Javier Tolentino, licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, y con tres décadas de experiencia a su espalda en Radio Nacional de España, es uno de los críticos de cine más reconocidos del país.
Javier A. Muñiz, Ical.- Tras dirigir en las ondas programas como ‘Siete Días’, ‘Informe Abierto’, ‘La Jornada’ o ‘El Ciempiés’, conduce desde hace más de 20 años ‘El Séptimo vicio’ en Radio 3, un espacio especializado en cine de autor. A lo largo de su trayectoria, la labor del periodista salmantino se ha hecho merecedora de galardones como el Premio de la Crítica (2002), el Premio del Festival de Cine de San Sebastián (2006) y la Espiga de Honor de la Seminci (2019). Además, como escritor, ha publicado ‘El cine que me importa’ (2014), ‘Disculpen que les hable de la radio (2017) o ‘Un alfabeto para Emma Suárez’ (2019). Ahora, Tolentino estrena su ópera prima como director, ‘Un blues para Teherán’, el proyecto al que ha dedicado los últimos cinco años de su vida.
Durante la entrevista, el novel cineasta explica el reto de su transformación profesional, su fascinación por el cine iraní y por el pueblo persa, y las dificultades de rodar en un país con un contexto socio-político complejo.
¿Qué es lo que lleva a un crítico de cine a dar el salto a dirigir una película?
Es una consecuencia muy natural. Después de varios años dedicado al periodismo cinematográfico, a la crítica y la crónica, pensé que yo también tenía mis propias ideas sobre cómo hacer un relato. Creo que es fruto del gusanillo que siempre queda. Me imagino que en muchos oficios puede pasar lo mismo. El reto era saber si yo podía hacer una propuesta después de todo lo que yo había visto, mirado y aprendido, o no.
¿Cuáles han sido los directores que tanto le han influido como para desear ponerse en su piel?
Me influye mucha gente. Basilio Martín Patino, el primero. Quieras o no, ha sido uno de los pioneros del cine de no ficción, con todo su cine documental y con películas como ‘Canciones para después de una guerra’ o ‘Queridísimos verdugos’, incluso su última película ‘Libre te quiero’. Ha sido una referencia importante. Aunque en este caso, diríamos que la referencia principal ha sido el cine iraní. ‘Un blues para Teherán’, me sale así decirlo, es una carta de amor, tanto al cine iraní como al pueblo persa. Creo que el cine iraní me ha dado muchísimo, desde las primeras películas que yo pude ver en Cannes y en la Seminci. Después, las veces que he acudido a cubrir festivales en Irán he podido ver al pueblo iraní y me apetecía mucho rodar allí. Las dos cosas: Irán, por un lado, y la cinematografía iraní, por el otro, son las que me han puesto en la casilla de salida y en camino hacia la meta personal de ponerme a rodar esta película.
¿Tenía alguna relación previa con Irán?
No. Lo primero fue el cine. Conocía la poesía y las alfombras persas. Pero a partir de los años setenta y ochenta, el cine de Mohsen Makhmalbaf, Bahman Ghobadi o Abbas Kiarostami es lo que a mí me influye decisivamente.
¿Es difícil rodar allí?
No es que sea difícil, es un milagro. Estuvimos dos años y medio encontrando los visados y los permisos necesarios. Lo que no puedes hacer en Irán es un acto clandestino como rodar sin permiso, porque acabas en la cárcel a los 15 minutos. Así y todo, acabamos en comisaría en una ocasión. Llegaron la Policía y los confidentes diciendo que teníamos las cámaras en la capital para reírnos e insultar al pueblo iraní. Eso es lo primero que piensan. Entonces, te ven las imágenes y te exigen que borres algunas. Eso fue un trago muy duro para todo el equipo.
¿Cómo definiría el contexto social y político de Irán?
Cuando yo escribí el guion e hice el proyecto, mi objetivo no era ir a Irán a hacer un juicio político. No pretendía ser el occidental que llega allí y se permite el lujo, tranquilo desde su burbuja capitalista burguesa, de mostrar una especie de juicio de lo mal que lo hacen los iraníes. No, el proceso era distinto y el motivo también. Se trataba de, a través de la cultura, sobre todo de la música, porque en el fondo ‘Un blues para Teherán’ es un musical, intentar hacer preguntas para un mismo. Preguntarse cómo es posible que un país y un pueblo con tanta historia, y tanta delicadeza en su poesía y en su música, tenga tantas dificultades para organizarse socialmente. Esa es la pregunta que yo quería hacer al espectador. No sé si habré conseguido respuestas, porque eso ya cada espectador responderá por sí mismo. Pero ese era el objetivo.
¿Por qué escogió la música como lenguaje vehicular de la película?
Porque mi formación es en los laboratorios de la radio pública española, en Radio 3. Y también en el programa que dirijo, ‘El séptimo vicio’, la música es fundamental y esencial. Casi diría yo que al 50 por ciento con el cine. Antes que ser un espacio cinematográfico es un programa de radio, que hay que sacar todos los días inspirándose en el cine, pero también en la música por el carácter de la emisora, de Radio 3. Entonces, mi formación es musical. De hecho, yo no podría vivir, ni despertarme cada mañana, si no explotara en mi casa la música. Y así fue. Yo quería llegar a Irán, hacer un casting poniendo anuncios en las escuelas de música, y contar con los músicos que aparecieran y quisieran voluntariamente cantarme una canción. Eso es ‘Un blues para Teherán’.
¿Y por qué un blues es lo que va al título?
Cuando veo países como el Líbano, Palestina, Siria e Irán me salen las lágrimas. Me salen las heridas y la derrota de un países que, por mucho petróleo que tengan y mucha riqueza, hay melancolía y tristeza porque, en realidad, no hay suficiente libertad, ni hay igualdad. Tienen el futuro en sus manos, y creo que lo irán consiguiendo, pero de momento, estos países que yo cito, e incluyo Iraq y Afganistán, que son además el origen de la cultura occidental, están arrastrando quizá su etapa más triste. Por eso un blues.
¿Cómo están siendo las críticas de los colegas?
De una generosidad absoluta. No tengo nada más que agradecimiento y sorpresa. No hago más que mirar y ver lo que dicen cada día mis colegas, y yo espero que sea por la película en sí misma, y que no tenga que ver mi nombre o mi trayectoria, que la película sea lo que despierta interés y el elogio en las crónicas. En fin, eso me ha sorprendido.
¿Y qué percibe, por otro lado, en la reacción del público?
Es muy diferente cuando lo ven los iraníes. El otro día estuvimos en Jordania, en Amán, viendo la reacción de muchos estudiantes de español en Iraq, Irán y la propia Jordania. Y la verdad es que ellos son, además, los destinatarios directos. Como en el cine de Buñuel, los destinatarios son los españoles, diría que en ‘Un blues para Teherán’ los destinatarios fundamentales son los iraníes. Y la verdad que ahí, hay mucha emoción. En algún momento me decían que se estaban sorprendidos porque, bueno, sentían que era la primera vez que un occidental, alguien que viene de más allá del Mar Rojo, no emite juicios de valor, sino que lo que hace es una declaración muy amorosa sobre su pueblo y su cultura. Y eso sí que lo he intentado.
¿Tiene previsto continuar en el cine con nuevos proyectos?
Sí. Bueno, esto no es como escribir un poema que depende de ti y de si tienes un poquito de tinta y una mesa. Pero si los productores siguen confiando en mí, seguro que seguiré. De hecho, ya estamos preparados para empezar en el primer trimestre de 2022 el próximo proyecto y a ver si hay suerte y podemos realizarlo.