Opinión

‘El virus que paralizó al mundo’

plaza mayor fin estado alarma toque queda (4)
La fiesta en la Plaza Mayor al decaer el estado de alarma.

[dropcap]M[/dropcap]e llega por wasap un mensaje con una imagen en color amarillo chillón y el signo de atención, alerta, peligro …

Le acompaña un texto:

«El COVID sigue activo. Lo único que cambió es que te dieron permiso de salir a buscarlo. #NoSeasCovidiota». «Covidiota».

Interesante palabra.

Casi todas las descripciones de plagas y pestes, clásicas y modernas, incluidas las obras de ficción basadas en hechos reales, y entre ellas «El diario del año de la peste» de Daniel Defoe y «La peste» de Albert Camus, otorgan un papel protagonista a la idiotez como respuesta habitual a estas crisis.

El estrés, la sorpresa, la incredulidad, el estupor, la magnitud del desastre, y con todo ello la desestructuración de la normalidad que estas crisis traen consigo, son un caldo de cultivo excelente para los comportamientos irracionales.

Vemos que la idiotez se promueve y se contagia casi al mismo ritmo o incluso a superior velocidad que los virus y las pestes. Y así como en un mundo intensamente comunicado y globalmente conectado, un virus como el actual lo tiene mucho más fácil para propagarse, y de hecho lo hace mucho más rápido, como hemos podido comprobar, también los comportamientos irracionales que estas situaciones extremas desencadenan, se ven reforzados por los ecos mediáticos y los instrumentos de la comunicación de masas.

Nuestra pandemia de ahora, a pesar de haberse producido en pleno siglo XXI, con toda una historia ya a nuestras espaldas de logros técnicos y científicos, y la vigencia de un pensamiento que suponíamos racional, no iba a ser menos y también hemos tenido nuestra dosis proporcional (o desproporcionada) de insensatez.

Y así como muchas de esas descripciones sobre otras plagas hacen referencia, junto a la irracionalidad contagiosa, a aquellos sujetos que se aprovechan de ella, y en definitiva a esos personajes (que nunca faltan) que se suben al carro de la locura colectiva, unas veces contagiados de la misma ceguera, otras intentando sacar tajada y medrar, lo mismo ha acontecido en nuestro actual desastre.

Casi todas las descripciones de plagas y pestes, clásicas y modernas, incluidas las obras de ficción basadas en hechos reales , otorgan un papel protagonista a la idiotez como respuesta habitual a estas crisis.

Y esto ha sido especialmente notorio en el ámbito de nuestros representantes políticos, de forma que junto a los que han tomado decisiones impopulares pero lógicas y responsables, guiados por los criterios de la ciencia y la epidemiología (cambiantes, eso sí, con el avance del conocimiento), aunque les costaran votos o incluso su futuro político, otros han hecho justo lo contrario y para aprovechar la pandemia políticamente han adoptado actitudes “populistas”, o han mentido directamente a los ciudadanos (como Trump) sin pararse a pensar y sin importarles demasiado las consecuencias de esa irresponsabilidad suya en forma de descontrol de la epidemia y número de muertos.

Y es a estos a los que ahora se llama «valientes» (aquí en España) cuando lo único que han demostrado es su cobardía para afrontar la realidad y tomar decisiones adultas y responsables (aunque fueran impopulares). Estos “valientes” han actuado guiados exclusivamente por su interés personal, casi siempre, pero no solo, de orden político y partidista.

Es el caso de políticos como Trump, Bolsonaro, o Díaz Ayuso, todos de un claro talante populista y cortados todos por un mismo patrón, y el caso también de Boris Johnson, al menos durante un tiempo, hasta que la realidad del virus vista de cerca y en primera persona le hizo recapacitar y entrar (algo) en razón.

Hoy la prensa informa (como si fuera algo inaudito) de los estudios en Navarra que demuestran un paralelismo entre la apertura de los bares y cafeterías y el descontrol de la pandemia, con agravamiento notable de su curva famosa. ¿Cabía esperar otra cosa?

Puede que esto se considere una sorpresa o algo inesperado e inexplicable en el contexto de insensatez colectiva promovida por la presidenta madrileña y políticos semejantes, que así lo hacen para sus fines propios, pero fuera de ese ámbito de irracionalidad y sectarismo político no cabía esperar otra cosa que lo que esos estudios describen y demuestran.

Otro estudio, publicado en Gaceta sanitaria en abril, llegaba a las mismas conclusiones: “Se encuentra una gran consistencia en la literatura al señalar que el cierre de los locales de hostelería es una de las medidas más efectivas para disminuir la incidencia y la mortalidad de la covid-19”.

Todo esto le importa muy poco a la presidenta madrileña porque su único objetivo es continuar en el poder, y ante ese objetivo máximo todo lo demás se tiene que doblegar y torcer.

