[dropcap]S[/dropcap]aboreé el famoso artículo «Vuelva usted mañana«, de Mariano José de Larra, cuando estudiaba bachillerato, como modelo, no sólo por lo bien escrito que está, sino también como contrapunto de la burocracia, un mal que a todos nos afecta causándonos aburridas molestias. El título quedó como paradigmático.
Aquella burocracia que se sufría en tiempos del genial «Fígaro» se originaba, según él, por la pereza que atribuía a todo funcionario de este resignado país llamado España.
En mis tiempos de estudiante el azote burócrata era de otro tipo, motivado por la multiplicidad de ventanillas. Se iba a una de ellas en cualquier entidad pública y, después de aguantar una cola –a veces muy larga– te enviaban a otra y de ésta a otra… Y así indefinidamente. El motivo era múltiple: te podía faltar un dato u otro estaba mal puesto, o te lo debían sellar en otra parte, o te faltaba una póliza de tantas pesetas. Difícilmente terminabas en la primera ventanilla todo el trámite…
Como hoy ya no se usan estas pólizas, informo que eran una especie de sellos que se pegaban en todo documento oficial y que se vendían en los estancos o tabacaleras con un precio variable, según el requisito para el que se destinaban. Y no era raro que al presentarlo en una ventanilla te faltase alguna cantidad para que estuviese correcto. Por precaución, mucha gente llevaba algunas pólizas en la cartera, por si era necesario para completar el requerimiento.
Con el tiempo, al llegar la democracia, se suprimieron muchos requisitos para hacer estos papeleos. Se suprimieron las pólizas y había oficinas de registro donde te tramitaban todo. ¡Qué gran felicidad para aquellos que padecimos el «ventanilleo»!
Pero ahora se ha generado otra desagradable época de pesada burocracia, aparentemente inútil por la pérdida de tiempo que representa. ¿Cuál es el motivo de este renacimiento burocrático? ¡Averígüelo Vargas!
Contaré el caso que le ha ocurrido a un amigo. Necesitaba resolver un determinado problema y para ello fue al organismo oficial correspondiente. En la sala donde estaban las mesas –ya no suele haber ventanillas–, cada una con su funcionario, no había ningún peticionario, o como se llame el que tiene que hacer cualquier trámite. ¿»Tramitantes«?
El conserje le preguntó si tenía cita.
– «No. No la tengo. Es que soy de fuera y vengo a resolver tal cuestión. No sabía que había que hacerlo»
– «Pues lo siento, pero tiene que pedirla previamente. Es por el protocolo»
– «De acuerdo. Pero ya que estoy aquí, y que no hay nadie esperando, ¿no podría resolverlo sin el protocolo?
– «Hable usted con la funcionaria, a ver que le dice»
Y ya ente la mesa indicada, le dicen que es imposible, que no le pueden atender sin haber pedido cita previa.
– «Vale. Pues se la pido en este instante, teniendo en cuenta que no hay nadie esperando»
– ¡No puede ser! ¡La cita tiene que hacerse POR TELÉFONO! ¡No podemos saltarnos a nadie!»
Atónito, tuvo que sacar su teléfono móvil y llamar a una persona ¡¡que estaba a dos metros!! desde fuera del edificio.
No le podía atender en ese momento. Tenía que ponerse a la cola de una lista. Le dio cita para dentro de dos horas.
¡Menos mal que tenía otras cosas que hacer y había pedido permiso en el trabajo para ello!
A las dos horas volvió y la eficiente funcionaria le entregó, después de oír su petición, un papel en el que se decía lo que tenía que aportar junto a la solicitud –que ya llevaba inútilmente preparada.
Y mi amigo se preguntaba: «¿Pero es que no me podía haber atendido hace dos horas, para darme este papelito, en lo cual no ha perdido ni dos minutos de su valiosísimo tiempo? ¿Y el mío, es que no cuenta para nada?»
También le dijo aquella funcionaria que como en aquella oficina estaba muy saturado el papeleo (???) fuese a otro edificio, pero que no se olvidase de pedir cita previa. ¡Menos mal que se lo dijo, porque si no puede que hubiese sido necesario empezar todo el proceso!
No sé si mi amigo dio las gracias a tan gentil funcionaria. Yo, desde luego, lo hubiese hecho, con toda educación y recochineo, para ver si se le subían los colores a la interpelada, aunque me parece difícil que ocurriese tal cosa.
A los pocos días, con todos los papeles necesarios, ya en regla y con cita telefónica previa, mi amigo fue al sitio indicado y se encontró con que allí las cosas fueron diferentes, resolviendo su problema en pocos minutos.
Y digo yo ¿es que no pueden hacerse los trámites, de por sí pesados, con un poquito de sensatez y buena voluntad? Si una persona no sirve para un trabajo que requiere atención al público, ¿por qué no se la dedica a algo distinto? ¡Son cosas que deberían solucionarse por el bienestar del sufrido ciudadano, al que se le hace perder bastante tiempo con estas absurdas normas burrocráticas!
Parece que todo funciona como un péndulo y que ahora estamos, de nuevo, en aquellos tiempos del genial Larra, con su: ¡VUELVA USTED MAÑANA!
¡Como siempre!