[dropcap]P[/dropcap]uede pensarse con bastante fundamento que cuando analizamos lo que dice Ayuso analizamos en realidad lo que le escriben sus guionistas: todo muy pedestre y en la línea de esta era postverdadera de rebaja de estándares.
En otras épocas más despiertas, casi todo lo que dice la presidenta de Madrid habría causado sonrojo y sonado a tomadura de pelo.
Da igual que hable de la pandemia o nos regale con un lema electoral. El efecto constante es que causa vergüenza ajena. Este es el nivel.
Nada hay más aparatoso y desconcertante en una falsa disyuntiva que el hecho de que ninguno de los dos términos de la misma se corresponda con algo real.
Por eso la frase de Ayuso, lanzada ya como lema de la próxima campaña electoral, «socialismo o libertad» (se dice pronto), sorprende tanto y nos deja descolocados.
Debe ser esto a lo que se refieren muchos cuando afirman que vivimos inmersos en el «relato».
No somos pocos los que interpretamos que ni en un extremo de esa disyuntiva falsa está el “socialismo” ni en el otro está la “libertad”, como no se entienda por esta última la libertad para el engaño y la estafa, el fraude y el delito, incluyendo en semejante paquete libertario la eliminación de las pruebas, que es al fin y al cabo la libertad que hemos visto florecer y expandirse en los últimos decenios de gobiernos neoliberales, unos del PSOE y otros del PP.
La crisis de 2008, la «gran recesión», nombre por el que se conoce la «gran estafa» financiera global que hundió la economía y trajo los recortes, en los que aún estamos, no es otra cosa que la apoteosis de esa libertad (falsa) que invoca Ayuso. Una patente de corso para que bancos, empresas de telefonía, suministro de energía y demás, nos roben a mansalva y a diario con la contraprestación en forma de puertas giratorias y demás prebendas, establecidas de facto para que los políticos de la barra que favorecen esos tejemanejes obtengan su recompensa.
Libertad también para que empresarios sin escrúpulos exploten a sus trabajadores ayudando así al incremento de la desigualdad y la pobreza extrema que nos han dado un protagonismo singular como país en los informes de la ONU.
Fue Ayuso, la libertaria, precisamente la que al conocerse la corrupción de la jefatura del Estado, preguntó si nos creíamos que todos éramos de verdad iguales ante la ley
En cuanto a las prácticas de explotación laboral digamos que dado el contexto de lo que hoy se considera «normal» (fruto del relato), los gestores y responsables de los servicios públicos españoles han copiado de cabo a rabo las prácticas de la empresa privada más infame. De hecho nuestros servicios públicos son no solo precarios sino campeones en ese tipo de temporalidad e inestabilidad laboral que se prolonga durante toda la vida útil y que tanto se parece al maltrato y la estafa.
No olvidemos tampoco que fue Ayuso, la libertaria, precisamente la que con motivo de conocerse por el público de a pie la corrupción de la jefatura del Estado (desde cuándo se produce esa corrupción no lo sabemos porque no se puede investigar), preguntó -retórica y desafiante- si nos creíamos los progresistas (y demócratas) ingenuos que todos éramos de verdad iguales ante la ley.
Y es que efectivamente, tras leer la Constitución, y también por instinto, algunos habíamos entendido que eso era así y que, dado que el feudalismo y el medievo habían quedado atrás, todos los ciudadanos de una democracia moderna somos iguales ante la ley.
Hoy ya sabemos que no, y también sabemos que hay «representantes de los ciudadanos» que consideran que la aplicación de ese principio democrático sería temerario e incompatible con la «libertad» que defiende nuestro sistema, y que implica que ciertas personalidades señaladas y privilegiadas puedan delinquir sin tener que responder por ello. Pues de esa libertad se trata y no de otra. Esa es la libertad que invoca y defiende Ayuso.
Igual de falso e irreal es el otro término de la disyuntiva retórica «socialismo o libertad» (una frase de marketing para gente poco exigente). Y es que efectivamente, en Occidente nadie ha catado tal cosa como el «socialismo» en el último medio siglo, por lo menos. Como tampoco es «socialista» el PSOE, por mucho que así se publicite y se venda, y menos desde que Felipe González metió a este partido de bruces en el club neoliberal que hoy controla y deteriora a pasos acelerados la escena política y social, no sólo aquí, pero muy especialmente aquí.
Sí que ha habido algunos intentos fructíferos de socialdemocracia (que no socialismo) en algunos países del norte de Europa, y que hoy somos muchos los ciudadanos preocupados que a la vista del desastre neoliberal, echamos de menos esos ejemplos y aquel «espíritu del 45» descrito por Ken Loach en su película del mismo título.
Pero que aquí en España haya alguna posibilidad aunque sea remota de escoger entre «socialismo» y «libertad» es totalmente falso por lo que tiene de falsa e irreal dicha disyuntiva. Vemos que lo más que se puede llegar a escoger aquí entre nosotros es entre PPSOE y PPSOE. Ese es todo el abanico, ciertamente poco estimulante.
Ayuso es la más pertinaz y entusiasta imitadora de Donald Trump entre nosotros (Abascal le va a la zaga)
De ahí que nuestras aguas políticas se estanquen, se corrompan fácilmente, y sean tan poco favorables al interés general. Se trata de un sistema cerrado y mal ventilado que propende a la asfixia.
En resumen, no es posible tomar en serio dicho lema de campaña, ni por supuesto a la candidata que lo utiliza, porque la credibilidad tanto del uno como de la otra es muy parecida a la credibilidad de, por ejemplo, Donald Trump.
Si algo es cierto entre tanto embuste y teatro es que Ayuso es la más pertinaz y entusiasta imitadora de Donald Trump entre nosotros (Abascal le va a la zaga) con su irrefrenable instrumentación de la mentira.
La demagogia trumpista en torno a este concepto (la libertad), otrora tan claro y hoy tan manoseado, determina por ejemplo que en Brasil, con el presidente negacionista Bolsonaro al frente, y donde el trumpismo (a través de la ultraderecha como aquí) también hace estragos, 280.000 brasileños ya no puedan ser libres porque han muerto por COVID.
En cuanto al PSOE, lo cierto es que el aparato (otra cosa son los militantes) nunca ha querido gobernar con Podemos, y siempre intentaron desesperadamente gobernar con Ciudadanos o la «gran coalición» de derechas, en coherencia con el ideario neoliberal que han defendido e implementado durante las últimas décadas: privatizaciones, recorte de los servicios públicos y prestaciones sociales, reforma laboral, desregulación y puertas giratorias.
A lo que últimamente se ha unido también la defensa de una institución feudal y corrupta: la monarquía.
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