[dropcap]T[/dropcap]oda guerra es una orgía de sangre inocente de la misma forma que todo capitalismo sin control es una orgía de dinero turbio. Una orgía (la del dinero turbio) suele llevar a la otra (la de la sangre inocente). «Realpolitik».
Y realpolítiko es el que comprende la sinrazón que mueve todo esto y lo asume, cuando no lo defiende y lo promueve.
La Historia no se detiene, pero a veces camina hacia atrás. Y así hay quien a la guerra y al dinero turbio lo llaman progreso y lo encuentran tan natural e inevitable como las leyes de Newton. Hay que dejar que el dinero turbio crezca (dicen) para que luego se derrame, por inercia. Lo que pasa es que no suele derramarse sino explotar.
En la orgía todo vale, no hay reglas, y ese «todo vale», tanto en la guerra como en el capitalismo, ese «laissez faire» tan elegante que se dice en francés, es un valor «liberal», dicen los «neoliberales». Que no son ni siquiera liberales a la violeta sino liberales pardos, teñidos, o sea falsos liberales. Amigos de la dictadura del dinero, eso sí.
El dinero turbio se disfraza entre nosotros con los oropeles de la cultura avanzada y cosmopolita, pero es un espejismo y un fraude del pensamiento. Al cabo no hay cultura ni cultivo, ni tampoco «crecimiento» abonado con dinero sucio, solo destrucción y miseria. Miseria material, miseria ecológica, y miseria moral. Pobres y oligarcas. Precariedad y corrupción. Y al final guerras.
Los escrúpulos de conciencia, la igualdad ante la Ley (de la que carecemos en España), la reforma de las Leyes injustas, el no «laissez faire» según qué crímenes, el anteponer el «bien común» al privilegio privado, y la prevalencia del poder legítimo (democrático) sobre el poder económico que no lo es en la toma de decisiones que nos afectan a todos, se consideran por los politólogos de la posmodernidad como antiguallas, valores caducos por estrechos y puritanos, que no concuerdan con la realidad presente, mucho más ambigua, realidad que nos llaman a asumir en toda su «riqueza».
Hay toda una orquesta de grillos filósofos y políticos giratorios dedicados exclusivamente a este menester: convencernos de que debemos aceptar con docilidad bovina esta realidad posmoderna que «nos hemos dado» y con la que nos damos, por cierto, un batacazo tras otro. Y es que, aunque los hechos lo desmientan, están convencidos, estos forofos de su fe, de que el catecismo neoliberal del mercado no se equivoca nunca.
Más bien ocurre al contrario, que se equivoca con frecuencia, y cada error nos cuesta un mundo, y ya casi un planeta.
A pesar de lo reiterado de los golpes y las sucesivas crisis, no solo de representación y confianza, sino económicas y sociales, y ahora también de seguridad, los politólogos y académicos neo-retro-liberales vuelven una y otra vez a la carga: no hay más pensamiento que el pensamiento único ni más ideología que la suya. En consecuencia, nos conminan a que comulguemos con sus ruedas de molino, porque alternativa no hay, nos dicen.
El empobrecimiento de las clases medias, que no cabe negar, es el resultado de una obra de colaboración y consenso del PPSOE
En cuanto que las alternativas se han reducido hasta desaparecer del todo (y esto lo adornan con el eufemismo de «tecnocracia»), cada vez somos menos libres. Solo es libre el que puede elegir, los que no pueden hacerlo son autómatas o esclavos. Piezas en el engranaje de una mecánica ajena. Por ejemplo: «tecnócrata» era el austericidio, hasta que se descubrió que en realidad no derivaba de una fórmula matemática, sino que era una metedura de pata de políticos necios o cegados por el fanatismo (y su interés).
Y el caso es (conviene señalarlo) que sí podemos elegir, más o menos, a nuestros «representantes». Los que no pueden elegir son ellos. Es una impotencia por representación.
Ellos (pobres) solo pueden obedecer las reglas que les dictan los dueños del dinero. Reglas bastante simples: no quieren reglas, quieren selva. Es así como nos «liberan». A la fuerza y sin contraprestaciones. En realidad ellos no querían corromperse, pero no han tenido elección.
Las burbujas económicas y las privatizaciones corrompidas, en las que han coincidido tanto el PP como el PSOE (a partir de Felipe González), son obra de esa libertad tan peculiar que predican ambos. Por eso lo que dice ahora el PP de que el PSOE ha arruinado a las clases medias y trabajadoras en España, resulta tan chocante y estrambótico, y es un ejemplo más del humor negro que nos caracteriza y del esperpento patrio. Todos sabemos que ese empobrecimiento, que no cabe negar, es el resultado de una obra de colaboración y consenso del PPSOE.
Como cabe achacarles también, a partes iguales, el descrédito de nuestra democracia y la impunidad de nuestra monarquía. Toda la parafernalia rancia que cabe resumir en ese deseo oscuro de «gran coalición» (la gran tapadera) con el que aspiran a conservar un régimen caduco y corrupto que nos ha llevado al estatus de país anómalo y democracia defectuosa.
El riesgo de este estado de cosas es caer en la tentación de pensar por libre:
Cuando hablan (en su neolengua) de «Derecho internacional» pensamos enseguida en la guerra de Irak y en sus promotores torcidos y alejados de todo derecho justo.
Cuando hablan de «valores liberales» pensamos en sus paraísos fiscales, o en las puertas giratorias y los monopolios de sus mercados cautivos. Y también en esos «representantes» que a la vista de todos (les da igual) ingresan, tras prestar servicio oculto a sus amos, en los consejos de administración de sectores que privatizaron para saquearlos después, trampolín de tantos oligarcas «hechos a sí mismos». Lo que en su jerga podríamos denominar «meritocracia» de altura en el contexto de un capitalismo de amiguetes.
