Un sanatorio para los siniestros de la fauna

El Centro de Recuperación de Fauna Silvestre Las Dunas de Salamanca atiende desde electrocuciones, atropellos o envenenamientos, hasta crías
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JESÚS FORMIGO / ICAL. Los veterinarios voluntarios Jesús Ramos y Alberto Hernández Romo (I) operando a un Milano en el Centro de Recepción de Fauna Silvestre ‘Las Dunas’

Mientras se posa para descansar, una cigüeña sufre una electrocución. En invierno, un milano real llega debilitado por su trayecto de inmigración del norte de Europa y, en verano, decenas de crías recién nacidas se caen del nido antes siquiera de saber volar.

 

Cristina Fuentes Núñez / ICAL

Son algunos de los casos más comunes que atiende el Centro de Recuperación de Fauna Silvestre ‘Las Dunas’ de Salamanca, que hace las funciones de hospital para mayoritariamente aves, aunque también atiende reptiles, anfibios o mamíferos. Las causas son diversas: traumatismos, atropellos, envenenamientos, disparos o, lo más común, pollos que se caen del nido. El objetivo es dar todo el cuidado posible para que vuelvan después a su hábitat natural.

La llegada

Los animales malheridos pueden llegar al centro por varías vías: transportados por agentes medioambientales, Guardia Civil o particulares o, si se encuentran en la ciudad de Salamanca, son recogidos por el personal, que tiene competencia para ello gracias a un convenio con el Ayuntamiento. Una vez allí, bien el técnico, Jaime Tejedor, o bien uno de los voluntarios hacen una primera revisión. Identificado el problema, actúan de una manera u otra: si está muy grave, débil o deshidratado, lo tratan, y si es un pollito lo ceban y lo dejan con otros de su especie.

En un gran porcentaje son los propios ciudadanos los que llevan los polluelos a Las Dunas, sin embargo, el jefe de sección de Espacios Naturales, Flora y Fauna de Salamanca en la Junta de Castilla y León, Roberto Carbonell, considera que “con un erróneo criterio de que están desvalidos y desprotegidos, los recogen y los llevan al centro, pero muchas veces a los pollos no les pasa nada”. Criterio en el que coincide el técnico del centro: “falta mucha educación ambiental”. Detalla que, en muchas ocasiones, los paseantes llevan aves que se caen del nido desde Salamanca por la probabilidad de que sean atropellados o mordidos por un perro o un gato. Por eso, “hay que valorar si se deja o no”. Subraya que “si se encuentra uno en el campo, lo mejor es dejarlo donde está si no le pasa nada”, ya que en caso de que sea una cría se nota enseguida si le pasa algo.

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JESÚS FORMIGO / ICAL.

De hecho, los vencejos son la especie de la que más polluelos llegan porque con el calor del verano se tiran de los tejados antes de ser capaces de volar y la gente los encuentra y los lleva al centro. Hay cinco pájaros en una caja, aunque Jaime explica que han llegado a tener hasta 40 al mismo tiempo. Dada la alta carga de trabajo que suponen las crías, desde el centro se da la opción de que quienes las encuentran actúen como voluntarios, alimentándolas en casa con una formación previa para luego soltarlos. En unos días estos cinco vencejos restantes serán capaces de volar y abandonarán ‘el nido’. Antes, eso sí, tendrán que enseñarles a cazar “porque si les soltamos sin que ellos cacen hay mucha probabilidad de que no sepan sobrevivir en la naturaleza”, detalla Jaime.

Sin embargo, no son los polluelos los que más dolores de cabeza dan al personal. En el momento de la visita dos veterinarios voluntarios de la Junta, Jesús y Alberto, operan a un ratonero. Salvo Jaime, el resto de cuidadores son voluntarios, que van desde los propios veterinarios, pasando por alumnos del Centro Lorenzo Milani, que participa en la gestión del centro, hasta estudiantes de prácticas de la Universidad. “Si no tuviera voluntarios no seríamos capaces de asumir todo el trabajo que tenemos”, reconoce agradecido Jaime.

