[dropcap]P[/dropcap]arece mentira, pero en pocos meses doctos cerebros lograron crear varias vacunas para combatir con ciertas garantías al monstruo invisible.
Pese a este logro científico mundial, nos abraza un extraño y plomizo desasosiego vestido de falta de información, sobre el dónde, el cuándo y el cómo va a llegar el aviso de que nos subamos la manga de la camisa para recibir el banderillazo. Vamos, que no tenemos ni remota idea sobre los cribados de edades, riesgos y zarandajas que siguen sometiendo nuestras perspectivas a un interminable examen de paciencia.
Las dudas son tantas y tan intensas que principia a ronronearnos en la cocorota la posible conveniencia de hacer un cursillo acelerado, para saber qué chute es el más propicio de todo ese galimatías de nombres, consecuencias y divulgaciones de prospectos vestidos de bulos, dimes y diretes en mil tertulias de sabelotodos.
Lo que ha quedado claro es que a la menor contrariedad que se presente, el gentío que pase de las 80 primaveras, para los mandas de este absurdo, zafio y banal momento histórico que vivimos, es material sobrante por su escasa aportación a la mamandurria nacional. Quienes levantaron este país a base de penurias y trágalas de todo tipo, han hecho caer seguramente en la cuenta a esta tropa de ignorantes, que es fácil ganar espacio en las trastiendas médicas y sociales, a la vez que se puede sumar más pasta gansa para mantener el enorme rancho donde malcriamos a tanto mal nacido. Ni se le cae la cara dura a esos jovenzuelos descerebrados cuando afirman que quienes disfrutan de la edad que enmarca aguante y sabiduría en esa fragilidad que dan los años, sobran en este mundo hecho solo para los que por salud pueden morder la vida con los dientes.
Y mientras tanto decenas de aviones cargados con ataúdes, barnizados con el maldito virus, caen de los cielos mundiales que cercan nuestra resignación con la soga de la pandemia. Nos hemos adaptado de tal forma a las cifras que siguen amontonando muertos en la rebotica de los olvidos, que hasta hemos llegado a creernos que La Parca, por consideración hacia nosotros, nunca llamará a la puerta.
La pandemia posiblemente nos ha cambiado los ritmos y las frecuencias de una normalidad que ya ni recordamos, cuando vemos cómo el cierre de negocios de todo tipo, va pintando un panorama estremecedor por el paisaje de la ciudad extraña. La pobreza extiende sus tentáculos por los entramados sociales, mientras siguen dando el cante los que viven siendo empleados nuestros (en teoría) de la cosa pública.