[dropcap]F[/dropcap]onseca es mucho Fonseca. Llenar la inmensidad de ese espacio expositivo no es fácil. Sus enormidades a veces devoran al artista. En estos días de regreso paulatino a la vida medianamente normal he vuelto a recorrer las salas del antiguo colegio mayor. Todavía hay miedo y se acusa también la pérdida de hábitos. El tránsito se hace en soledad, resonando las pisadas por esas dependencias deseosas de recuperar tiempos mejores. Nunca estuvieron masificadas, pero siempre contaron con un flujo continuo de visitantes.
Acudí por Luis Fernando, es cierto. Lo hubiera hecho igual, pero el primer aviso llegó de él y supe ya que algo bueno se cocía por el recinto arzobispal. En ese homenaje postrer del centenario que la Universidad se rinde a sí misma, a partir de la experiencia de fastos que parecen ya lejanos, surge la idea de reconocer a sus gentes, la comunidad que la integra. Y para esta exposición, tres buenos fotógrafos vinculados profesionalmente a la vida cotidiana de la institución reciben el encargo de fotografiar los edificios y retratar a un elevado número de personas anónimas. Santiago Santos, con sus espacios arquitectónicos, espectaculares, y Alberto Prieto, que ha recuperado la fotografía minutera en Salamanca, acompañan a Luis F. Lorenzo en esta muestra presentada como un retrato colectivo.
El retrato fotográfico es un género complicado. Su aparente sencillez lleva al inexperto a minusvalorarlo, pero su ejecución no es fácil. No estamos hablando, evidentemente, de la foto para salir del paso o colocar en el salón sin mayores pretensiones. Tomé, uno de los grandes fotógrafos salmantinos de los últimos años, hablaba con pasión sobre el tiempo que lleva preparar un buen retrato. Primero, y es fundamental, hay que conocer a la persona para entrar en su interior y plasmarlo en la fotografía. Luego ya estarían las partes técnica, fundamentalmente la iluminación, y artística, con la composición, los colores y todo lo demás. Félix Nadar, del que tuvimos la suerte de contemplar una buena selección de sus retratos en la Casa de Las Conchas hace unos años, fue pionero en este sentido.
Los principios de Nadar están presentes en todos los buenos retratistas. También en Luis F. Lorenzo, que en esto de la fotografía es un poco todoterreno. Con los encargos profesionales, que suelen encorsetar la creatividad, Luis Fernando sale airoso de los convencionalismos y deja siempre su impronta creativa. Pero su género predilecto es el retrato. Ahí es donde ha sabido destacar, reflejando extraordinariamente el perfil psicológico de los retratados. Esto es lo que hace en los ciento diez que expone por estos días en Fonseca. Más de un centenar de profesores, alumnos o personal administrativo y de servicios, sin distinción, sin nombre, sin saber la función que desempeñan aunque algunas sean reconocibles. Con un estilo que sigue las mismas pautas, van desfilando ante su objetivo, uno a uno, los retratados. Y ahí están interpelando al espectador, con su diversidad de caracteres, procedencias, funciones… Todos son la comunidad universitaria a la que Luis F. Rubio rinde homenaje con sus retratos.
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