Procesos de meses

Dentro del tratamiento al que someten a las aves, se incluye obligarlas a volar para que no se anquilosen. Para eso tienen un voladero, donde en el momento de la visita hay dos cigüeñas y un pollo de milano negro, que tiene una garra estrangulada por una cuerda del nido que le hizo perder la movilidad. Jaime explica que en estas situaciones deben valorar qué hacer con el animal, ya que para liberarlo debe estar “al cien por cien”.

Dado que Las Dunas es un centro de recuperación, los animales irrecuperables no se pueden quedar allí indefinidamente, por lo que aquellos que pueden vivir medianamente se mandan al Centro de Educación Ambiental (CEA) de la Lorenzo Milani. En el caso de este milano negro, lo mantendrán hasta tomar una decisión: “no podría estar en la naturaleza porque no va a saber cazar y tampoco va a saber posarse porque no va a estar siempre volando, lo que queda es la eutanasia humanitaria”, explica el técnico.

En cualquier caso, “los procesos son largos” con varias semanas de tratamiento, detalla. Por ejemplo, el ratonero que operan los veterinarios tendrá que estar unas tres o cuatro semanas en un box y de ahí pasará a una cámara un poco más grande. Ya cuando empiece a mejorar, irá al voladero para ejercitarse. Una vez que vuele muy bien, le liberarán. “Lo normal son estancias de uno o dos meses”, aunque varía desde las dos o tres semanas de los pollitos hasta los siete u ocho meses de algunos animales que intentan recuperar, como en el caso del milano con la garra estrangulada.

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JESÚS FORMIGO / ICAL. Jaime Tejedor García, técnico del Centro de Recepción de Fauna Silvestre ‘Las Dunas’, muestra un Milano Negro en proceso de recuperación

Tras el voladero llegan los boxes, pequeños espacios acondicionados con una bombilla de calor para estabilizar la temperatura y seguir con el tratamiento. En el momento de la visita hay un aguilucho lagunero a la espera de que le crezcan las plumas para volar bien. En unas cámaras un poco más grandes hay tres pollitos de autillos, la rapaz nocturna más pequeña que hay en España. Separados, una lechuza común y otra cigüeña.

Llega el momento más esperado y por el que merece la pena el trabajo: la liberación. Cuando el animal está recuperado y preparado para volver a la naturaleza, se suelta en su hábitat natural, es decir, en el lugar en el que fueron recogidos. Es el turno de un cernícalo vulgar, que entró siendo un pollo y, tras unas semanas de tratamiento, ahora emprende el vuelo hacia una vida en libertad. No obstante, si las aves han sufrido un disparo, un envenenamiento o electrocución, no se liberan en el mismo sitio “porque tiene mucha probabilidad de que le vuelva a pasar”, aclara Jaime Tejedor.

Rápida actuación que salva vidas

En junio más de un centenar de buitres leonados aparecieron envenenados en el municipio salmantino de Monterrubio de Armuña, con la muerte de más de 50 ejemplares. Según valora el jefe de sección de Espacios Naturales, Flora y Fauna de la Junta de Castilla y León, Roberto Carbonell, gracias a la rápida actuación de los agentes medioambientales y guardias civiles, que llevaron a algunas aves al centro, se pudo gestionar muy bien: “Podríamos haber tenido el caso de mayor envenenamiento de España, y no lo tuvimos porque los tratamientos salieron muy bien”. Jaime Tejedor añade que gracias a la formación de los voluntarios, tanto veterinarios o no, el 96 por ciento de los buitres que llevaron al centro pudieron ser liberados.

Sin embargo, aunque la labor principal de Las Dunas es recuperar especies protegidas y comunes, “también sirve para identificar problemas de conservación: animales que se han accidentado o electrocutado”, explica Roberto Carbonell. No todo lo que entra son animales vivos, también entran cadáveres que se mandan al Centro de Recuperación de Valladolid para investigar las causas de mortalidad y llevar a cabo actuaciones de gestión de conservación: “Es una manera de generar información con estos objetivos para saber lo que pasa con la fauna silvestre y, en algunos casos, para la investigación de delitos”, continúa. Por ejemplo, gracias a esos cadáveres se puede investigar dónde se ha producido la muerte e identificar los cotos donde se hacen actuaciones ilegales, o dónde hay líneas eléctricas peligrosas en las que se electrocuten los animales. “La identificación de puntos negros nos permite comunicarlo”, concluye Carbonell.

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