozano junto al río. Después, la ciudad se romanizó y también quedan restos romanos que están enterrados”, indica el arqueólogo. Más tarde, en la época medieval, emergió el barrio de la Judería, un espacio urbano “muy importante” en el que los mercaderes judíos se dedicaban a la actividad artesanal, más allá del prestamismo, y vendían sus objetos.

De esa época data la pequeña calle que se hoy en día se puede recorrer en el parque Botánico, cuyo nombre, calle de San Pedro, se debe a la iglesia románica en torno a la que se había establecido una de las poblaciones que formaban los conocidos corrales de Salamanca. Según cuenta Macarro, a raíz de la expulsión de los judíos en 1492, muchas de estas propiedades quedaron desiertas y los poderes del clero pusieron sus ojos en ellas y lograron su adquisición. Fundaron entonces el Colegio Mayor de Cuenca, uno de los seis que había en el país, de los que cuatro estaban en Salamanca, ciudad estudiantil por excelencia ya entonces.

“El Convento de San Agustín era un sitio impresionante y el Colegio de Cuenca tenía una arquitectura magnífica, pero los desastres de la guerra y las desamortizaciones es lo que traen. Hubo mucha ciudad que desapareció a lo largo del XIX”, explica el arqueólogo municipal, quien recuerda que este espacio se excavó por primera vez en tono al año 1997 cuando la Universidad se planteó construir el aparcamiento que hoy convive con los restos arqueológicos. “Es lo suyo. Debemos preservarlos como testigos de la historia”, opina.

En el Botánico también se conservan sillares de la iglesia de San Pedro y se han integrado para que puedan ser contemplados por los visitantes. Tras casi dos décadas abandonado, el Ayuntamiento de Salamanca llegó a un acuerdo con la Universidad y ha tomado la iniciativa para poner en valor estos restos y “dignificarlos” porque tienen un “gran valor histórico”. Además, en primavera, cuando emerja la vegetación, este lugar se convertirá en un espacio verde para el uso y disfrute de los salmantinos. “Aquí se hacían botellones y había vandalismo. Frente a eso, estamos generando nuevos espacios de interés”, celebra Macarro.

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La Noria de Sangre, en Huerta Otea. (Ical / Susana Martín)

En la misma ribera del Tormes, aunque a unos kilómetros de distancia, ya en el barrio de Huerta Otea, emerge otro de los elementos patrimoniales más singulares del río a su paso por Salamanca. Por el momento, con difícil acceso y protegida tras un vallado, una antigua noria de sangre aguarda a que culminen los trabajos de conservación que ya se han iniciado. Cuando terminen será un nuevo espacio que los salmantinos podrán visitar como testigo mudo de la existencia de sus antepasados.

Las norias de sangre eran sistemas hidráulicos que empleaban la tracción animal para extraer agua con el fin de satisfacer el regadío de los huertos colindantes. Estos elementos de arquitectura preindustrial eran muy comunes en los alrededores de la ciudad y por eso forman parte de los paisajes tradicionales del entorno. Se trata de un elemento más destinado a engrosar el patrimonio cultural, “hasta ahora muy poco valorado y desconocido”, cuya puesta en valor se encamina a lograr un desarrollo sostenible y respetuoso con la historia.

El proyecto municipal, consultado por Ical, contempla la limpieza del entorno para descubrir la acequia, además de la creación de sendas de acceso a la noria con dos plataformas sobre la isma. También está prevista la instalación de elementos como bancos y bolardos y la plantación de arbolado y arbustos. “Se está restaurando, se consolidará y se pondrá en valor para que la visite la gente porque es preciosa”, explica Macarro, quien cuenta que el llamativo nombre ‘de sangre’ hace referencia a los animales de carga, burros o mulas, que la hacían funcionar.

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La casa de la Luza (izda.) y el Molino (decha.) en la pesquera de Tejares. (Ical / Susana Martín)

Al otro lado del río, en el antiguo municipio de Tejares, ahora asimilado por la capital, se encuentra la conocida pesquera que alberga uno de los edificios más emblemáticos del patrimonio etnográfico del Tormes. La Fábrica de la Luz es una antigua aceña que, según un estudio arqueológico desvelado a Ical por Carlos Macarro, está emplazada junto al molino en el que nació el Lazarillo de Tormes.

En la actualidad, es un edificio abandonado pero el Ayuntamiento ha previsto su rehabilitación por valor de medio millón de euros. La idea es que se convierta en un espacio “destinado a la puesta en valor y la difusión del conocimiento sobre el Tormes, tanto del propio río y sus funciones como de la riqueza medioambiental de la zona a través de su flora y fauna, según el propio Ayuntamiento. Todo ello con tecnología digital que permita la versatilidad y ampliación de contenidos sobre un río que el quieren integrar de nuevo en la ciudad como eje vertebrador de los barrios trastormesinos.

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La pesquera de Tejares. (Ical / Susana Martín)

Todas estas actuaciones están enmarcadas en la Estrategia de Desarrollo Urbano Sostenible (Edusi) ‘Tormes+’ para la recuperación urbanística, medioambiental y socioeconómica de esta zona de la ciudad. Macarro considera que “es de los planes más interesantes que ha aprobado Salamanca en los últimos años” y lo define como la “hoja de ruta” para actuar en los durante los próximos “15 o 20 años”.

En el ámbito fluvial, comenta Macarro, los bienes históricos etnográficos son “vestigios industriales que queremos potenciar” porque es “muy interesante para los ciudadanos”. “Están ahí, lo único que tenemos que hacer es protegerlos para que los hereden nuestros hijos”, afirma. El arqueólogo municipal concluye recordando que “nuestro pasado es nuestra seña de identidad, lo que nos identifica con el territorio y con nuestra propia historia, y es fundamental conocerla y sentirnos orgullosos de ella”.

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