[dropcap]D[/dropcap]ecíamos ayer que vivimos tiempos irracionales. Un ejemplo: pese a que el desempleo en nuestro país es enorme (desde hace años somos campeones en esta materia), la mayoría de las empresas que nos atienden nos atienden mal, precisamente por esto, por falta de personal. ¿Alguien lo entiende?
Es habitual observar que los clientes entran en las instalaciones comerciales de una empresa y al no encontrar a nadie que les atienda, se van. La verdad es que es un vacío que impresiona, como si hubiera caído una bomba de neutrones de esas que no hacen ruido ni se huelen y que dejan todas las cosas en su sitio, pulcras y bien ordenadas, pero sin personas. No es de extrañar que ante este panorama desolador y el «horror vacui» que produce, a los clientes les entre un ataque de pánico y huyan. ¿Es así como prosperan los negocios?
En esto la empresa pública ha copiado a la empresa privada, como le ha copiado casi todas las malas artes del catecismo neoliberal, y lógicamente el efecto es el mismo.
Pareciera que en la posmodernidad no importe ya si las empresas (públicas o privadas) van bien o mal, sino que lo único que importa es que el dinero pueda moverse sin trabas ni regulaciones, y sin más objetivo que especular y defraudar. Se retrae de los servicios públicos y de la producción, y se vuelca en los casinos financieros, que son casinos en gran parte automatizados, guiados por máquinas no por personas.
Otro ejemplo de irracionalidad: parece obvio que lo que les ocurre a los españoles les ocurre fundamentalmente o en gran parte por vivir en España. Si les cuesta contactar con el médico de cabecera; si no pueden pagar el alquiler de su vivienda; si se las ven y se las desean para llegar a fin de mes y les cobran por el gas, la electricidad y demás elementos básicos de la vida ordinaria (a lo que habrá que sumar muy pronto circular por autovía), lo que les cobran (una pasta); si maduran y envejecen en el paro, o si son interinos hasta la muerte, sin ser novios de la parca, es por vivir aquí, o mejor dicho, por padecer estos desgobiernos de aquí. Y sin embargo muchos están obsesionados con Venezuela, donde no han estado ni saben dónde cae, como si todos los males pasados, presentes y futuros les vinieran de allí, o eso les han hecho creer para distraer de lo más próximo. ¿Alucinación colectiva?
Más irracionalidad:
Pese a que las dosis de corrupción a que se ha sometido a este país no han sido precisamente homeopáticas, pareciera que nuestro cuerpo político se hubiese acostumbrado al tóxico si nos guiamos por los sorprendentes resultados que a veces arrojan las urnas.
En democracia el resultado de las urnas es sagrado, y como saben esta sacralidad de la democracia es un prejuicio de origen laico o al menos agnóstico, es decir, «progre».
A nuestros jóvenes les resulta muy difícil incorporarse al mercado laboral. Para ayudarles, ahora vamos a obligar a los ancianos a seguir trabajando hasta el último de sus días
Ahora bien, de la misma forma que el resultado de las urnas es sagrado (es decir, va a misa) cabe decir también que es libre el análisis y la interpretación del mismo. Y lo que parece comprobado es que lo que a todas luces es veneno para cualquier sociedad normalmente constituida, es decir constituida en base a la razón y la decencia civil, aquí entre nosotros se digiere y metaboliza como alimento ordinario, si no es que se engulle a grandes bocados como tónico estimulante, de forma que ha creado hábito y una tolerancia al veneno no solo sorprendente sino inexplicable.
Cuánto tiempo podremos soportar este régimen alimentario tan perjudicial para nuestra salud sin caer en un fallo multiorgánico, lo dirá el futuro.
Pudiera explicarse en cierta forma esta tolerancia si el contacto con esa noxa tan aciaga hubiera desencadenado una respuesta inmunitaria potente y hubiéramos quedado eficazmente vacunados contra ataques futuros. Pero como a efectos prácticos y de reformas pendientes que nunca se llevan a cabo seguimos tan vulnerables y vírgenes como el primer día (la corrupción de la monarquía no se puede investigar, los aforados siguen ahí, Rajoy y Aznar declaran lo que declaran, es la cleptocracia la que sigue imponiendo su programa…), la conclusión no es que se persiga una inmunidad de rebaño mediante el expediente de dejar vía libre a la corrupción, que circule y se contagie por doquier, sino que nos arriesgamos a degenerar en rebaño lanar sin inmunidad ninguna y sin futuro posible salvo el de ser esquilados una y otra vez.
Otra explicación alternativa a esta anomalía es que los árboles no nos dejan ver el bosque y que si nos señalan la luna miramos el dedo y no vemos la luna, de forma que el bienestar que reina entre nosotros es tan intenso, agudo y generalizado, que deja en segundo plano y borroso un hecho tan anecdótico y escasamente importante como la corrupción sistémica (que empieza en la jefatura del Estado). O visto desde el punto de vista de la contabilidad, la explicación sería que, dado que andamos sobrados de recursos con capacidad incluso de prestar a otros países a buen interés, se entiende que el dinero, los recursos, y las energías que perdemos y derrochamos vía corrupción (que no son pocas) no los necesitemos para nada.
Alguna explicación de estas tiene que ser la buena, porque si no no hay quién lo entienda.
Más: Como saben a nuestros jóvenes les resulta muy difícil incorporarse al mercado laboral, razón por la cual les cuesta horrores abandonar el hogar paterno y dejar descendencia. Para ayudarles, ahora vamos a obligar a los ancianos a seguir trabajando hasta el último de sus días (va a ser digno de ver).
En otros tiempos, cuando la inteligencia no era tan artificial y en vez de algoritmos se utilizaba el sentido común, se hacía justo al revés: a los ancianos -que ya no están en edad de trabajar ni de procrear- se les dejaba descansar y disfrutar del ocio (que bien merecido lo tienen), mientras que los jóvenes pasaban a ocupar esos huecos de la vida productiva. Ahora, posmodernamente (es decir, de manera insensata), se pone a trabajar a los ancianos hasta casi el último aliento, y se condena al ocio improductivo y estéril a los jóvenes.
Si esto no es anomalía y distopía, ya me dirán ustedes qué puede serlo. Bueno, si… quizás también lo sea declarar «zona libre» las cafeterías y los bares para poder declarar «zona catastrófica» las UCI y los servicios de urgencias. Esto último también anda sobrado de algoritmo (electoral) y escaso de sensatez, combinación bastante habitual entre nuestros dirigentes más populistas, como Ayuso.
Por mucho que se empeñen en ocultarla o maquillarla, la irracionalidad hoy está perfectamente localizada en un sector de nuestra clase política, íntimamente dependiente de oscuros (e irracionales) poderes financieros.
Como última reflexión decir que algunos todavía confunden churras con merinas en esto de la «nueva política» y que, para combatir esta confusión, tan torpe como interesada, y para no llamar a todo lo que se mueve y protesta «populismo», conviene leer en el libro colectivo «El gran retroceso» el artículo de Donatella Della Porta (profesora de ciencias políticas y de sociología política en la Scuola Normale Superiore) titulado: «Políticas progresistas y regresivas en el neoliberalismo tardío».
— oOo —