Opinión

Europa social

Europa iluminada
Europa iluminada (Twitter)

¿Qué sabemos?

Sabemos que desde hace tiempo (tiempo que coincide con el giro ideológico que experimentó Occidente hacia la ultraderecha neoliberal), Europa (o sus dirigentes) mete la pata con llamativa frecuencia. Algunos de estos dirigentes, ante esta evidencia, expresan circunstancialmente su arrepentimiento, y ante el enfado justificado de los ciudadanos o ante sucesos «inesperados» como el Brexit, hacen declaraciones urgentes sobre intenciones inmediatas de corregir los errores cometidos y «refundar» Europa. La fiebre de estos arrepentimientos sucesivos (que ya cansan por lo vacuo de sus promesas) suele durar poco porque la influencia de nuestros oligarcas es poderosa y consentida por políticos febles o directamente vendidos al mejor postor.

Por eso nos resultan tan desproporcionadas las quejas sobre la influencia que puedan tener los hackers rusos en las elecciones de otros países, o en fenómenos como el trumpismo y el Brexit, cuando sin irse a buscar tan lejos de casa las causas de esos fenómenos (que son al fin y al cabo fenómenos de desesperación y fuga civil) las podemos hallar más cerca en el desprecio constante hacia los ciudadanos con que nuestras élites corruptas gestionan el Occidente cristiano.

Da grima que demos esa trascendencia a las manipulaciones que provienen del Este, y no se la demos sin embargo a los hechos denunciados por Snowden, que proceden de USA y son mucho más graves.

La diferencia entre la izquierda y la ultraderecha que representa VOX, Marine Le Pen, y compañía, es que esta última no quiere que Europa exista como proyecto político, y persigue por todos los medios que fracase (se apoyan en los ejemplos, y quizás en los intereses geoestratégicos de Trump y Putin, además de en el populismo nacionalista para lograr ese objetivo).

Al contrario, la izquierda quiere que Europa se consolide y sea el futuro, y defiende con argumentos sólidos que para cumplir ese objetivo en base a sus valores propios, Europa debe «refundarse» recuperando aquel «espíritu del 45» que tan buenos resultados le dio: «liberal» en lo cultural y político, social o «socialdemócrata» en lo laboral y económico.

En su película documental «El espíritu del 45», Ken Loach nos lleva al origen de esa forma de pensar y hacer, que dio a Europa un papel protagonista en la Historia contemporánea tras la segunda Guerra mundial. Un papel de continuo ascenso que la llevó a ser un modelo de éxito económico, de Bienestar social, y de respeto de los derechos humanos, envidiado y deseado por muchos otros países y pueblos.

Aquel espíritu surgió de una guerra (la segunda Guerra mundial) y de la victoria conseguida contra el fascismo por los ciudadanos de a pie, que en ella lucharon y murieron. Si ellos habían vencido a Hitler y a Mussolini arriesgando su vida y derramando su sangre, ahora exigían un cambio de las reglas, sobre todo de aquellas reglas que habían imperado antes, reglas de una economía capitalista desregulada (sin reglas) y criminal que solo favorecía a una minoría privilegiada, y que habían llevado al mundo al caos económico, a la Gran Depresión, al fascismo, y en último término al desastre de la guerra.

En consecuencia ahora exigían, como vencedores en ese conflicto, participar de los beneficios de una economía al servicio de la mayoría y guiada por el interés general.

El tiempo pasó, vino la revolución-involución ultraconservadora con aquel supuesto y falso fin de la Historia, Europa se volvió a fundar sobre principios neoliberales, y «a paso de cangrejo» (Eco) nos dispusimos, cegados por la amnesia, a repetir los errores del pasado. Puesto que la Historia se había detenido, ya no era necesario recordarla.

Lo que ocurre hoy con la energía y otros suministros básicos y estratégicos, junto con lo que sigue ocurriendo con los beneficios desorbitados e injustificados de determinadas empresas, nos demuestra que no hemos aprendido nada

Tras el cambio de paradigma en los años ochenta y el olvido de aquel espíritu del 45, los grandes desastres se han sucedido uno tras otro: la «gran recesión» fruto de una estafa financiera global (desregulación económica y financiera por medio); una pandemia con 18 millones de muertos, con origen probable en nuestra agresión al planeta, consecuencia anunciada de un modelo económico sin reglas ni controles; un cambio climático que ya no es una amenaza futura sino presente; y por último una guerra en Europa donde ya han salido a relucir como amenaza posible las armas atómicas.

¿Es suficiente todo esto para abrir los ojos y despertar de la modorra?

Tras cada uno de estos desastres, nuestros dirigentes (que en no pocos casos han dado muestras claras de sectarismo, corrupción, y ceguera) han reconocido los errores y han prometido no reincidir, además de comprometerse a una refundación de Europa guiada por lo «social» («una Europa más social»), en la línea de aquel espíritu olvidado del 45.

