[dropcap]L[/dropcap]os paralelismos pueden iluminarnos, pero también confundirnos. Y así los antecedentes históricos de un hecho que hoy parece repetirse en los mismos o parecidos términos, pueden ayudarnos a corregir los errores antiguos o si no andamos despiertos puede conducir a lo contrario: la reincidencia en el error. Es aquello de que quién desconoce o interpreta mal la Historia, está condenado a repetirla.
De estos paralelismos unos son más recientes y otros son más antiguos, aunque unos y otros estén aún frescos en nuestra memoria, de manera que han quedado como modelos de interpretación y guías del comportamiento.
Muy reciente está todavía la confabulación en la mentira de un puñado de dirigentes golfos y mendaces de Occidente (Bush, Blair, Berlusconi, Aznar) que nos llevó (nos arrastró) a la guerra de Irak y sus múltiples desastres.
A pesar de sus embustes y las consecuencias terribles de sus mentiras, con tantas víctimas inocentes, no parece que hayan tenido que hacer frente a ninguna demanda judicial, y ahí siguen, tan campantes, como si nada hubiera ocurrido y como si las mentiras que provocaron miles y miles de muertos, les hayan salido gratis, más allá de ciertos efectos «políticos».
Claro está que esto es un precedente rotundo para tomar precauciones serías frente a cualquier amenaza de conflicto bélico, o ante cualquier intento de meter a todo un país en una guerra sin contar con el consentimiento y el respaldo de la ciudadanía.
Los que defendían entonces el «No a la guerra» estaban en el bando de la verdad y actuaron con buen juicio, mientras que los que apoyaron la mentira y la agresión bélica colaboraron un poco más a la desconfianza en nuestros políticos y en ciertas verdades oficiales o mediáticas.
Por otro lado, y a estas alturas, pocos desconocen qué tipo de personaje es Putin, producto directo de la involución neoliberal y su falsa universalización de la democracia.
Hoy en día es bastante evidente que a esta corriente ideológica que quiso detener la Historia para imponer su pensamiento único y excluyente, la democracia le importa poco cuando no le estorba para cumplir con su programa involutivo.
Putin, mediante un ejercicio de cinismo y mimesis, copió lo peor de ese Occidente neoliberal, en cuanto a métodos de explotación humana, corrupción institucional, e incremento de la desigualdad, lo aliñó con los métodos represores de la monarquía zarista o de la dictadura soviética (en los que él es un técnico experto), y siguiendo los parámetros de la telebasura occidental le dio brillo de purpurina y espectacularidad cinematográfica a su régimen, casi bonapartista, recuperando lo más rancio de la Rusia profunda que algunos dicen «blanca» aunque más bien tira a «negra».
Ni que decir tiene que algunos de nuestros impresentables representantes de Occidente le han dorado la píldora durante mucho tiempo, o han mirado para otro lado, interpretando que era un cofrade más en sus turbios negocios, y un agente más de ese «marco irresponsable que arrastramos desde los años ochenta» (Piketty).
Por supuesto, la represión de Putin contra su propia ciudadanía y la oposición, la vulneración de los principios democráticos más elementales, o los comportamientos mafiosos y corruptos de su régimen (tan semejantes en algunos casos a otros regímenes de Occidente) les han importado poco a estos representantes del Occidente neoliberal.
Pero llega el conflicto geopolítico y el tema cambia.
Es comprensible que, por un lado, la ciudadanía con los antecedentes descritos sienta resquemor ante ciertos furores bélicos, o sospeche de justificaciones procedentes de políticos que han hecho poco o nada para generar confianza, más bien al contrario. Es lógico, democrático, y exigible también, que ciertas decisiones graves no se tomen sin contar con el respaldo de la ciudadanía, y que el pacifismo y la aspiración a la paz deba ser el objetivo principal de todo hombre sensato. Pero también es cierto que Putin nos recuerda bastante en algunos de sus comportamientos y movimientos a Hitler y al fascismo belicoso, y que en aquel entonces la falta de firmeza en la defensa de la soberanía de las naciones o de la democracia aplastada por movimientos fascistas en otros países como el nuestro trajo fatales consecuencias.
Una izquierda democrática y coherente, que hoy está representada en el gobierno de España, por una parte debe denunciar y combatir los rasgos autoritarios, antisociales, y antidemocráticos del neoliberalismo rampante en el Este y el Oeste, y por otra debe ser firme ante cualquier régimen que aspire a imitar los comportamientos más oscuros del pasado.