Felipe VI compareció en el tradicional mensaje de Nochebuena como si se le hubieran echado unos cuantos años encima, o una pandemia, o se hubiera entrometido un padre envuelto en escándalos financieros deseoso de volver a España y empeorar las cosas.
Cuando le revisa los discursos un gobierno socialista (ahora socialcomunista) se le encuentra más creíble que cuando recita la moralina del PP, que no se creen ni los del PP (sus mayores enemigos, que no lo olvide el rey). Y este jueves había mucho en juego, demasiado como para dedicarse a divagar.
Este jueves tenía ante sí un papelón, o sea, comparecer en medio de una pandemia que nos trae de cabeza (y a muchos sin cabeza a estas alturas), comprometido por unos exmilitares que querían fusilar a la mitad de los españoles al tiempo que querían hacerse amiguitos del monarca, y un padre que le ha dejado la casa ardiendo y el futuro de sus hijas en el aire.
Y el rey estuvo más republicano que nunca o más monárquico que nunca, según el cristal con el que se mire. Pero tiró de sentido común y despachó a los militronchos con una lección de constitucionalismo.
Y puso en su sitio a su padre, el rey campechano que tanta gracia hacía (o creía hacer), que mientras interpretaba su papel con una profesionalidad impecable, cultivaba la dolce vita en su tiempo libre y se labraba un futuro con escándalos financieros inconfesables. Y su sitio de momento está en Abu Dabi, que allí hay menos coronavirus.
Cómo no iba a comparecer el rey Felipe con un semblante melancólico, no se sabe si más compungido por el drama sanitario, económico y social de la covid, que por el drama familiar.
Melancolía y sobriedad, tanta que ni siquiera había fotos familiares de fondo. Una bandera de España enlazada con la de la UE.
Tanta que resaltaban los años que se ha echado encima. No pudo ocultar el estrago que todo junto le ha ocasionado. Se ha echado unos años encima y se ha quitado un lastre que comprometía su futuro. El golpismo chusquero y el familiar.