Rodrigo Cortés presenta en Salamanca El amor en su lugar, una película que ha logrado que los espectadores del cine se levanten de sus asientos y aplaudan a los actores que conforman la compañía que se esconde tras la gran pantalla. Este acontecimiento a Cortés le produce más alivio que alegría, porque es un camino duro y más después de año y medio con el planeta parado. «Es siempre complicado volver a las salas, sentíamos que la película debía nacer en un festival con público real, con esa electricidad. El público puesto en pie, lo vivimos como señal de que la magia iba a producirse»
El amor en su lugar y La vida es bella cuenta una historia ambientada en el ghetto de Varsovia desde otro punto de vista. ¿Este enfoque hará que las nuevas generaciones empaticen más con lo que ocurrió hace 80 años?
Cuando haces una película no te planteas educar a nadie, ni crees que tengas ninguna labor salvífica que hacer, ni que debas trasladar un punto de vista que vaya a ayudar a otros, te concentras en contar una historia, una historia en la que crees. En este caso, es un rincón de la historia que casi no se había contado, hemos visto muchas películas sobre campos de concentración, sobre el ghetto, magníficas, pero ésta es una película de actores en las condiciones más improbables, más inconvenientes, que a pesar de todo encuentran el modo de hacer aquello que deben hacer.
Para mí, lo que resulta poderoso de la labor de la creación o de estos actores, no es que se levanten por la mañana pensando en que van a salvar a nadie, sino que es lo que son y es lo que les queda y por lo tanto, tratan de hacer aquello para lo que valían y eso es lo que hacen. Esa es su labor y eso generará risas, permitirá que durante dos horas los espectadores se olviden de su vida, pero por encima de todo son actores y eso no me parece de menor importancia.
¿Cree que el que canta su mal espanta?
No sé cómo se espantan según que males. Si acabamos en una isla desierta, más vale que uno sepa cultivar, otro sepa algo de física y nos proteja de la lluvia, pero más vale que uno sea gracioso o que sepa cantar, porque va a ser muy importante en esa comunidad. No sé cual es la función que tiene el arte, la creación, pero es secular y sustancial al hombre, es como nos expresamos, así que por lo visto nos completa.
Hay quien piensa que estos años veinte del siglo XXI tienen similitudes con los del siglo XX. Usted que para hacer esta película ha tenido que documentarse, ¿cree que hay parecidos?
Siempre las hay y a la vez hay que tener mucho cuidado en no caer en una trivialidad. Evidentemente, hay una similitud en la fuerza del arte en el ghetto, en circunstancias así de oscuras, y en cómo la creación nos ‘salvaba’ durante el confinamiento. Pero, aquel sacrificio y lo que suponía, compararlo con estar en casa, viendo una plataforma sería una banalización. La historia no es lineal, en general ni avanzamos, ni retrocedemos, sino que es pendular, las cosas van y vuelven. Eso se parece mucho a hacer círculos. Las cosas resuenan consigo mismas una y otra vez. El ser humano es el ser humano siempre, en cualquier circunstancia y sus contradicciones son las mismas.
En el ghetto de Varsovia había 300.000 personas, se sabe porque los alemanas eran muy meticulosos, esa población es el doble de Salamanca. ¿Qué le dice a las personas que piensan que el holocausto no existió?
No hay nada que decir a nadie. Si algo aprendí en la labor de investigación de Luces rojas, estudiando a los racionalistas y a los creyentes, tantos unos como otros creían lo que querían creer. Casi todos partimos de la conclusión y elaboramos una racionalización que la sustenta. Personalmente, no le diría nada a nadie de nada.
Rodrígo Cortés aclara que El amor en su lugar no es un musical, sino la historia de un grupo de actores que tienen que tomar una decisión moral antes del toque de queda, mientras representan un musical. «Para ello, tuvimos que crear un musical. Lo primero que hicimos fue componer ese musical como si se fuera a representar la semana siguiente. La obra existe, sobreviven los texto y las letras, pero no las canciones, por lo que tradujeron las letras del polaco al inglés y Víctor Reyes las reimaginó en la tradición escénica de los años treinta. Destinamos casi todos los ensayos de la película a ensayar esa obra, porque iba a ser el corazón de todo, a determinar la disposición escénica, el tono interpretativo, las coreografías, la dramaturgia, precisamente, porque a partir de que se dijera acción eso iba a ser el centro, pero desde un lenguaje realista, no del musical, sin eludir todas esas canciones a través de las que los personajes iban a expresarse».
Las canciones están cantadas en tiempo real. ¿Le siguen hablando los actores?
(Risas) Fue muy complejo el proceso porque los actores tenían que tener, a pesar de su extrema juventud, una gran madurez actoral, ser capaces de alcanzar diferentes registros interpretativos y cantar con un nivel profesional, porque no hay playback. Es sonido directo. Se la juegan en cada toma. Ellos tenían un pinganillo a través del cual escuchaban la música para poder hacer las coreografías y así entonar, pero fuera solo se oían sus voces. Cada una de las estrofas que se oyen en la película, se están produciendo en directo y pertenecen a esa toma para que puedan expresar la emoción del momento con esa verdad particular que se produce en una toma concreta.
¿Los ensayos previos fueron muy duros?
Son actores muy formados y profesionales, cuando lo tienen lo tienen y pueden enfrentarse a eso, como lo hacen los actores de los musicales. Eran jornadas fatigosas, pero en los ensayos se trataba de encontrar, junto con Víctor Reyes, el tono de cada uno, cuando cantaban varios juntos se ajustaban las tonalidades para que se complementasen. En un rodaje, las cosas siempre son duras, pero no es pico y pala.
Ha trabajado con Víctor Reyes -compositor salmantino- en muchas ocasiones. ¿Quedan debajo del reloj para ponerse de acuerdo?
(Risas) Cuando empezamos a trabajar, ni siquiera sabíamos que éramos de Salamanca. Estábamos en su estudio y le pregunté de dónde eres, ambos de Salamanca. Pero, hay más, los dos vivimos en la calle San Justo y en el mismo portal. Durante tres años de nuestra vida hemos sido vecinos sin saberlo. Nos conocimos en el mundo del cine. ¿Por qué? nadie lo sabe, son estas casualidades. Pero, como los dos vivimos en Madrid, no quedamos debajo del reloj. (Risas)
¿Cómo es trabajar con Víctor Reyes?
Es más que fácil trabajar con él. Es un privilegio, es un trabajador que no descansa jamás, puede hacer una cosa diez o doce veces, si ve que no es el camino, tira todo y empieza otra vez. Con un músico sueles trabajar con el montaje ya cerrado, unas semanas concretas, con Víctor empezamos en la segunda semana de montaje y ahí ya comenzamos a hacer el trabajo especulativo, encontrar el universo sonoro, eso en una película normal. En una como ésta, hay que componer las canciones antes. Es un goce trabajar con él.