Decía un editorial reciente:
«El viaje al fin de la noche que Estados Unidos y Occidente han sufrido con Donald Trump como gran timonel ha concluido».
Diremos de entrada que a nuestro juicio este editorial peca de excesivamente optimista. Si bien estamos de acuerdo en que Trump puede formar parte por derecho propio de una Historia universal de la infamia política como primer presidente fascista de la USA posmoderna, con intentona golpista incluida, también es cierto que tras su marcha de la Casa blanca en realidad no ha concluido nada de lo que le encumbró.
Quizás se ha suprimido un síntoma, o peor aún, un signo de los que nos sirven de alarma ante una amenaza, pero la enfermedad y la amenaza siguen avanzando.
Lo que hemos visto estos días en torno al intento de privatizar las pensiones en nuestro país, por parte además de un gobierno que se dice «progresista» (Unidas Podemos poco más puede hacer aparte de protestar junto a las fuerzas sociales) entra dentro del contexto de mentira vehicular o lengua de camuflaje en que nos movemos desde hace tiempo, y además aprovechando para ello un contexto de pandemia que hace que la movilización social contra este tipo de iniciativas (antisociales) sea bastante difícil.
Y es que no es solo Trump y el Trumpismo subdelegado de las colonias el que tira de posverdad y realidades alternativas, sino que esa es una tendencia que ya se inició con fuerza durante la estafa financiera de 2008, de forma que a «aquello» se le llamó «crisis», y al austericidio que trajo de la mano «reformas», en vez de «estafa» y «recortes» respectivamente, que es como se dice en castellano.
Otro ejemplo de realidad alternativa lo encontramos cuando Ayuso y compañía afirman que al bajar los impuestos (ciertos impuestos) en Madrid le hacen un favor a los madrileños y por extensión al resto de los españoles. Que es lo mismo que asegurar que Holanda (otro pirata del dumping fiscal) le hace un favor a los europeos al practicar una política similar. Coinciden ambos (piratas neoliberales de Holanda y piratas ultras de Madrid) en una ideología cuyo principal objetivo es acabar con todo lo público y comunitario, es decir con todo aquello que nos une y nos define como sociedad: sanidad, educación, pensiones … públicas.
Sobre esta competencia desleal dice un experto: “Si soy consejero, lo que quiero es gastar, porque me da votos; no quiero subir los impuestos, porque eso me los quita, quiero que el gobierno central me de los recursos”. Es decir, estaríamos ante una especie de “separatismo” disolvente practicado por patriotas (neoliberales) a la violeta.
Es evidente que el mundo de las finanzas desreguladas, de las estafas que esa desregulación conlleva, de la corrupción política que le es imprescindible, y de las evasiones y fraudes fiscales que les sirven de complemento, maneja un lenguaje propio, vehicular de la mentira, una suerte de spanglish cuyas claves ni siquiera son oscuras, pero que de hecho se siguen utilizando con total descaro y éxito en un intento reiterado de engaño.
Por ello en un artículo reciente de El País donde se hace descripción de este nuevo intento de privatizar las pensiones por la puerta de atrás, se empieza hablando de «reforma» y se acaba aclarando que en realidad se trata de «recorte», uno más en la marcha triunfante del neoliberalismo descocado en que una clase política bastante infumable se empecina.
Y es que no es sólo en la USA de Trump (y precedentes) donde muchos políticos que dicen representarnos están unidos como uña y carne al dinero de los plutócratas, que es de donde fluyen realmente las órdenes. Esta tendencia y esta íntima conexión entre dinero y política es global, para perjuicio de la democracia.
Y en el mismo sentido cabe suponer que la refundación de Europa que se prometió desde Bruselas también era postverdadera y mera realidad alternativa. O eso tenemos que pensar si resulta ser cierto que estas exigencias de nuevos recortes y privatización de pensiones, aquí en España, vienen de allí, de Bruselas, a través del tándem ministerial neoliberal del gobierno actual.
En resumen, aunque Trump ha pasado a un segundo plano, la amenaza trumpista, producto de la ofensiva neoliberal y alimentada con la desesperación de unos y el oportunismo de otros, sigue vigente y presidiendo la escena.
Y es que neoliberalismo y trumpismo son tal para cual, brotes de una misma raíz.
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