Rafael Patino recuerda cómo con 14 años trabajaba a pico y pala, cargaba cartuchos, realizaba voladuras y extraía mineral. Cómo el wolframio trajo a Barruecopardo riqueza y 800 puestos de trabajo en un pueblo donde no quedaba “ni una cuadra vacía” donde acoger a los trabajadores de la mina.
Alba Familiar / ICAL
Una explotación que vendió toneladas a la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial, destinado a reforzar sus proyectiles anti tanque. Metal escaso, pero presente en el oeste salmantino. El wolframio es uno de los minerales más duros, que mejor aguanta el calor, con un punto de fusión de 3.400 grados centígrados. No es de extrañar que, al colocarse solo por detrás del diamante en dureza, se convirtiera en uno de los materiales más preciados para los nazis, y, aunque el ‘boom’ se agotara, como pasan todas las modas, esta explotación consiguió mantenerse abierta hasta los años 80.
“Cuando cerró la mina la vida cambió de repente”, rememora Rafael quien, 40 años después, a sus 85, y tras que su camino le llevara a destinos como Bilbao o Francia, ha vuelto a ver cómo el wolframio ha traído de nuevo la riqueza a Barruecopardo. Riqueza en forma de empleo, donde esta explotación genera 180 puestos de trabajo en una localidad que ronda los 450 habitantes y en la que, según su alcalde, Jesús María Ortiz, “la tasa de paro es escasa, no llega a 10 personas”. El proyecto, tal y como indican los datos municipales, deja un canon de 100.000 euros anuales en el municipio desde que se empezó a extraer el mineral, destinado a mejoras locales. Dinero que el alcalde pretende invertir en los habitantes, y en campañas de empadronamiento, debido a que, pese a la llegada de gente a la localidad, el padrón municipal sigue decreciendo.
La fiebre por el wolframio ha regresado y esta localidad salmantina ha sido una de las afortunadas en poder aprovechar los recursos que la tierra esconde. El material forma parte de la lista de la Unión Europea de sustancias críticas (en la que hoy en día recogen un total de 26), las que tienen alta importancia económica y un riesgo por falta de suministro. Gracias a su dureza, está presente en los filamentos de las bombillas, en material de soldadura, en la punta de las brocas… Pero, en la actualidad, China acapara un 85 por ciento de la producción mundial.
“España tiene una riqueza de recursos que necesitamos aprovechar porque nos dan bienestar a todos los que vivimos aquí”, afirma Agnes Ahlenius, el director general de Saloro desde 2019, la empresa que ha resucitado la mina en Barruecopardo, y en la que llevan trabajando desde 2004, pese a las extracciones comenzaran hace ahora tres años. El proyecto ha demostrado la existencia, a través de la ubicación conocida y rentable, de 27.000.000 toneladas de recursos, de los que las reservas, es decir, la parte explotable, ascienden a nueve millones.
Saloro ha llegado a una localidad en la que la mina ha sido acogida con los brazos abiertos por la población, donde el conocimiento del trabajo que podría traer la empresa ha evitado la polémica y el rechazo del proyecto por parte de los vecinos, a diferencia de otras explotaciones, como sucede con la de uranio a cielo abierto en Retortillo, también en Salamanca. “Desafortunadamente la minería no tiene fama por la historia, pero esta mina es un excelente ejemplo de cómo puede funcionar en armonía y en el conjunto con la naturaleza”, afirma Ahlenius, quien insiste en defender que, gracias a la tecnología, el trabajo minero ha evolucionado, dejando “el pico y la pala a un lado”, y convirtiéndose en un proyecto respetable con el medio ambiente.
La explotación de este recurso natural supone “una riqueza, no solo para la zona, sino para el país”, afirma césar Hernández, responsable de la producción en planta de Saloro. “Es PIB que tienes y lo estás desaprovechando, y estamos dependiendo de otros países cuando lo tenemos aquí”, resalta el trabajador en defensa de explotar los recursos mineros, y atribuye el rechazo de la población hacia este sector al “desconocimiento”, justificando que, se extraiga o no, el material sigue estando presente, aunque sea en capas inferiores. “Es un rechazo generalizado por la opinión social, no por el peligro que pueda entrañar”, señala.
Minería y medio ambiente
Tanto la administrativa de mantenimiento de Saloro, María José Bustillo, como la encargada del tratamiento de aguas, Mercedes Vega, respaldan la opinión de su compañero, e insisten en la importancia de la buena gestión de las minas. “Aquí uno de los puntos más importantes que tuvimos fue presentar la disposición de impacto ambiental y que nos la aprobaran”, señala Bustillo, recalcando que las minas y el medio ambiente pueden convivir. “La mayoría de la gente que se opone es porque no sabe que ese documento exige y es el aval que la Junta te pide por si hay problemas”, insiste.
El proyecto de Saloro se enmarca dentro de la Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) de las Arribes del Duero. Una mina situada en un parque natural, desde la que, como explica el director facultativo Tomás Vecillas, se integró desde el principio en la parte medioambiental. La mina cuenta con un seguimiento medioambiental propio, con un estudio financiado por la empresa en el que monitorizan los trayectos de aves como los alimoches. Además, según detalla Vecillas, desde un primer momento la mina ha sido respetuosa con la fauna que habita en el entorno, destacando la importancia de que el territorio mantenga las características para que la vida silvestre pueda desarrollarse en él.
“Cuando tienes una actividad compatible con la vida silvestre esta se desarrolla con total normalidad”, afirma el director facultativo, quien se muestra contento afirmando que «Castilla y León ha apostado por la minería». El trabajo minero ha evolucionado y, hoy en día, el factor medioambiental es uno de los más destacables para poder llevar a cabo la extracción del material con total seguridad. Técnicas como la flotación, que permiten separar las sustancias nocivas del mineral para su tratamiento, o la regeneración de las laderas de “la corta”, como conocen al yacimiento en sí, entre otras, son fundamentales para mantener esta consonancia con la naturaleza.
Aunque el wolframio sea un material finito, Agnes Ahlenius está convencido de que “cuando el trabajo en la mina se acabe la riqueza del pueblo se va a seguir manteniendo”. Desde Saloro ya trabajan en la investigación para hallar más recursos en la zona, en busca de yacimientos más profundos, para prolongar la extracción del mineral durante más años. En caso contrario, el director afirma que las instalaciones actuales quedarán a disposición del Ayuntamiento. Un futuro para Barruecopardo donde sus habitantes, defensores de la minería más allá del pico y la pala, continúan apostando por un trabajo que se ha convertido en su forma de vida.