El estrés, la sorpresa, la incredulidad, el estupor, la magnitud del desastre, y con todo ello la desestructuración de la normalidad que estas crisis traen consigo explican los comportamientos irracionales

Díaz Ayuso, a la que no le resulta difícil seguir la estela de Trump, y que imitando al maestro del populismo adopta lemas en ese orden, y que cree ciegamente (o eso dice) que crisis de esta entidad, económicas o pandémicas, de carácter global y colectivo, se solucionan con algo así como “Los madrileños primero”, de un provincianismo estrecho y rancio, debe considerar incomprensible también y hasta “exótico” que Biden, el presidente estadounidense, pida la suspensión de las patentes de las vacunas para abordar la única solución posible de este problema, que debe ser global.

A lo que Europa ¡sorpréndanse! se opone, para vergüenza de los europeos.

Con razón Zain Rizvi, investigador de Public Citizen, advertía estos días sobre este tema, recordando que “Bruselas trabaja para los ciudadanos, no para las grandes farmacéuticas”.

Hay que decir, sin embargo, en su honor, que el gobierno de Pedro Sánchez apoya a Biden en esta propuesta por otra parte tan razonable y necesaria si queremos llegar a ver el final del túnel.

Pero decíamos que, en esta pandemia, aparte de la irracionalidad que normalmente se asocia a estos eventos, también se han inyectado grandes dosis de insensatez deliberada.

En su libro “Primavera extremeña”, escrito al hilo de los acontecimientos, Julio Llamazares dice:

Algunos han mentido directamente a los ciudadanos (como Trump) sin pararse a pensar y sin importarles demasiado las consecuencias de esa irresponsabilidad

“Pero nuestro aislamiento no nos impedía conocer las noticias que llegaban de Madrid, donde la rigidez del confinamiento comenzaba a quebrar la paciencia de muchas personas, que se manifestaban contra el gobierno de la nación. Pronto las secundaron en otras ciudades y la agresividad y el ruido comenzaron a llenar los noticiarios trasladándonos unas imágenes preocupantes de lo que sucedía, pues recordaban a épocas pasadas por las consignas y las banderas. Definitivamente, la España negra, que seguía ahí, empezaba a mostrarse sin disimulo aprovechando una crisis cuyas consecuencias nos afectaban a todos, no solo a los manifestantes y tampoco únicamente a los españoles. Viendo sus caras agradecíamos estar lejos, pues el odio que traslucían se adivinaba aún más peligroso que la pandemia”.

Hay un magnífico documental, que recomiendo no perderse, de este año (2021) y del director Robin Barnwell, sobre lo ocurrido durante esta crisis en todo el mundo, titulado precisamente: «El virus que paralizó al mundo», que es un buen resumen de lo ocurrido.

De ese documental se desprende que hay áreas del mundo más acostumbradas a estos episodios epidémicos, y por tanto los afrontan con mayor experiencia, diligencia, y sensatez.

También que muchos gobiernos en los inicios de estas crisis tienden a negar y ocultar la realidad de los hechos faltando a su obligación de transparencia hacia los ciudadanos.

Y no solo en China la cual, a pesar de ser capitalista, sigue siendo dictadura.

Vemos igualmente como la lógica capitalista se sobrepone y ahoga a la lógica epidemiológica, dando lugar a resultados absurdos pues retrasa la solución y empeora los efectos, no solo de orden sanitario sino incluso de orden económico.

A los que ahora se llama «valientes» (aquí en España) lo único que han demostrado es su cobardía para afrontar la realidad y tomar decisiones adultas y responsables (aunque fueran impopulares). Es el caso de políticos como Trump, Bolsonaro, o Díaz Ayuso

Y este documental deja claro igualmente y señala a aquellos políticos que aún avanzada ya la pandemia, y con un conocimiento más exacto de lo que estaba ocurriendo, mintieron o siguieron mintiendo a sus ciudadanos, a pesar de las consecuencias -en forma de muertos- de sus mentiras.

Asistimos en este documental, por ejemplo, a las grabaciones en que Trump confiesa y reconoce ante el gran periodista Bob Woodward (el del caso Watergate), que mintió de forma deliberada a sus ciudadanos sobre la realidad del virus y su gravedad.

Sobre este personaje, Trump, patrón de corte para otros que han venido después, incluso en Madrid, Woodward ha escrito un libro titulado “Rabia” que sin duda es muy oportuno.

“Su único propósito es ser reelegido”, digo Fauci, uno de los mayores expertos en la materia, sobre Trump y su gestión de la pandemia (nos informa Woodward).

Y ahí sigue, sin embargo, tan ufano, el principal inspirador de la «nueva era» y el estilo de Díaz Ayuso.

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