[dropcap]L[/dropcap]os baches eran en 1979 un problema cotidiano en Salamanca. Abundaban en las pocas calles asfaltadas y no digamos en las que carecían de betún. El tráfico, la lluvia, la nieve y las filtraciones de agua producían baches y a veces socavones que provocaban molestias diarias al tráfico rodado con no pocas averías y pinchazos en las ruedas de los automóviles que transitaban por la ciudad. El hormigón empleado, la pobreza de los materiales, la falta de compactación de la zahorra y, especialmente, las zanjas abiertas para las acometidas de las tuberías para el agua y los desagües a las viviendas que eran cubiertas de cualquier manera, hacían imposible el tránsito. Si a estos problemas unimos que las cloacas y sumideros estaban sueltos, se comprenderá que transitar por Salamanca sin encontrase con baches era un verdadero milagro.
El Ayuntamiento, consciente del problema, creó un equipo de bacheo en el que estaban integradas 8 personas a las que se les dotó de material por valor de 15 millones de pesetas. Sin embargo, por mucho que trabajaban su labor era como el tejer y destejer de Penélope. Cerraban decenas de socavones y nacían a la vez otros tantos.
Para cubrir esas necesidades además de urbanizar calles y plazas se recurrió a la operación asfalto. Se trataba de cubrir con una capa de conglomerado asfáltico las calles y avenidas que conocieron en su día el cemento. Éste estaba tan deteriorado que precisaban de una nueva capa para reforzar la antigua. Comenzamos a realizar estas campañas en el verano de 1981, y fueron 18 calles, las que se encontraban entre la avenida de Mirat y la de Portugal, las agraciadas con el betún. También se asfaltaron dos plazas. Tras el asfaltado se pintaban los arcenes y los pasos de cebra y de peatones. El Ayuntamiento se comprometió a pintar las calles al menos una vez cada cuatro meses y no como se hacía hasta entonces, una vez al año, y no siempre.
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