Pablo Díaz Allende es uno de los componentes del trío de becarios de pastor que acaba de vivir la experiencia de la trashumancia desde Cáceres al puerto de Las Pintas, en Salamón (León), con un rebaño de 1.400 ovejas merinas perteneciente a Francisco Morgado Galés.
Elena F. Gordón / Ical. La Fundación Monte Mediterráneo, en el marco del Grupo Operativo Ovinnova, es la responsable de la convocatoria a la que accedió este joven ingeniero forestal leonés de 21 años, al igual que sus compañeros en este singular viaje, un alemán y un canadiense con los que ha compartido toda la vivencia y a los que se sumaron durante algunos días otros jóvenes alemanes.
Educado desde pequeño en Madrid, pero amante de las montañas en las que crecieron sus progenitores -su madre en de Burón y su padre de Salamón-, no pudo hacer las prácticas de la Ingeniería Forestal que acababa de concluir en El Escorial por culpa de la pandemia.
Tras conocer a Ernestine Lüdeke, que preside Monte Mediterráneo, se trasladó a principios de año a la finca de 700 hectáreas que gestiona la entidad en Santa Olalla de la Cala (Huelva) el pasado mes de enero. Allí se dedicó “básicamente a aprender, porque tienen de todo, tratamientos selvícolas, ganado…”.
Allí se concretó la posibilidad de participar en la trashumancia, como parte de la convocatoria de becarios de pastor para recorrer la Cañada Real Leonesa Occidental y Pablo no dudó. “Las ovejas siempre suben a mi puerto, pregunté y me ofreció la posibilidad de hacer la trashumancia con Paco, al que ya conocía. Siempre lo quise hacer; me gustaba”, apunta antes de afirmar que tiene intención de quedarse en las montañas leonesas -si puede ser en las de Riaño- a labrar su futuro laboral y a vivir. Quiere, dice, trabajar donde ha pasado todo su tiempo libre y tiene más que claro que cumplirá su objetivo de “salir de Madrid”.
Como becario de pastor, se enfrentó a una realidad “dura, a la que nadie da importancia porque vas al supermercado y tienes de todo”, de la que ha aprendido, sobre todo, a valorar la profesión. “Hemos tenido lluvia, granizo… a las siete en pie cada día y nos hemos acostado tarde. Hubo noches que no podríamos encerrar las ovejas hasta las 12” relata cuando concluye dos meses de intensa trashumancia tras los que mantiene que le gustaría poder criar algo de ganado para autoconsumo.
Reconoce que el ritmo del rebaño y las etapas a superar cada día le han dejado poco tiempo para comunicarse con su familia o con sus amigos. “Cada día llegaba reventado a la cama. Ahora toca descansar, pensar y en cuanto pueda me pondré a buscar un trabajo”, dice. Considera que aunque no lo haya hecho todo bien sí lo ha intentado “al cien por cien y espero que el pastor y los compañeros se sientan bien y estén satisfechos”.
De Paco comenta que “es un buenazo y un currante” y de los otros becarios -con quienes convive desde enero- que son “duros, muy buena gente y no se cansan”. Con ellos, además de compartir estos dos meses como pastor ha podido mejorar “bastante” su nivel de inglés. Todos, asegura, terminan “encantados” tras estas semanas de convivencia de las que guarda, entre otros gratos recuerdos, algún baño en el Tajo “con el río entero para nosotros”.
“En el campo aprendes mucho”, subraya y explica que le ha sorprendido comprobar lo desconocido que resulta, sobre todo para los jóvenes, algo tan básico como reconocer a un animal. “Alguno nos ha preguntado… y no diferenciar una cabra de una oveja me parece preocupante. Nunca me había pasado esto en el pueblo”, reflexiona.