Opinión

Frases

[dropcap]A[/dropcap]sí como en otros tiempos y con motivo de otras pestes algunos consideraban que todo el mal se debía a los judíos, que envenenaban las fuentes (en otros periodos históricos eran los jesuitas los que las llenaban de ponzoña), o interpretaban que era la vieja curandera del arrabal, experta en potingues silvestres, la que con poderes de bruja noctámbula echaba a perder las cosechas, ahora, en nuestro atribulado y confuso presente hay quien estima que es el gobierno de coalición el que, deliberadamente y con aviesa intención cuyo objetivo último se desconoce, malogra el negocio turístico sin que en ello tenga nada que ver el Coronavirus y su propensión a extenderse utilizando para ello las rutas turísticas y la pasión viajera. Gobierno que además de responsable de la pandemia actual se moteja de «social-comunista» cuando hace cualquier tímido amago de implementar políticas sociales que fortalezcan los servicios públicos, indispensables para hacer frente a calamidades colectivas como la presente.

Es por tanto esperable que como ha ocurrido otras veces, esta nueva plaga pase a la historia con su conspiranoia específica asociada, y a falta de judíos y jesuitas a los que colgarles el muerto, todo el mal se achaque en este caso a los bolivarianos, allí donde estén.

Y así como a un hecho en gran medida fortuito se le achaca una planificación malévola, por contra aquello otro que ha sido teorizado, programado, y previsto, se le endosa una inocencia azarosa, tal es el caso de la estafa financiera de 2008 y de aquellas otras que la precedieron, que lejos de ser fortuitas son el resultado lógico del catecismo neoliberal.

Si alguien, imbuido de curiosidad arqueológica, quiere excavar en las raíces de nuestro presente, le es indispensable, aunque sea a modo de resumen divulgativo, ver un documental titulado “Los ochenta”, de los productores ejecutivos Tom Hanks, Gary Goetzman, y Mark Herzog, y concretamente el capítulo 6 de esa serie que lleva por título “La codicia”.

Recientemente Antonio Caño en un artículo de El País hacía un repaso de las frases con las que a su juicio los presidentes de los Estados Unidos pasaron o pasarán a la Historia. Y en el caso de Ronald Reagan escogía esta que sin duda le favorece: “Señor Gorbachov, derribe este muro”.

Sin embargo, en el documental mencionado más arriba prefieren subrayar esta otra frase pronunciada por Reagan en la bolsa de New York: “Vamos a liberar a la bestia”. Frase no solo impactante sino profética, porque efectivamente la bestia fue liberada y causó estragos de los que aún no nos hemos recuperado y cuyas consecuencias arrastraremos durante décadas. Fue en definitiva la frase que dio alas al desastre neoliberal, en el que la desregulación del delito financiero y la corrupción política van de la mano. El resultado ya lo conocemos.

En ese documental, en el que sale mucho Donald Trump, hay un personaje que da el tono a la época, y que se hizo famosa además de por sus malas artes, por una frase muy en la línea de la de Reagan. Leona Hemsley, pues de ella se trata, vino a decir aquello de: “Nosotros (los ricos) no pagamos impuestos. Solo la gente común los paga”. Frase que junto con la de Reagan y alguna otra van perfilando toda la trama, y que simbolizan no solo un convencimiento absoluto en que la democracia y el Estado de derecho son cosas del pasado sino también la confianza en que la plutocracia tiene definitivamente la sartén por el mango.

En este sentido debe movernos a reflexión la pregunta que un fiscal ginebrino, Bertossa, le hace ahora a Fasana, gestor de cosas raras y entre ellas ciertas cuentas ocultas del rey emérito. Pregunta el fiscal Bertossa:

«¿Juan Carlos I estaba incómodo con la donación del rey de Arabia Saudí cuando se sabía que en esa misma época España estaba afectada por la crisis económica y que la familia real recibe anualmente importantes sumas de los contribuyentes españoles para mantener su tren de vida?”.

A lo que Fasana responde:

«Desde un punto de vista ético puedo tener una opinión personal, pero con mis clientes tengo que adoptar una postura puramente profesional» (El País).

Lo cual significa que si hay quien se presta dócilmente a ser estafado (en este caso los españolitos de a pie), entonces tiene que haber profesionales diligentes (como el señor Fasana) que aporten sus habilidades técnicas para esa estafa.

Otra conclusión lógica sería que allí donde impera la impunidad (o la inviolabilidad), la ética ni está ni se la espera.

A la pregunta de Bertossa (en este caso a Dante Canónica, secretario de la Fundación Lucum) sobre los motivos del cierre de la cuenta en junio de 2012, respondió así: «No estaba cómodo (Juan Carlos I) con la cuenta bancaria en Suiza. Además, en la medida que se estaba hablando del intercambio automático de información (fiscal) que se iba a producir a medio plazo, la presencia de esa cuenta era una bomba de relojería … Quería deshacerse de ese dinero porque tenía miedo de que se supiese» (El País).

De nuevo hay que decir que la impunidad (o inviolabilidad) ayuda mucho a tener menos miedos y a no poner tantos reparos a la comisión de delitos y fraudes.

Entre la desregulación neoliberal del delito económico y financiero y la impunidad real ante determinados actos, hay una sintonía no solo ideológica sino fáctica. Y a su vez, ambos aspectos de nuestra triste realidad están relacionados directamente con la precariedad de nuestros medios públicos para -por ejemplo- hacer frente a una pandemia. Volvemos así al presente, en el que algunos han echado en falta los medios materiales y humanos para combatir esta pandemia.

Lo triste es que muchos de estos que hoy se quejan de esta carencia son los mismos a los que no hace tanto les resultaba indiferente y hasta grato que los servicios públicos (entre ellos la sanidad) fueran recortados y saqueados para rescatar a los delincuentes financieros cuyo modus operandi durante décadas no ha sido muy distinto al de nuestro rey emérito.

Recuerden ya de paso que si hasta no hace mucho teníamos un rey que mantener, ahora tenemos dos. Vamos progresando.

De un modo incomprensible y absurdo, a las consecuencias de la liberación de la bestia neoliberal le hemos otorgado un carácter fortuito, inocente, y natural (a la estafa la llamamos crisis y a los recortes reformas), mientras que a los efectos de la bestia microscópica que está en el origen de esta pandemia, le hemos otorgado un carácter artificial, deliberado, y culpable.

El mundo al revés en un momento histórico en que la manipulación de las mentes está a la orden del día.

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