Opinión

El musgo y el castillo

[dropcap]E[/dropcap]sta mañana, mientras daba una caminata entre encinas, recordaba otros tiempos en el viejo barrio Garrido de Salamanca cuando por estas fechas salíamos al campo con mi padre (que en paz descanse) a recoger musgo fresco para el Belén.

El Belén estaba expuesto encima del «trinchero» del comedor, y el musgo venía a hacer compañía a las fajas de cristal de espejo que reflejaban el cielo estrellado como un río.

Y este río pasaba debajo de un puente (de corcho) en cuyos alrededores pastaban (en el musgo fresco) ovejas de todos los tamaños, con sus conejos, patos y ocas, también de todos los tamaños, cada cual de su padre y de su madre.

Los desfiladeros rocosos, también de corcho, estaban nevados de harina, pero ciertamente parecían roca y nieve legítima, y en eso radica la magia del Belén, que nos transporta a un paisaje exótico pero real. También la historia humana que cuenta es exótica y al mismo tiempo real. O incluso actual. Por eso es bueno abrir los ojos a esa historia humana y cerrarlos al marketing.

Había pastores que tocaban panderetas y zambombas para alegrar a un niño «judío» refugiado (como estos niños refugiados de ahora que pasan frío en los bosques de Europa o se ahogan en nuestros mares), en el portal de Belén, un sitio humilde, casi una chabola en los arrabales.

Ese niño judío, llamado Jesús (en hebreo suena de otra forma), en el siglo XX habría muerto de hambre, miseria, o tifus, en el gueto de Varsovia, y en nuestros tiempos posmodernos no lo habría pasado muy bien tampoco. Y es que en todos los sitios y épocas hay poderosos que aplastan al humilde.

Y efectivamente, para completar el cuadro, allí en la cumbre, por encima de todos, como un ave de presa, dueño de su castillo (que se parecía al castillo de Kafka) y dueño también de casi todo lo que existía en los alrededores, hasta donde se pierde la vista, estaba Herodes, el poderoso rey al que protegían los soldados del imperio.

Aquel niño judío de la chabola sobrevivió de casualidad y se hizo adulto.

Con el tiempo fue maestro (rabí) de doctrina y enseñó la paz y el amor, aunque a veces él mismo se enfadaba, y mucho, con los poderosos. Después de todo era humano.

Y como humano que era fue ejecutado por los poderosos y su imperio, inaugurando así una saga interminable que se repite una y otra vez a lo largo de la Historia. Le ejecutan y resucita, una y otra vez, quizás con otro rostro y otro nombre, pero resucita.

Hoy sigue entre nosotros, celebramos su día, y sigue siendo muy difícil estar a su altura. Recordar su historia nos ayuda a comprender un poco mejor lo que nos rodea, y quizás también a tomar mejores decisiones.

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