En realidad esas promesas se han demostrado frágiles y en menos que canta un gallo, nuestros dirigentes vuelven a su catecismo feroz de clase privilegiada, irresponsable, y distante.

Pareció que el nuevo golpe de la pandemia (18 millones de muertos son un argumento sólido) era ya el golpe definitivo que hacía inevitable el cambio y un giro hacia lo social y colectivo, imponiendo como urgencia una reducción de la desigualdad y una mayor intervención del Estado en la economía. Pero esta esperanza ha vuelto a frustrarse y ha acabado de nuevo en un espejismo fugaz.

Lo que ocurre hoy con la energía y otros suministros básicos y estratégicos, junto con lo que sigue ocurriendo con los beneficios desorbitados e injustificados de determinadas empresas, nos demuestra que no hemos aprendido nada y que no hay voluntad democrática de encontrar soluciones favorables a la mayoría de los ciudadanos, sino solo y principalmente servidumbre ante los poderes económicos. Poderes que no pasan por las urnas y que nosotros mismos hemos fortalecido hasta quedar a su merced en una suerte de dictadura encubierta.

Si en estas circunstancias actuales (dramáticas) no se interviene o regula el mercado guiados por el bien común y el interés general, es que no se hará nunca mientras el neoliberalismo y sus oligarcas (da igual que para ello se sirvan del PP o se sirvan del PSOE) sigan tomando las decisiones.

El espíritu del 45 optó por el camino del medio, siguiendo en esto el consejo equilibrado de los griegos antiguos: «En el medio está la virtud».

La solución y el futuro vendrán de una Europa más social, al servicio de sus ciudadanos y no de sus oligarcas.

Un centro «de verdad», alejado tanto de la economía desregulada y salvaje de los ultras liberales, que solo conduce a la plutocracia, a la desigualdad extrema, y al poder ilegítimo de los oligarcas, como de la dictadura del proletariado, que no solo carece de sentido actual sino que hasta suena mal. La democracia es la prioridad, y existe una economía acorde con esa prioridad.

El espíritu del 45 inspiró un centro socialdemócrata, es decir, una democracia social, y con ese espíritu Europa se hizo fuerte.

Nada que ver con el centro posmoderno que nos han vendido después: el «extremo centro», escorado a la ultraderecha económica y el neoliberalismo, con el que han colaborado y se han corrompido al alimón tanto el PP como el PSOE.

Por momentos hemos visto en el gobierno de Pedro Sánchez un impulso social y de recuperación de ese espíritu fundacional europeo (el del 45), que hemos creído sincero, favorecido sin duda por el aporte socialdemócrata de Podemos a esa coalición de gobierno. Pero también hemos visto demasiadas veces como ese primer impulso en la dirección correcta, codificado en el pacto de coalición, se frustra al cabo al toparse con algo así como una resistencia estructural de una instancia de poder superior que no sabemos si llamar Europa (esta Europa escorada a la ultraderecha), Alemania, o simplemente eso tan rimbombante que algunos llaman el «orden mundial», y que puede concretarse en una sola palabra: plutocracia.

Y es aquí donde empiezan los problemas y el malestar social toma impulso, lo cual explica divorcios tan estridentes como el del Brexit y da alas a la ultraderecha antieuropea, que de esta forma encuentra muy barato su combustible incendiario: en esa lejanía de los ciudadanos de un poder que al final resulta ajeno y menos democrático que plutócrata.

Muchos estamos convencidos de que la Europa fundada sobre principios neoliberales tomó un camino equivocado que ha agotado su recorrido histórico. La Historia sigue y la realidad que es tozuda nos lo recuerda una y otra vez.

Uno de los últimos exponentes de la «Europa antisocial» y neoliberal ha sido Ángela Merkel, impulsora del austericidio, del que luego se declaró arrepentida. Hubo incluso ciertas disculpas de última hora, ya en su retirada, ante la agresión y la injusticia sufrida -junto a otros muchos – por los ciudadanos griegos.

Esto ha coincidido en el tiempo con el papel otorgado a Alemania como factótum de Europa, sin que sepamos muy bien cómo casa esa prevalencia de los intereses de un país con el espíritu democrático e igualitario que debe inspirar a una comunidad de países occidentales, adultos, y civilizados.

Ahora le llueven críticas a la señora Merkel también por la política mantenida frente a Rusia y Putin. Y es que cuando los males se recogen a manos llenas como frutos de una misma siembra, es que ha llegado el momento de dudar de las semillas utilizadas y de los hortelanos que las sembraron.

Europa será social o no será. La solución no vendrá de gastarnos un dinero que no tenemos (al menos no lo tienen los ciudadanos de a pie) en armas y bombas. La solución y el futuro vendrán de una Europa más social, al servicio de sus ciudadanos y no de sus oligarcas.

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