[dropcap]E[/dropcap]l cambio de año parece traer en la recámara además de una despedida una anulación del cambio, un «más de lo mismo» como bienvenida de lo «nuevo».
Lo del «cambio» es una especie de mito de nuestra política en transición perenne, es decir, inmóvil. En lo esencial nunca cambia nada, con los desastres hemos topado y siempre apechugan los mismos.
Todos convenimos en que los grandes desastres suelen conducir a grandes cambios, en teoría. Pero entre el dicho y el hecho hay mucho trecho.
Por poner un ejemplo: cuando la evolución natural de la revolución neoliberal acabó en gran fiasco, es decir, en una estafa global y financiera propiciada por la desregulación y los delincuentes de siempre, con su consecuencia inmediata en forma de «gran depresión» económica, el susto hizo que muchos políticos abrumados y aparentemente arrepentidos anunciaran cambios importantes. Temían la desesperación de la gente.
Políticos como Zapatero o Sarkozy auguraban una refundación del capitalismo. Sin embargo, y una vez comprobado que la plutocracia era ya en ese momento mucho más potente que la democracia, y que resultó bastante fácil adjudicar la factura de la estafa a sus víctimas (lo que vino a ser el «austericidio» impuesto por Merkel), las intenciones de cambio o de refundar nada, y menos aún el capitalismo salvaje, decayeron.
No obstante como el austericidio no curó el mal sino que lo empeoró, y de hecho estaba haciendo el ridículo, al final hasta Merkel recapacitó y entonces se empezó a hablar de «refundar Europa», otro cambio prometido.
Y en eso estábamos, refundando Europa y enviando el catecismo neoliberal al cubo de la basura (o eso nos decían), cuando se nos vino encima con toda su fuerza primigenia la pandemia de COVID-19.
El desastre poliédrico que esta pandemia ha supuesto (y llovía sobre mojado y sobre unos tímidos intentos de «refundación» y reforma), confirmó por las bravas que el catecismo neoliberal, tan enemigo de los servicios públicos (entre ellos la sanidad), era tóxico, propiciando como respuesta natural que la iniciativa publica y el dinero público adquiriesen un protagonismo inusitado y desconocido durante las últimas décadas.
Hasta los más ultra-liberales piden ahora al Estado que les rescate, cuando hasta hace poco consideraban que el Estado y lo “público” era el problema. En realidad ya fueron rescatados en aquella primera estafa que su catecismo provocó.
La factura del austericidio de entonces recayó sobre la espalda de los de siempre, las víctimas de la estafa, los trabajadores, los pensionistas, los servidores públicos, es decir, los no rescatados.
Es en ese contexto en el que se enmarca el acceso al gobierno en nuestro país de una coalición nominalmente «progresista», algo inusual en las últimas décadas en las que el bipartidismo neoliberal del PPSOE campó a sus anchas y pudo imponer sus políticas y sus tristes consecuencias.
Hasta los más ultra-liberales piden ahora al Estado que les rescate, cuando hasta hace poco consideraban que el Estado y lo “público” era el problema
Por tanto, y a partir de un PSOE parcialmente arrepentido y renovado con Pedro Sánchez, mas un nuevo partido progresista y reformista como UNIDAS PODEMOS en escena, se esperaba que por fin y después de mucho tiempo una política socialdemócrata pusiera el interés general y la política social en primer término. He ahí el cambio, esta vez sí, se pensaba.
Sin embargo, y una vez asegurada una cierta estabilidad de gobierno a través de unos presupuestos consolidados, el PSOE de Pedro Sánchez influido quizás por las tesis neoliberales (otra vez) de Nadia Calviño, o por la fuerza irresistible de los poderes fácticos, o por la necesidad política de marcar territorio, parece querer incurrir de nuevo en errores que se creían superados. Y lo vemos en las tensiones que están surgiendo en el seno de la coalición de gobierno en torno a temas claves para la política social y el programa progresista, como las pensiones, el salario mínimo, la reforma laboral, etcétera, es decir, el cogollo de una política avanzada.
Harían muy bien (pero esto es solo una opinión personal) los militantes socialistas en recordar a Pedro Sánchez el espíritu de cambio con el que llegó a la dirección del PSOE, y que motivó su éxito. Haría muy bien Pedro Sánchez en comprender que la mejor manera de marcar territorio es cumplir el programa progresista y asumir que se le ha votado a él y no a los poderes fácticos.
Y hará muy bien también UNIDAS PODEMOS en manifestar su oposición a recaer en viejas políticas, en oponerse al retorno a la senda neoliberal (una vía muerta y mortal), y en defender la refundación anunciada a favor de una política más social.
Siempre hay una excusa para no hacer las cosas bien y tropezar una y otra vez en la misma piedra. Pero las consecuencias de no hacer las cosas bien y empecinarse en el camino equivocado siempre las pagan los mismos, y cuando menos este empecinamiento no debería salir gratis.
Esa debería ser la fuerza de las urnas.