[dropcap]E[/dropcap]n estos días en los que se debate tanto acerca de las ventajas e inconvenientes del lenguaje inclusivo, no está mal aprovechar para reflexionar acerca del progreso de la igualdad de género en el día a día, por ejemplo, en las profesiones de Ciencias de la Salud, y más concretamente en Medicina.
El ejercicio profesional de la medicina y la enfermería tiene tres componentes: asistencial, que es el mayoritario, docente e investigador, que son complementarios. No siempre van unidos, pero los tres suelen formar parte del desarrollo profesional en distinta medida o proporción, dependiendo de las circunstancias, posibilidades concretas de cada puesto de trabajo e interés de cada profesional.
En el campo asistencial el progreso de las mujeres en ciencias de la salud en general, y en medicina en particular, ha sido asombroso: en pocos años se han convertido en mayoría absoluta. En algunas profesiones ya lo eran, enfermería o farmacia, por ejemplo, en medicina lo han conseguido recientemente. En 1985 las mujeres eran un 25% del conjunto de los médicos, en la actualidad suponen más del 50%(127.979 mujeres colegiadas en 2017 por 125.817 hombres). En 2018 el porcentaje de mujeres entre los médicos del Sistema Nacional de Salud era ya del 55,5%, tres puntos más que en 2014. En Atención Primaria el porcentaje actual es mayor (61%) y se estima que alcanzarán el 75% en los próximos años. En pediatría el 75% son mujeres. En cambio, en especialidades quirúrgicas como cirugía cardiovascular, traumatología, urología, etc. hay un predominio significativo de hombres. Esta distribución seguirá modificándose en los próximos años a favor de las mujeres: entre los MIR suponen ya el 66%.
Sin embargo, aun son pocas las que ocupan puestos directivos dentro de la organización del sistema sanitario y solo una de cada cinco dirige un equipo de trabajo: únicamente el 18% de las jefaturas de servicio y el 28% de las jefaturas clínicas están ocupadas por mujeres, es decir, que sigue existiendo una barrera invisible, lo que se ha dado en llamar un ‘techo de cristal’ que por diversas circunstancias impide que las mujeres ocupen puestos directivos y de gestión en el sistema sanitario público.
Por otra parte, existe también una brecha salarial importante: según un informe elaborado por UGT médicas, enfermeras y celadoras sanitarias cobran de media casi 9.000 euros menos al año que sus compañeros. La precariedad también es mayor en su caso: el 45,5% tienen una plaza en propiedad frente al 54,4% en el caso de los hombres. En 2017, 146.000 profesionales sanitarias llevaban menos de un año en su puesto de trabajo, frente a 39.100 hombres que estaban en la misma situación. Estas diferencias de género se explican, en gran medida, porque las mujeres asumen un mayor peso en los roles familiares que, dadas las pocas facilidades para la conciliación, significa un menor peso profesional (reducción horaria, guardias, remuneraciones, formación, etc.) y por tanto una menor posibilidad de promocionar.
En relación con la docencia e investigación disponemos de menos datos. Las mujeres son el 70% del alumnado de las facultades de medicina y suponen únicamente el 40% del personal docente e investigador universitario en las áreas de conocimiento de ciencias de la salud, pero ocupan menos del 7% de las cátedras(la media en la universidad española es del 21%) o del 16% del profesorado titular. La docencia universitaria sigue siendo “cosa de hombres”. Lo mismo sucede en la investigación: según datos del CSIC referidos a sus investigadores en el año 2019 el porcentaje de investigadoras era del 35,9%, pero en el área de biología y medicina únicamente del 33%. Los porcentajes de mujeres a medida que se asciende en el tipo de contrato dentro del propio CSIC empeoran. El techo de cristal de la plantilla investigadora es de 1,35 (proporción de mujeres en las tres categorías investigadoras respecto a la proporción de mujeres en la categoría más alta).
Existe pues una situación de desigualdad de género manifiesta, que afecta a todos los aspectos del ejercicio profesional sanitario, pero que es aún más marcada en la docencia e investigación. Es indudable que hay que concienciar socialmente acerca del problema y “presionar” a nivel institucional para conseguir avanzar hacia la igualdad eliminando barreras y techos de cristal, pero no es menos cierto que en ese camino las dificultades de conciliación en el sector sanitario las sufren más directamente las mujeres y que es cada persona, cada pareja, cada unidad familiar, la que debe establecer el reparto de las cargas familiares y no siempre tienen que ser las mujeres las que se vean obligadas a conciliar en base a renuncias profesionales. Más allá de valoraciones generales que, repito, son indispensables, cabe la reflexión personal: en tu caso, ¿quién concilia?