Opinión

La batalla del sicomoro

"La batalla del Sicomoro". (Dibujo de E. Jiménez, junio 2021)

 

– La abuela de vuesa merced inventó esa historia para entretener a los niños y hacerles sentir un respeto por su árbol natal; para que conservasen el valor de las viejas tradiciones. Pero la realidad es algo distinta.

– ¡Ah! ¿Síi? ¡Cuenta, cuenta…!

– Pues verá… Cuando los franceses iban a llegar a este pueblo, formaban parte de una de las grandes retiradas que tuvieron que hacer ante el éxito de las tropas nuestras, o dentro de las maniobras para reagruparse en otra parte e iniciar otra ofensiva. ¡Ya sabe! ¡Cosas de las guerras de entonces!

– Yo creo que esas cosas ocurren en todas las guerras de ahora y de siempre; pero… sigue…

– Sabiendo que el enemigo tendría que pasar por aquí, antes de llegar ellos acudieron al pazo el Curita y otros de su partida para alertar a todos y ver si se podía hacer alguna resistencia. El Curita era un antiguo seminarista que había dejado la sotana para luchar contra el invasor, como hicieron tantos como él. ¡Y muchos que sí eran sacerdotes consagrados!

«Pronto se dio cuenta nuestro Curita de que no era posible hacerlo, ni en el pueblo ni en el pazo, ante el número de franceses que se acercaban. Pero vuestra abuela, que era digna heredera de una gran estirpe de guerreros, se le ocurrió una estratagema…

«Discurrió la Señora que si un buen número de enemigos se pudiesen eliminar previamente, se podría intentar luchar con el resto. Pero… ¿cómo? Muy sencillo: envenenándolos. Para ello era preciso que la curandera Lucinda les proporcionase la pócima adecuada, que sólo produjese un ligero sabor amargo en el vino e hiciese su efecto al cabo de algunas horas.

«Para preparar la trampa era necesario engañar al francés, ocultando minuciosamente la entrada a la bodega, como si se pretendiese que pasase desapercibida y dejando dentro, además, embutidos, algún jamón y otras viandas para cuando marchasen los invasores.

«¡Dicho y hecho! Se echaron las hierbas que había preparado Lucinda en las cubas de vino y dejaron todo muy oculto, pero con «inoportunas» huellas de pies, como si fuesen testigos de una huida precipitada.

«Salieron todos para ocultarse en el monte, casi coincidiendo con la llegada de los gabachos. Se trataba de los restos de un batallón bastante diezmado, con un total de unos doscientos fusileros y voltigeurs, sin caballos ni trenes de artillería. Asolaron las casas del pueblo, buscando inexistentes riquezas o comestibles, encontrando sólo mendrugos y agua no muy limpia. Rabiosos, quemaron la mayoría de las viviendas.

«En el pazo no tardaron en encontrar la entrada a la bodega, «pese a estar tan bien escondida». Aquella tropa pasó la tarde y parte de la noche comiendo y bebiendo sin tasa. ¡El plan de la Señora estaba saliendo perfecto!

«Pero no todos bebieron el vino emponzoñado, unos por estar castigados, otros porque tuvieron que montar la imprescindible guardia, y otros, en fin, porque eran abstemios.

«El plan de los guerrilleros — a los que se habían sumado muchos paisanos– era atacar el pazo a la mañana siguiente…

«Pero fueron sorprendidos por el comandante galo. Viendo como sus hombres morían por docenas, envenenados, reunió a los supervivientes y, antes de que amaneciese, salieron buscando la retirada. Se entabló una cruenta lucha, con perdidas por ambas partes y, al final, los franceses tuvieron que regresar, no al pazo, que habían incendiado antes de salir, sino a las caballerizas, donde prepararon una eficaz defensa esperando recibir refuerzos externos.

«Por tres veces los guerrilleros intentaron, durante aquel día, romper la resistencia francesa pero no lo consiguieron, pues contaban con abundante fusilería. Pensaron someterlos por bloqueo, pero al atardecer los vigías detectaron la presencia de caballería ligera, dragones, sin duda observadores del grueso del ejército enemigo, que no tardarían en avisar a sus mandos de lo que estaba ocurriendo.

«Nuevamente fue la DAMA BRAVA –que así la llamaban ya– la que propuso una solución. Consistía en dejar aparentemente abierta una parte del cerco, la del jardín donde estaba «su» sicomoro. Al anochecer se encenderían hogueras en todas partes, menos por allí. Los sitiados, percatados, intentarían retirarse por aquel punto. Pero antes una docena de guerrilleros se deberían esconder en la frondosa copa del sicomoro, bien pertrechados, para disparar a los franceses al acercarse, dando tiempo a los nuestros, ocultos en los flancos, para atacarles antes de la recarga.

«Y sucedió como la DAMA BRAVA había previsto. La pelea fue encarnizada, sin cuartel, acabando con todos los franceses, aunque con muchas pérdidas españolas. Vuestra abuela intervino en la lucha, recogiendo la enseña con el águila napoleónica. Y como el Curita estaba entre los caídos, tomó el mando de la partida, colocando a los hombres estratégicamente para rechazar a los rescatadores.

Cuando llegaron fueron hostigados por los guerrilleros, que ahora sí disponían de abundantes fusiles. En vista de que no podían hacer ya nada, volvieron grupas para reintegrarse a su columna, concluyendo así lo que se llamó «la batalla del Sicomoro». Los que quedaban de la partida del Curita se incorporaron a otras para continuar la lucha.

«Concluida la guerra, todo se reconstruyó. El valor de vuestra abuela fue reconocido y recompensado por las autoridades militares, concediéndola una medalla y el grado simbólico de teniente del Ejército Real. Otras guerras vinieron después, pero no con la crueldad que hubo durante la francesada.

«Y esta es la historia de la DAMA BRAVA, una mujer como tantas otras españolas que mostraron un valor indómito ante las fuerzas invasoras que nos atacaron a lo largo de los siglos.

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-Querida Aya, tal y como me lo has contado más bien parece un parte militar de guerra que una leyenda, perdiendo con ello todo el encanto del misterio que tenía…

-Sí. Pero lo cierto es que la DAMA BRAVA y su árbol natal, el sicomoro, nacieron y murieron en el mismo instante. ¿Quién nos dice que no hubo una comunicación constante entre ambos? ¿No sería ese influjo el que ocasionó que el final de la batalla fuese precisamente allí, donde quiso la Señora, con la intervención activa del sicomoro? ¿Quién lo sabe?

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