[dropcap]L[/dropcap]a guerra empieza a menudo por lo más banal. Y lo más banal de todo en este mundo globalizado bajo el imperio del neoliberalismo es la corrupción.
La corrupción es la nota rutinaria y modorra de nuestro tiempo posmoderno. El hecho banal al que nos hemos acostumbrado y ya no prestamos atención, contribuyendo así con nuestro granito de ceguera a la modorra.
Putin llega al poder aupado por Yeltsin, un político corrupto y cleptómano al que el alcohol enturbiaba la mente (su elección del «sucesor» lo dice todo) y al mismo tiempo hacía gracioso (recordemos las risas de Clinton ante Yeltsin). Al final una fuente de decepción y de humillación para el pueblo ruso.
Y llega al poder a cambio de una promesa entre colegas: la promesa de que Putin, el “sucesor» designado, con todo el poder en sus manos, como nuevo zar o nuevo padrino de esa mafia, defenderá a Yeltsin y a su Familia, y sobre todo defenderá todo lo que ese clan «familiar» ha robado. La cleptocracia en la Rusia postsoviética empieza muy pronto.
Y así es como Putin, un total desconocido, entra en escena. Desde la banalidad de la corrupción de Yeltsin. Al parecer Putin ha cumplido hasta hoy ese pacto entre capos, y la fiscalía nunca ha actuado contra el clan mafioso y familiar de los Yeltsin.
Se empieza por considerar banal la corrupción (en España de esto sabemos mucho, y aun así nos produce una enorme indiferencia); se continúa considerando banales la xenofobia, el racismo, y la negación del Holocausto, así como a los políticos que defienden esas taras; y se acaba por considerar banales la guerra y a sus más despiadados burócratas.
Entre la guerra actual en Ucrania y la corrupción banal de Yeltsin hay un cordón umbilical que pasa por la elección de un político gris, antiguo agente de la KGB: Putin.
Nos informan cada día con gran naturalidad a través de gráficas banales y estadísticas neutras, que la desigualdad ha crecido en nuestro tiempo hasta extremos nunca vistos en periodos anteriores. Y esa desigualdad en aceleración constante que acumula la riqueza y el poder (de todo tipo, también el político) en las manos no siempre limpias de una minoría exigua, ha pasado a convertirse ya en un hecho banal, por rutinario y conocido. La costumbre y la modorra, la indiferencia adiestrada desde el púlpito mediático, nos impide ver las consecuencias de ese drama fruto de nuestra desidia.
El nacional populismo en USA se llama trumpismo. El nacional populismo en Rusia se llama Putin. El nacional populismo en España se llama VOX (y Ayuso). Nada bueno puede venir de ahí.
Asistimos por ejemplo al mercado de las armas como si se tratara de un mercado de tomates, donde si el producto envejece o está a punto de caducar, se le intenta dar salida abriendo un mercado nuevo, es decir, una guerra, en un país necesitado.
Después de todo en este mundo de banalidad, las leyes del mercado se llevan la palma… de la banalidad. ¿Va a ponerse alguien histérico por lo que de hecho es banal, casi una ley natural que nadie discute: la ley de la oferta y la demanda?
Y si la demanda no existe, se crea, da igual que hablemos de tomates o de muertos. Lo importante es el rendimiento y no violentar las leyes del mercado que constituyen la esencia de nuestro mundo banal. De hecho las guerras y sus muertos son banales si están lejos y un poco menos si están cerca.
En esta línea de pensamiento hemos banalizado a toda prisa la estafa financiera de 2008 (nada hemos aprendido y nada hemos corregido).
Hemos banalizado también a toda prisa los 300 muertos diarios que hace escasos días aún se registraban por COVID en España.
Hemos banalizado tanto la pandemia y sus consecuencias que ni siquiera nos hemos molestado en liberar las patentes de las vacunas, para no molestar el lucro de las grandes farmacéuticas, ni hemos esperado a tener controlada esta plaga (no ha esperado Putin) para iniciar otra en forma de guerra.
Para Putin esta agresión en Ucrania es banal y aceptable porque banal y aceptable fue para Estados Unidos y parte de Occidente la agresión contra Irak.
Putin juega mucho con este tipo de comparaciones para construir su normalidad en un siniestro juego de imitación y copia.
Se habla ahora por ejemplo de llevar a Putin ante un tribunal internacional, lo cual tiene su lógica y seguramente es lo que procede, pero la pregunta que se impone es: ¿solo a Putin?
Otro hecho banal, y al parecer sin ninguna importancia de nuestro mundo banalizado, son los paraísos fiscales. Afrontamos ya con un aire familiar que existan estos espacios opacos para dar salida fácil y refugio seguro a todo el dinero que se nos roba, y que por arte de magia desaparece de nuestros bolsillos y de nuestros servicios públicos.
Son hechos consumados y al parecer inevitables, y por tanto banales.
Se propone estos días también considerar a Rusia «paraíso fiscal» (y algunos de los que lo proponen quizás sean de los que aparecían en los «Papeles de Panamá»), y de nuevo la pregunta es obligada: ¿sólo a Rusia?
Pero lo que más nos tranquiliza, hasta casi la modorra, es el aire de familia con que allí coinciden en franca camaradería y solidaria fraternidad los monarcas europeos con los narcotraficantes de medio mundo, los sátrapas orientales con los pistoleros a sueldo, los oligarcas de Putin con los del civilizado Occidente, los presidentes de naciones con los traficantes de armas.
Se propone estos días también considerar a Rusia «paraíso fiscal» (y algunos de los que lo proponen quizás sean de los que aparecían en los «Papeles de Panamá»), y de nuevo la pregunta es obligada: ¿sólo a Rusia?
Vamos viendo que entre lo banal (lo que nosotros hemos convertido en banal) y la guerra hay a menudo un grado de matices no muy diferente del que existe entre los primos y los primos hermanos.
Lo más difícil de todo no es evitar una guerra. Lo más difícil de todo es sacudirse la modorra.
Y es que escoger entre banalidades es ya un signo de inteligencia. Las hay más saludables, vitalistas, y domésticas, de las que conviene disfrutar relajadamente. Y las hay que preparan el camino del mal… vía modorra. Estas son peores.
Y así como conviene distinguir entre banalidades, también conviene señalar las semejanzas y coincidencias que existen entre los hechos graves y nocivos: El nacional populismo en USA se llama trumpismo. El nacional populismo en Rusia se llama Putin. El nacional populismo en España se llama VOX (y Ayuso). Nada bueno puede venir de ahí. Y a los antecedentes nos remitimos.
Los que sí merecen todo el respeto y solidaridad son los ciudadanos de Ucrania que sufren en sus carnes las consecuencias de este nuevo desastre.