Salamanca es una ciudad que acoge miles de estudiantes. Algunos eligen residencias universitarias donde vivir durante su año estudiantil, pero la mayoría se decanta por pisos donde conviven unos con otros.
Compartir el espacio vital con un amigo o un desconocido plantea muchos dilemas que deben solucionarse si se pretende salir indemne de esta experiencia. Jaime San Román, de 22 años y estudiante de Historia comparte piso con Javier Armesto, de 21 años y estudiante de Audiovisuales. Estos dos amigos nos cuentan cómo es su experiencia de compartir piso.
A la hora de escoger el número de compañeros de piso, Armesto explica que han aprendido «por las malas». El año pasado vivían tres y ahora son dos. «Con nuestro anterior compañero encontramos muchísimos problemas», dice San Román. Según Armesto, su antiguo compañero «no fregaba » y lo que ensuciaba «no lo limpiaba», tenían que «estar detrás de él» para conseguir que pusiese de su parte.
Armesto señala que prefiere un solo compañero porque así «es más fácil organizarse». «En el piso de mi hermano eran cinco y tenían muchos problemas para ducharse y hacer la comida. Era un jaleo, debían esperar a que los otros terminasen», explica Armesto. San Román tiene claro que una buena experiencia de piso necesita de «organización y disciplina».
Los gastos
Decidir quién será tu compañero es tal vez la cuestión más importante dentro de un piso de estudiantes. San Román destaca que su compañero debe ser «una buena persona y alguien con quien encajas». La prioridad para Armesto es cómo resolver los posibles problemas que aparecerán a lo largo de la convivencia: «tiene que ser alguien con quien puedas hablar y resolver los conflictos dialogando, sin discutir. Con Jaime tengo esta facilidad».
Pero por muy previsor que seas a la hora de escoger a tus compañeros de piso, Armesto confiesa que: «Es una lotería. Conozco a gente que comparte piso sin conocerse previamente y ahora son grandes amigos. Otros decidieron compartir piso siendo amigos con anterioridad y a los seis meses se han separado porque no se soportaban».
Un punto delicado cuando se comparte vivienda son las facturas. San Román y Armesto prefieren evitar discusiones sobre si uno gasta más luz, agua o gas. Por ello, todas las facturas las pagan a medias, «incluido el internet», señala Armesto. Igual que el resto de hogares españoles, ellos también perciben la subida de las facturas de luz. «El año pasado pagábamos unos 20€ al mes por persona y ahora algo más de 30€», dice Armesto.
Para evitar en la medida de lo posible facturas elevadas, San Román comenta que «tenemos cuidado, cuando salimos de una habitación apagamos siempre las luces». Según Armesto, sus padres le han advertido de que «tenga cuidado» porque es innecesario «gastar a lo tonto».
La lista de la compra es un tema más personal para ellos, «en principio cada uno adquiere los suyo», dice Armesto. Sin embargo hay ciertos artículos que sí comparten como «la leche, sal, azúcar, aceite y el café, somos muy cafeteros», señala San Román.
El lugar que escogen para adquirir alimentos varía entre ambos. «Yo voy mucho a una frutería de la zona y a una carnicería», dice San Román. Por su parte, Armesto es más «de supermercados» aunque le gustaría consumir más «en pequeños comercios».
La limpieza suele ser el desencadenante de la mayoría de discusiones dentro de un piso. San Román y Armesto no tienen un plan de limpieza. Ellos limpian «cuando la suciedad nos envuelve», confiesa San Román. Ceden la higiene a su «iniciativa individual», es decir, cuando les apetece.
El récord de días sin lavar los platos
Armesto tiene experiencia con los planes de limpieza, percibe que no suelen funcionar: «Puede servir un par de semanas, pero cuando uno se lo salta el siguiente no limpia, es como una rueda». El éxito en la convivencia entre Armesto y San Román es «limpiar cuando el otro no puede, ya limpiará él por mí», confiesan.
Una alternativa a los planes de limpieza es contratar un servicio que se encargue. Pero ambos amigos no están convencidos. Armesto cuanta que «en el anterior piso uno de los tres quería, pero yo solo lo contemplo si fuésemos cinco, ahí sí saldría rentable». San Román se niega pero por otro motivo, lo ve como algo «de señoritos».
La acumulación de platos en el fregadero suele ser otro punto caliente en los pisos de estudiantes. «Depende del día llenamos el fregadero o lo limpiamos todo. A medio día es muy difícil fregar, llegas a casa, comes y tienes que volver a clase», dice Armesto. Con esta explicación ambigua surge una pregunta. ¿Cuál es su récord de días acumulando vajilla sin lavar? San Román confiesa que «unos cinco días, tal vez seis».
Los ruidos… de todo tipo
Armesto y San Román no discuten, como explicaron antes, intentan resolver sus diferencias dialogando —Algo inusual en un piso de estudiantes, lo sabe cualquiera que tenga experiencia—. El punto de mayor roce entre ambos es una cuestión sin mucha importancia: «A veces tengo que decirle a Jaime que limpie las tazas de cafés porque las tiene todas en su habitación», señala Armesto.
En la mayoría de pisos y especialmente los de pocos metros cuadrados, un problema que surge entre convivientes es el ruido. Habitaciones muy juntas y paredes de papel desembocan en discusiones por dificultades para dormir o estudiar. Armesto y San Román dicen que «en este piso no tenemos problemas». El año pasado sin embargo fue diferente: «Mi habitación estaba cerca del salón y tenía que aguantar a nuestro antiguo compañero. Jugaba a la Play hasta las cuatro de la mañana y no me dejaba dormir», comenta San Román.
Uno de los ruidos más desagradables que puede llegar a soportar un estudiante es cuando su compañero trae algún amante. San Román comenta que «si ha sucedido no me he enterado». Por su lado, Armesto desconoce si habrá causado «molestias en otros pisos». Tal vez por esto último San Román no tiene queja de su compañero.
Armesto cuenta una anécdota de un “romance” que vivió en persona: «Una vez dormí en la casa de unas amigas. De pronto se escuchó un estruendo. Una pareja había reventado el retrete haciendo sus cosas, encima se fueron de la casa corriendo. Las chicas del piso lógicamente se pusieron a llorar».
Lo mejor
Hacer ‘vida de piso’ es tal vez el mejor aspecto de compartir vivienda. En el caso de Armesto y San Román hacen diferentes actividades para disfrutar de la compañía del otro. «Vemos la isla de las tentaciones; estamos hasta muy tarde en el salón muchas veces viendo pelis y mientras uno cena el otro juega a la Play y conversamos», dice San Román.
Pero el momento en que uno más agradece tener un amigo en su casa, es cuando abre el frigorífico y descubre que su estantería no tiene comida. «Nos suele pasar mucho al regresar de fiesta, te da una depresión», confiesa Armesto. Pero en estas situaciones San Román le presta lo que necesita, aunque «normalmente es él quien me tiene que prestar algo para cenar».
Armesto y San Román lo tienen claro: «La mejor decisión que hemos tomado ha sido irnos a vivir los dos solos».