[dropcap]M[/dropcap]ás o menos todo el mundo está al tanto de que la barbarie organizada en torno al eje PP-VOX ha hecho su agosto con esta pandemia. Primero negando la pandemia misma, y luego cambiando de actitud respecto a ella, actitud que ha sido distinta y variable en cada momento sin más norte que la conveniencia política ni más objetivo que derribar al gobierno.
Si para ello había que animar a la gente a que adoptaran actitudes irresponsables y suicidas, pues se hacía. Lo primero es lo primero. Y para este frente lo primero era y es derribar al Gobierno.
En todo este desarrollo planificado de ese frente irracional, han tomado por modelo a otros bárbaros reconocibles, caso de Trump y Bolsonaro, pero también de Boris Johnson, el primer ministro del Reino Unido, que ejerce de bárbaro a tiempo parcial, según le pille a él mismo el virus y le lleve al Hospital (momento en el que deja de negar la evidencia), o le surja una nueva variante del coronavirus más contagiosa y rápida en su propio territorio, que amenaza con hacerse dominante. En este último caso abandona momentáneamente la barbarie y retoma la prudencia.
En un documental sobre pandemias (a partir de ahora uno de los elementos clave de nuestro futuro antiecológico) veo la siguiente escena: en una manifestación fundamentalista en USA en relación con la pandemia COVID-19 una manifestante a cuyo lado otros manifestantes portan metralletas y visten ropas de camuflaje, dice la siguiente frase: “A la ciencia le digo que no creo en ella porque yo creo en Dios”.
Respetando como es lógico las ideas de cada cual, las preguntas que surgen -sobre todo a la vista de las metralletas- son las siguientes: ¿Cuándo empezó este esperpento distópico de características histéricas y de resonancias medievales? ¿Se necesita para expresar ciertas creencias ese acompañamiento de metralletas y ropa de camuflaje? ¿De qué modo combinan elementos tan dispares como la mística religiosa y la violencia armada? ¿No nos recuerda esto a alguna escena de “El séptimo sello” de Ingmar Bergman, con sus procesiones de flagelantes en tiempos de peste, que sin duda ayudaron a propagar el mal?
Creo innecesario señalar que la utilidad del método científico y el pensamiento trascendente no son incompatibles, y de hecho coexisten a menudo. Estoy casi seguro que el Papa Francisco acoge con total naturalidad el pensamiento trascendente y los logros de la ciencia.
Esta barbarie de ahora, organizada en un frente internacional de carácter extremista, como antes ocurrió con el frente neoliberal (otro tipo de barbarie que amenaza con cargarse el planeta y la sociedad civilizada), ha sido analizada y descrita en múltiples obras y por varios autores a los efectos de advertencia y prevención. Es decir, se veía venir, y casi cada uno de sus delirios y destrozos fue anunciado y previsto. Empezando por la invasión y el desequilibrio del medio natural como fuente de pandemias.
Podemos decir por tanto que entre una y otra barbarie hay una relación directa que ha sido subrayada, y parece comprobado que la agresión sin límites, frenos, ni regulaciones, de la economía neoliberal al medio ambiente y por tanto a nosotros mismos (que formamos parte indisoluble aunque no indispensable de él), está en el origen de este auténtico carrusel de epidemias y pandemias, de carácter zoonótico mayormente, y que amenazan con devolvernos al tiempo de las cavernas.
Dentro de esa pléyade de autores y obras en torno a las nuevas barbaries (en plural), barbaries que entroncan directamente con otras barbaries más antiguas, quiero mencionar a Carl Sagan y su libro «El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad».
Es este un libro de lectura muy recomendable en estos tiempos en que la extrema derecha se une en frente compacto con el populismo y la irracionalidad pre-científica.
Otro libro que enfrenta con lucidez y buen humor este avance de la barbarie es “De la estupidez a la locura”, de Umberto Eco, recopilación de artículos que ilustran, entretienen y advierten.
Y hay muchos más, ahora más necesarios que nunca, dado el inusitado éxito de las tesis más disparatadas.
Ahora bien, no nos engañemos: detrás de este uso instrumental de lo irracional se esconden objetivos bastante más meditados, casi siempre de orden político.
Pero ya saben: el fin justifica los medios. Y si para conseguir esos fines hay que alentar la confusión y la barbarie, pues se alientan. «A río revuelto ganancia de pescadores”.
El gobierno (aunque con errores de bulto puntuales y partiendo de una situación de precariedad heredada en cuanto a la fortaleza de los servicios públicos) ha intentado mantener unos criterios que se ajustaran al sentido común y los protocolos científicos. No siempre lo ha logrado. En cualquier caso, hasta ahora parecía dar una especial relevancia y prioridad a evitar la pérdida de vidas. Esperemos que siga en esa línea.
El método científico ha guiado nuestros pasos durante los últimos siglos para resolver los problemas de orden natural. Casi toda nuestra vida práctica está trufada de los logros de ese método. Y es con ese mismo método (y no con metralletas y ropa de camuflaje) con el que se intenta ganar la batalla a este virus.
En esta guerra la batalla de las vacunas es fundamental, y en ella se ha invertido un enorme esfuerzo científico, de talento, y económico. Lo que se pretende es dejar atrás un drama de enormes dimensiones, y no como algunos suponen convertirnos en alimentos transgénicos o en cocodrilos.
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