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Opinión

“Dum spiro, spero…”

La Plaza Mayor. Foto. Moncho Campos.

[dropcap]T[/dropcap]raducido: “Mientras hay vida, hay esperanza”. O la esperanza es lo último que se pierde. Bien lo sabemos los voluntarios del Teléfono de la Esperanza que acabamos de celebrar a nivel nacional los cincuenta años de su fundación.  La virtud y la fuerza de la esperanza tan actual para los creyentes en este tiempo de adviento. Vivimos por lo que esperamos.

Sin la espera y la esperanza no se puede vivir con dignidad. Nos da una motivación para existir, nos apoyamos en ella para seguir adelante, nos la pasamos ayudándonos unos a los otros en los malos momentos por los que a veces atravesamos. Sin esa seguridad y certeza de que todo se arregla, que todo tiene sentido y sucede para nuestro bien, sin la confianza de que tenemos un futuro mejor y más feliz…caeríamos fácilmente en depresión o entraríamos en el dominio de las enfermedades mentales.

A la pregunta de una llamante que quería saber qué es lo que dábamos en nuestra ONG, al responderle que “esperanza” ella insistía en qué era eso. Yo le dije: sentidos de vivir, valores humanos, principios éticos, confianza en uno mismo y en los otros, pensamientos positivos, aceptación de nuestras circunstancias, responsabilidad para desarrollarnos como personas, alegría y buen humor, solidaridad para hacer un mundo mejor entre todos, paz interior y tranquilidad de conciencia…a la buena señora le parecía muy complicado y me colgó.

Y no, vivir esperanzados no es complicado, como todo lo verdaderamente humano es sencillo y llevadero. Decía Cortázar que “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose…”. Y es que mantener la llama de la esperanza nos ayuda a seguir adelante a pesar de todos los obstáculos de la vida. Cuando uno pierde la esperanza o no cree en ella se vuelve reaccionario: las posiciones políticas de derechas se basan en doctrinas con un cierto pesimismo antropologico, se enquistan en lo negativo y el mal humor y dan así origen a posiciones extremistas.

Las personas espirituales suelen hacer gala de mucha esperanza (tolerancia, comprensión, buen humor, solidaridad…) y saben encarar las situaciones difíciles y contrarias con otro talante, con paciencia, constancia y misericordia, dando tiempo al tiempo, asumiendo lo imperfecto de la existencia en la seguridad de que al final todo será luz y bien. “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol” (L. King)

De la falta de esperanza y de principios éticos surgen muchas enfermedades mentales, neurosis de angustia, soledades, pensamientos suicidas, falta del sentido vital y ausencia de amores fundantes. El optimismo ayuda a la autoestima, a alcanzar la paz interior, a penetrar en el misterio que hay detrás de la realidad que creemos ver e interpretar, esperar siempre es de optimistas, de gente madura y feliz. “Cada criatura, al nacer, nos trae el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en la humanidad…” (Tagore)

Quizá nuestro mundo anda algo descarriado porque ha perdido la confianza en la condición humana. Y lo malo es que en las farmacias no se venden pastillas de esperanza, las hemos de fabricar nosotros.

No es tan difícil. Pongámonos a la tarea.

 

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