Cuando hablan de «cosmopolitismo» pensamos sin querer (no es un pensamiento grato) en la fosa del Mediterráneo, llena de cadáveres, el mismo mar en el que los oligarcas rusos nos plantan sus yates. Y damos las gracias por la propina.
Para unos (los refugiados de la miseria y la guerra) fosa. Para los otros (delincuentes económicos que saquean pueblos y financian guerras) alfombra roja.
Cuando hablan de mercado libre y sociedad abierta, pensamos en los beneficios que se privatizan y en las pérdidas (y estafas) que se socializan. Pensamos en el austericidio.
Esos «representantes» que a la vista de todos (les da igual) ingresan, tras prestar servicio oculto a sus amos, en los consejos de administración de sectores que privatizaron para saquearlos después, trampolín de tantos oligarcas «hechos a sí mismos»
Cuando hablan de «realismo» pensamos en los beneficios «caídos del cielo» y otras intervenciones divinas. Milagrosas de hecho.
En toda impostura se incluyen vetas más o menos acotadas y aceptadas de hipocresía consensuada. Pero si son demasiado amplias y predominantes, como es el caso, pueden sustituir y ahogar el tejido noble. Arruinan de manera irremediable la farsa institucional.
¿Cuestión de dosis? No. Cuestión de principios.
Pero no solo de principios. También cuestión pragmática, de pura o impura utilidad.
Ahora bien, para ese objetivo de utilidad, la razón debe ser honesta, no sofística. Del falseamiento de los hechos y de los sofismas dialécticos no se deriva ninguna utilidad real y duradera. No al menos una utilidad que beneficie a la mayoría.
Escucho a Felipe González, en pleno ejercicio de su sofística habitual (que siempre fue una sofística de vendedor de alfombras), decir que aquellos que critican el «neoliberalismo» lo quieren sustituir por el «neopobrismo». Y es que, según él, con el neoliberalismo no hay pobres, solo desigualdad (recordemos para orientarnos que González es uno de los discípulos más entusiastas de Margaret Thatcher).
En cuanto que el neoliberalismo no produce pobres (solo desigualdad), tampoco debe producir (o no se debe mostrar) pobreza energética ni hambre infantil. Todo esto solo son inventos de los radicales podemitas y de Cáritas.
Esto me recuerda bastante a lo que decía recientemente un político del PP, colaborador de Ayuso, cuando afirmaba que él no veía por ningún lado (de los lados que él frecuenta) esos pobres que describen, entre otros, los informes de Cáritas. Pobres que cualquier funcionario de rango bajo o medio, como médicos generales y demás servidores públicos a pie de obra, ven cada día en su abundante y cruda realidad.
Como ingente es también, ante la ausencia de inspección, el número de inmigrantes explotados por mafias y desalmados, al margen de toda legalidad laboral y al margen de toda consideración humana. Que parece como si los sindicatos fueran, y desde hace tiempo, un jarrón chino al servicio del poder, mero adorno carente de sustancia.
Una sociedad donde la desigualdad y la precariedad crecen sin parar es una sociedad donde los sindicatos no hacen bien su trabajo.
González y el PP (la gran coalición, el centro ultra y corrupto que sustituyó el centro socialdemócrata) coinciden en que el neoliberalismo no produce pobres, ni precariedad. Ceguera voluntariosa que se encuadra en ese otro fenómeno más amplio del negacionismo. Lo mismo niegan una pandemia, que niegan el cambio climático, o que existan pobres.
Bien, dejemos a este emérito expresidente con sus sofismas dialécticos, tan brillantes como vanos, y concluyamos, ateniéndonos a los hechos, que la alternativa al pensamiento único del neoliberalismo (tan fracasado que ya hiede) no sólo existe, sino que es hoy más necesaria y urgente que nunca. Y no es el «neopobrismo» sino la socialdemocracia que González traicionó y tiró por la borda en colaboración con el PP.
Para ir entrando en materia, desde una descripción y análisis de los hechos palpables, leamos por ejemplo el artículo de Paolo Gerbaudo, publicado en El País del 27 de marzo: «La seguridad es ahora la prioridad…». O si queremos irnos más atrás a las raíces de la sensatez y el buen gobierno, y a las mentes más lúcidas que dieron a luz la Europa comunitaria, leamos lo que decía Alberto Savinio en «El destino de Europa» (artículos escritos entre 1943 y 1944), y que muy bien puede servirnos de referencia actual:
Decía Savinio:
«Ningún Hombre, ninguna Potencia, ninguna Fuerza podrá unir a los europeos y hacer a Europa. Tan sólo una Idea podrá unirla y hacerla. Y dicha Idea no es otra cosa que lo humano por excelencia. Dicha Idea es la de la comunidad social. No puede ser otra que la idea de la comunidad social. No existe ninguna otra idea capaz de obrar el milagro esperado por todos: la unión de Europa. Porque la única idea fecunda y práctica de nuestro tiempo es la de la comunidad social. Es la idea práctica de nuestro siglo, tal como en el siglo pasado lo era la idea liberal».
Esto lo decía en vísperas del fin de la segunda guerra mundial y en vísperas de que Europa creciera como Idea y proyecto.
Luego vinieron los mentecatos olvidadizos que pensaron que Europa se podía refundar siguiendo el ejemplo de la selva decimonónica. La selva neoliberal. La que Alberto Savinio llamaba del «siglo pasado».
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