[dropcap]E[/dropcap]l catecismo neoliberal es fundamentalmente un catecismo sádico. A estas alturas es difícil ignorarlo. Su objetivo principal es infligir dolor, aunque no de manera indiscriminada sino selectivamente. No pretende infligir dolor (ni siquiera un leve molestar) a los usuarios de los paraísos fiscales ni a los monarcas corruptos de aquellas monarquías que se dicen «parlamentarias», pero a los que el parlamento no puede investigar. Tampoco es su objetivo provocar dolor a aquellos especuladores que, faltos de regulación, se enriquecen y medran con nuestra pobreza.
Su objetivo es infligir dolor a los ciudadanos de a pie.
¿Y quiénes son los “ciudadanos de a pie”?
Desde luego no la «élite» política y financiera, alienada y separada del resto de la sociedad y movida únicamente por sus propios intereses, cuyo mundo gira en torno a la corrupción, el turnismo, las puertas giratorias, y los aforamientos, sino la clase trabajadora y la clase media (baja), cuyo objetivo es sobrevivir y llegar a fin de mes.
Suele decirse que desde la revolución-involución neoliberal ya no existe la clase media, puesto que siendo objetivo primordial del catecismo neoliberal acumular casi toda la riqueza existente en manos de una minoría (ese famoso 1%), ha propiciado una polarización extrema incompatible con la clase media, reduciendo todo el espectro social a super-ricos y «precarios».
De la misma manera que el espectro ideológico ha sido reducido al jibarizado «pensamiento único», sin alternativa ni variación posible.
Por tanto, si aceptamos como verdad científica que la evolución nos adapta a un entorno cambiante, hemos de suponer que en este entorno parco en pensamientos e ideas alternativas, de aquí a poco nuestro cerebro encogerá.
Lo cierto es que dentro de lo que llamamos «precarios» pueden establecerse matices y aún podríamos distinguir entre clase media baja y obreros.
En cualquier caso, ni unos ni otros importan a los dueños actuales del mundo. Y esto lo explican muy bien diversos y muy lúcidos analistas.
No podemos decir que ignoremos la matriz y el origen de nuestro fracaso y de nuestro «dolor económico» o de nuestro malestar social, que cuando no se frena suele acabar en crispación explosiva.
En el artículo anterior mencionábamos el libro de Iván Krastev y Stephen Holmes: «La luz que se apaga: cómo Occidente ganó la guerra fría, pero perdió la paz», un análisis muy sugerente de los resultados imprevistos de la revolución neoliberal de los años 80.
Una revolución que ha fracasado, probablemente porque no fue una revolución liberal y democrática (como se predicó) sino una revolución «neoliberal» y sectaria, beneficiosa solo para unos pocos.
En el libro se explica (a vueltas con el análisis del fracaso del proyecto democrático en algunos países del Este: Hungría, Polonia, Rusia…), que -por matizar un poco más el título- no fue Occidente quien ganó la guerra fría, sino los dueños del dinero globalizado que, aunque tengan residencia (una de ellas) en Occidente, tienen su alma en los paraísos fiscales.
Allí, en las alturas del archipiélago plutócrata, coinciden y conviven los dueños del dinero y otros corruptos de Occidente y de Oriente, ganadores de esa guerra fría y promotores de dicha revolución-involución.
Y quienes efectivamente si perdieron la paz fueron no solo los trabajadores y las clases medias de Occidente sino las del mundo global. Los grandes estafados.
En el párrafo del libro de Krastev y Holmes que recogíamos en el artículo anterior se describe y denuncia cómo sin el contrapeso de un pensamiento y una opción política alternativa ha llegado indefectiblemente, no el fin de la Historia, sino la imposición y el abuso, es decir lo opuesto a lo que entendemos por democracia y libertad.
