Opinión

Medievo / Invierno

El rey emérito, Juan Carlos I.

[dropcap]E[/dropcap]n estos prolegómenos de la primavera recuerdo el contraste doloroso que me producía en plena pandemia la coincidencia de esta estación feliz del año con las muertes por COVID (un estudio -publicado en Lancet-nos dice ahora que los muertos oficiales hay que multiplicarlos por tres para acercarnos a la cifra real: 18 millones de muertos en vez de 6 millones).

Era un contraste que a mí al menos me dejaba anonadado y con una sensación profunda de irrealidad, de pura distopía. La misma sensación que teníamos en el puesto de trabajo donde nos protegíamos como podíamos, en medio de la imprevisión y el caos, con artefactos surrealistas.

Ocurre ahora lo mismo con la floración en marcha, el verde de los campos, y los muertos en la guerra de Ucrania, una nueva guerra en la civilizada Europa mientras la Naturaleza despierta a la vida.

Pudiera entenderse como un contraste dislocado e inoportuno hablar en este contexto bélico de la corrupción de un país, por grande que esta corrupción sea. Y sin embargo mantengo una tesis: igual que la primavera, sobre todo la más incipiente, puede transformarse rápidamente en invierno, una banalidad (si así consideramos la corrupción) puede transformarse rápidamente en un desastre mayor, de otro nivel.

Si nos fijamos y somos conscientes, es decir si nos comportamos como adultos con uso de razón, comprobaremos que en España sigue vigente aún el derecho de pernada, igual que en pleno Medievo. Esto solo puede calificarse de grave.

Y comprenderemos también que esta expresión de otra época (derecho de pernada) es metáfora que nada tiene que ver hoy con la vida privada (en este caso la del rey emérito) y sí tiene que ver con la vida pública, y más concretamente con el Estado de derecho y la democracia.

Cada cual en su vida privada (y esta expresión tiene un significado muy concreto) es libre de hacer de su capa un sayo, y ande yo caliente ríase la gente. No nos importa y además se sobreentiende que no nos afecta. Cada cual es rey en su casa y dueño de su libre albedrío puede implementar todas las pernadas privadas que se le antojen y sus más próximos o íntimos le consientan.

Otra cosa es la «res pública», que de ahí viene el hermoso concepto de «república», porque aquí el derecho de pernada (derecho a robar impunemente) es indecencia, y además nos afecta y mucho puesto que el dinero robado sale del bolsillo de todos y/o se escamotea a nuestros servicios públicos.

Nada tiene esto de vida privada en el espacio sagrado del hogar, y sí mucho de delito impune a la vista de todos, en el supuesto moderno y civilizado de que todos somos iguales ante la Ley, y cometemos delito en los mismos términos y por los mismos actos.

No se entendería que allí donde un ciudadano de a pie incurre en delito de robo (de robo de dinero público además), en el caso conocido y demostrado del emérito se considere solo desarrollo de su vida privada, una forma de «realizarse», como ahora se dice.

El mismo uso de razón que invocamos más arriba, y la misma cualidad de adultos que se nos supone, debería alejarnos del infantilismo de considerar que el dinero de los impuestos que se evaden y se roban no es de nadie ni sale de ningún sitio.

La guerra y su virtualidad (hasta hace poco impensable) de convertirse en guerra atómica es el hecho que tenemos delante

Sobra decir que el dinero de las mordidas fraternales, de las comisiones entre amiguetes, de las puertas giratorias, y de los impuestos que se escamotean al fisco (es decir, de la corrupción institucional en que vivimos empantanados), es de todos nosotros y sale de nuestros bolsillos, de nuestras nóminas, de nuestras pensiones, y de nuestros servicios públicos, que luego no tienen mascarillas para afrontar una pandemia o arrastran listas de espera de varios años, o carecen de medios suficientes para prestar una buena educación.

Y es una buena educación precisamente la que permite hacerse adulto y pensar ateniéndose a los hechos. Como hace por ejemplo Javier Pérez Royo en uno de sus últimos artículos, titulado «El burladero de la monarquía».

Si el que tiene que dar ejemplo roba, se burla de los robados y además queda impune llevando una vida de lujo en Abu Dabi, nada bueno puede venir de ahí. Es pura lógica aristotélica.

A veces se me plantea una duda: ¿Fue el empoderamiento de la corrupción en nuestro país lo que dio a luz a tantos excusadores de esa tara, o fue al contrario la abundancia de excusadores de esa tara en nuestro país la que propició que la corrupción se empoderara de él?

Al final es un problema ético donde el huevo y la gallina son la misma cosa.

Los justificadores (y en algunos casos beneficiarios) de la corrupción nos machacan mucho con la matraca de que el emérito, aunque corrupto, nos ha «regalado» la democracia. Conviene recordar que la democracia es un aporte a la cultura occidental de los griegos antiguos, logro cultural y humanista reconvertido en paradigma de la modernidad a partir de la revolución francesa. No es para nada el regalo de un rey corrupto.

La importancia e implicaciones de la respuesta que demos a estos hechos no viene dada porque el emérito viva en España o Abu Dabi, que nos da igual (en uno y otro sitio seguimos pagando parte de sus gastos). La importancia viene dada porque esa respuesta determina si somos ciudadanos en una democracia o vasallos en una farsa.

Y el ejemplo lo tenemos en la Rusia de Putin. Lo que empieza siendo una herida mal curada por una cesión continuada ante distintos modos de corrupción, acaba -ya lo dijimos- en gangrena.

Si nos comportamos como adultos con uso de razón, comprobaremos que en España sigue vigente aún el derecho de pernada, igual que en pleno Medievo

El derecho de pernada que empieza y se consiente así en lo doméstico, puede muy bien acabar envalentonado y trasladarse luego a lo geopolítico. Que es lo que ha hecho Putin y otros gerifaltes antes que él en un toma y daca de múltiples direcciones y que lo único que nos produce es una enorme náusea.

¡Qué poco se parece todo esto a ese “mundo feliz” que nos anunciaban bajo el imperio del pensamiento único!

La guerra y su virtualidad (hasta hace poco impensable) de convertirse en guerra atómica es el hecho que tenemos delante.

Para seguir atando cabos -un poco tarde- veo estos días las entrevistas de Oliver Stone a Putin (4 entrevistas entre 2015 y 2017) y leo los libros de Masha Gessen, entre otros (sobre Putin) «El hombre sin rostro».

Sigo pensando que como otras veces el diagnóstico más certero es el de Podemos. Que por cierto, coincide con el de muchos expertos.

Más complicado es responder a la pregunta ¿Qué hacer y cómo?, «ahora».

— oOo —

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