¡Sordo! ¡No oír nada! ¡No percibir las sensaciones de la música, ni la voz de los seres queridos…!
Claro que hay muchos tipos de sordera. Me refiero a la de los que nacen sordos.
Los que hemos perdido parcialmente la audición conservamos, al menos, el recuerdo de cuando sí oíamos bien, cuando sentíamos esas notas, esos sonidos que nos hacían cerrar los ojos y disfrutar…
Beethoven era sordo. Eso lo sabemos todos y conocemos los detalles dramáticos de su vida. Leed el capítulo dedicado a él por Juan Antonio Vallejo-Nágera. Pero este admirado escritor no tuvo en cuenta un detalle: que el “divino sordo” no nació así. Al final de su vida vivía en su mundo con “sus sonidos”, que conocía maravillosamente y no necesitaba oír para componer. Sólo en sus relaciones con los mundos que no eran el suyo era infeliz y agrio de carácter.
Lo mismo les puede pasar a los que nacen con este defecto. Crean su propio universo y son felices en él, porque no conocen otro. Pero necesitan comunicarse y aprenden un lenguaje propio que les permite hacerlo.
Quiero hablaros, con total admiración, de quien sufre con inmenso dolor la sordera: las madres de los sordos. También lo podría hacer de los hijos de ellos, pensando en aquel formidable actor del cine mudo que fue Lon Chaney, “el hombre de las mil caras”, cuya portentosa mímica dicen que fue aprendida con sus padres sordomudos.
Pero volvamos a las madres que ven como ese trozo de su carne, lo más querido, crece y se dan cuenta de que no oye. Nada. ¿Os dais cuenta de su angustia al comprobarlo? Me imagino que sentirán como si el mundo se abriese a sus pies, porque su retoño tendrá otro diferente que no es el soñado para él.
Pero hoy la Ciencia ha avanzado extraordinariamente y aún lo hará más en el futuro. Espero. Sus hijos podrán oír.
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Yo no he visto una cara más radiante, más feliz, más llena de vida, que la de una mujer cuyo hijo de dos o tres años, sordo de nacimiento, había sido sometido a una operación de implante de un sistema auditivo. ¡Y oía!
Ver el rostro de aquella mujer era como beber el agua fresca de una fuente cristalina; era como contemplar un glorioso amanecer. No sé si el más excelso pintor podría reflejar con sus pinceles tanta belleza en su mirada.
¿Quién era aquella madre que alumbraba con su brillo a quienes la miraban? Lo pregunté, sin que me aclararan su desconocida identidad, pero sí me explicaron el motivo de aquella dicha luminosa.
Me dijeron el nombre del cirujano que había realizado el milagro.
Mi corazón se llenó de orgullo porque era el compañero inseparable de mis hijos. Era –y es—para mí como un hijo más, y así lo consideraba también, siempre, mi esposa.
Y uno piensa y siente lo maravilloso que es pertenecer a la estirpe humana, donde hay personas que estudian y luchan por desarrollar el don con el que nacieron, el de ayudar a sus semejantes necesitados.
2 comentarios en «Sordo»
Como siempre mi felicitación ,hasta la próxima semana.Un abrazo.AZUCENA.
Muchas gracias, Azucena. La semana que viene os haré sonreir. Espero.
Un abrazo