Sin el contrapeso de un pensamiento y una opción política alternativa ha llegado la imposición y el abuso, es decir lo opuesto a lo que entendemos por democracia y libertad
De hecho, el resultado tiene un fuerte componente fascista. Y no son decepcionantes solo los regímenes pseudo-democráticos de algunos países del Este, sino que también en Occidente la imposición y el abuso de unos pocos está a la orden del día.
Por lo pronto en nuestro propio país la independencia de poderes que fundamenta una democracia es dudosa y la jefatura del Estado es impune. Esos son rasgos propios del fascismo.
Algo similar vimos en Grecia y otros países, con ocasión de la estafa neoliberal y financiera de 2008: los responsables resultaron impunes y beneficiarios, mientras que las víctimas tuvieron que pagar la factura.
Otro de los rasgos del fascismo es el ánimo de producir dolor. El fascismo tiene, como es sabido, un fuerte componente sádico. Baste recordar alguna de las películas de Pasolini.
Veamos un ejemplo:
Ante lo notorio y el escándalo de la impotencia de nuestros «representantes» para poner fin al abuso y el expolio de las empresas eléctricas, algunos de nuestros representantes más conscientes o arrepentidos han dirigido un llamamiento desesperado a las «élites» de Bruselas (los dueños del dinero) para introducir correcciones en el mecanismo del abuso.
La respuesta rotunda y firme de la «Comisión» la hemos podido leer estos días en El País:
La «Comisión» es contraria a la intervención pública o al control democrático del abuso, y el objetivo deliberado y consciente de este proceder desregulatorio es introducir un umbral de «dolor económico» que preserve los principios sacrosantos del catecismo mercantil.
Es decir, que muy en coherencia con lo irracional y sectario de todo catecismo, el «mercado» es lo sustancial, y los «ciudadanos» lo accesorio y prescindible.
Esto nos recuerda la respuesta de la “Comisión” ante la propuesta de liberar las patentes de las vacunas contra la COVID-19, iniciativa razonable para poder afrontar una pandemia.
La “Comisión” se manifestó en contra de esta iniciativa, asumiendo como dogma de fe que es preferible que mueran ciudadanos (aunque sean millones) que contradecir el catecismo del mercado.
Un experto hubo de recordarles que “La Comisión” no trabaja (en teoría) para las empresas farmacéuticas sino para los ciudadanos.
¿Es necesario decir que en este negocio el «dolor» siempre cae casualmente del mismo lado o recordar que un día Europa fue socialdemócrata?
En cuanto que esto último ya es imposible, coartando la libertad de opciones políticas, y está además comprobado que aquella «refundación» de los principios anunciada (ante la evidencia del fracaso) fue un camelo, nos queda permanecer a la expectativa de los resultados del Brexit.
Europa, que un día fue reconocible y reconocida por sus valores (democráticos, sociales, humanistas), hoy empieza a ser conocida por su capacidad de infligir dolor.
Un mundo sin opciones ni alternativas es un mundo triste, cerrado y deprimente.
Entre un PP neoliberal y un PSOE neoliberal las diferencias son tan pocas que no merece la pena entrar en el detalle. El austericidio que creímos dejar atrás sigue vigente y lo vamos a comprobar enseguida en nuestras pensiones como ya lo sufrimos en nuestros servicios públicos y ámbitos laborales.
Sabemos lo que el gobierno de Rajoy hizo por el «mercado eléctrico» y el trato que otorgó a las energías renovables.
Sabemos lo que el actual gobierno consiente y no modifica de aquello que con ganas estropeó el PP.
Sabemos que unos y otros, PP y PSOE, se corrompen con las puertas giratorias y demás chanchullos. Todo esto dibuja un mundo plano, unidimensional, y sin esperanza.
No deberíamos consentirlo.
Si esa opción que decidieron los ciudadanos ingleses -el Brexit- les sale bien, habrá que plantearse opciones semejantes.
Donde ahora estamos y hacia dónde vamos parece evidente.
— oOo —