[dropcap]L[/dropcap]leva la fotografía muy adentro, en las ansias y la sangre. Hunde sus raíces en una estirpe familiar que ha dado nombres gloriosos a las artes y las letras. Camina aplomado, cámara en ristre y ojo avizor, con instinto cinegético. Es Pablo de la Peña, que anda en estos días asomándose a los medios por su nueva exposición tras el paréntesis pandémico y recibir, además, un premio en el concurso de fotografía de la Junta de Semana Santa, el que permite ser portada de la revista Christus. La foto es extraordinaria, un picado portentoso que con una diagonal separa el paso del Nazareno del pueblo expectante. No puede quejarse el presidente, Fran H. Mateo, que en su primer año medio normal tendrá un gran cartel, con foto de Manuel López, y una portada de lujo para su publicación oficial. Las dos imágenes van en blanco y negro, muy adecuado para una especialidad fotográfica tan expresionista y dramática.
Como era de rigor, cumplí con el deber sagrado de la amistad y quedé con Pablo para ver la exposición en La Platea y conversar con él al amor de un café calentito. El tiempo se va metiendo en fríos y se agradece ya. Son sus días, los de Pablo, y nos dieron las horas charlando de lo humano y aquello que trasciende siquiera un poco. Entre sorbos de café y palabras de ida y vuelta resultó inevitable recordar cómo conocí a Pablo. Hace un porrón de años, cuando aún reinaba Lanzarote en Salamanca y en el marco de una tertulia con él, un pipiolo de la cámara, que eso era entonces Pablo, tuvo la osadía de meter al señor alcalde en el asa de una taza de café. La idea era extraordinaria y reflejaba que el muchacho apuntaba maneras. Desde entonces he seguido su trayectoria y puedo afirmar que es uno de los fotógrafos con más talento en la ciudad.
La exposición no es amplia. No puede serlo en un local de estas características. Pero Salamanca ha perdido espacios expositivos y es lo que tenemos. Y gracias. Quedó para la añoranza ese transitar entre dos milenios, cuando parecía que la ciudad volvía a ser el referente cultural forjado quinientos años atrás. Pero entre la desidia y las malas gestiones, da la impresión de que Salamanca, cada vez que inicia un despertar, se empeña contumazmente en dilapidar el legado de su Historia. Por eso alegra descubrir que sin apenas medios, solo con buen gusto y amor a la cultura, permanecen las iniciativas privadas que apostaron por el arte y ceden su espacio a la ciudad para estas iniciativas. Y no vale decir que es negocio; la caja sería idéntica con exposiciones o sin ellas.
Instantes con historia es una exposición original, como todo lo que hace Pablo. En realidad son varias exposiciones en una, porque aunque solo sean dos o tres ejemplos por sección, podemos contemplar y valorar los géneros que Pablo ha cultivado en los últimos tiempos: retrato, arquitectura, abstracción, naturaleza, reflejos… Es una muestra con mucha calidad, la de un fotógrafo al que la vida le debe todavía unas cuantas cosas.