La Cuarta Muerte Capital (Y las otras tres)

Francisco Blanco, director del Instituto de las Identidades de Salamanca -Ides- lo explica
La Corona de Espinas. Imagen. Pixabay.

Exaltación y exhibición de la muerte es lo que se ve en los pasos que procesionan en Semana Santa, salvo el del Encuentro. ¿Por qué nos fascina tanto la muerte? ¿Por qué tanta lágrima durante la Pasión si no sale el paso y tan poco fervor el resto del año? Francisco Blanco, etnólogo, nos ayuda a resolver esa fascinación que tenemos por la muerte, la de Cristo y otras más mundanas.

Francisco Blanco, director del Instituto de las Identidades de Salamanca -Ides-.

¿Por qué nos fascina tanto la muerte?
Siempre he defendido que nuestra cultura es esencialmente una cultura de la muerte. Aun cuando la imagen que proyectamos en el escaparate, como nos ven desde fuera, sea vitalista. Pero, en el fondo, es una máscara de la muerte y si analizamos la cultura de tipo tradicional, esto lo refleja de una manera avasalladora.

¿A qué se refiere?
A que nos encontramos con una presencia de la muerte que está en todo y que nos arrastra en los comportamientos.

¿Tan potente es?
Te lo resumo. En la vida cotidiana, el toque de oración en realidad era un toque de ánimas en recuerdo a los muertos; la muerte tiene un peso enorme en la ritualización y la liturgia; los velatorios, entierros,… todo un ritual que ahora, con el tema de la pandemia y las restricciones, ha derrumbado al individuo, porque necesitamos socializarnos con la muerte, como con otras muchas cosas.

¿Podría haber una parte de exhibicionismo?
Sí. De hecho, eso nos permitirá entender algunas cosas.

¿Por ejemplo?
Hay determinados aspectos de la vida tradicional en los cuales la muerte es el eje en el que giran muchos elementos culturales. Aquí tenemos la matanza del cerdo. Es casi un animal totémico. El sacrificio cruento de ese animal se convierte en el centro de todo un conjunto de rituales.
Otro ejemplo: la muerte del toro. Nuestra cultura no se entiende sin esa muerte, pero tiene que ser un toro sacrificado cruentamente. Por eso, para nosotros es muy difícil acercarnos a la realidad cultural de Portugal, donde el toro no muere. Quizá por la sensibilidad social que está calando acabe siendo un espectáculo de otra índole. Pero, hoy por hoy, el toro tiene que morir, porque es un animal sagrado y forma parte del sacrificio que genera un conjunto de ceremoniales unidos a lo religioso-cristiano donde hay otro sacrificio.

Un toro bravo. Fotografía. JOTA.

Todos los domingos asistimos a la muerte de Cristo…
Sí, eso es así y también es curioso comprobar cómo las ermitas y santuarios de Salamanca nos ofrecen algo muy identitario. Junto al templo donde se va a producir el sacrificio del Dios hombre está la plaza de toros donde se produce el sacrificio del Dios antiguo, primitivo, del Dios toro bravo. Ambos forman una alegación que en muchos casos no somos conscientes de lo importante que es.

¿Por qué?
Porque el sacrificio cruento del toro ha perdido en nuestro pensamiento la función sagrada que tuvo y le dio origen. Al final, se ha convertido en una tradición.

Las tradiciones son sagradas…
Y las hacemos porque sí, porque mi padre y mi abuelo las hacían, pero tenemos que ser conscientes de por qué se empezaron a hacer.

Tenemos el cerdo, el toro. ¿Hay más animales sagrados?
El gallo. Correr los gallos es un sacrificio cruento de un animal que tiene un valor simbólico y que se asocia a un grupo de edad, como son los quintos, que se inician, van a dar el salto a la edad adulta. Ya van tres animales.

Correr los gallos. Tenebrón 1991.

 

Además, tienen fechas de celebración concretas…
Tienen que ver con los ciclos agrícolas. En los orígenes de los rituales del toro había una serie de ceremonias de propiciación de la naturaleza, por lo que el sacrificio de este animal sagrado concluía con dos funciones, una arrojar la sangre del animal sobre la tierra, para que captase la fuerza y, por otro lado, se lo comían, sobre todo los hombres, para llenarse de la energía, del valor y fiereza que se le suponen al toro bravo. Es un ritual sagrado.

Unimos religión y naturaleza…
Todo viene de las culturas agrícolas. Añadamos ahí el culto a los muertos, el Día de Todos los Santos, esencial, y a todo esto sumamos la Cuarta Muerte Capital, que es la muerte de Cristo, la del Dios hombre. Existen culturalmente la muerte del toro sagrado y la de Cristo. Nosotros en el Instituto de las Identidades realizamos una exposición de Venancio Blanco donde pusimos un Cristo agonizante y un toro muriéndose, ambos enfrentados.

¡Vaya binomio! Toro y religión, en Salamanca.
Aquí, en Salamanca, hay un potencial enormemente importante desde el punto de vista cultural en torno al toro.

Y se da en todas las comarcas…
Sí, en todas. Aquí no hay fiesta si no hay toros.

Una matanza tradicional. Fotografía. Rogelio Pinate.

Si hay una celebración donde la muerte está omnipresente esa es la Semana Santa…
Claro que la Semana Santa es la celebración de la muerte, el regodeo de la muerte y del sufrimiento. Todo lo que tiene que ver con la imaginería, los pasos de Semana Santa,… Son Cristos sufrientes, malheridos, la madre destrozada y rota de dolor,… Eso es el sufrimiento sin solución de continuidad que termina en la muerte.

Es una pornografía del dolor.
Dicho en términos periodísticos… Pero seguramente es verdad que es una manera excesiva. No hay que escarbar mucho, si nuestra religión es monoteísta creer en un solo Dios todopoderoso, ¿qué pintan la Virgen María y los Santos a los que recurrimos como si tuvieran cada uno una parcela de poder? Le pedimos a la Virgen de Valdejimena que nos cure la rabia o a San Antonio que nos busque un novio… No le pedimos que sean mediadores, para nada, se lo pedimos a la Virgen y al Santo directamente.

Santísimo Cristo de la Liberación.

Tenemos tantos ‘dioses’ como los romanos…
Sí, es un Panteón antiguo como los romanos…

¿También tenemos el hueco al Dios desconocido?
No sé si a lo desconocido, pero sí hay muchos paralelismos. En la Domus romana se rendía un culto particular a los dioses familiares y nosotros también tenemos nuestros dioses familiares, ahí tienes las capillitas, el Sagrado Corazón,… tenemos muchas similitudes y no lo hemos superado.

¿Dónde incluimos el fanatismo y las imágenes que vemos cada Semana Santa?
¿Esta cultura es cristianizada? Pues no lo sé, según lo queramos ver. Creo que no es una cultura cristianizada, aunque en la superficie sí, de la liturgia, de la estructura, pero en el fondo, como siente el pueblo la religión no es así. De ahí se derivan comportamientos que rayan el fanatismo, como por ejemplo cuando no sale el paso y todos se ponen a llorar. Son cofrades que el resto del año no van a misa y les importa poco la religión.

Cristo de la Salud.

¿Qué cree que hay ahí?
Fetichismo. A mí me interesa como fenómeno sociológico y cultural. Me parece apasionante. Desde luego no es una cultura cristiana, si no somos capaces de asumir que la clave de esta religión es la Resurrección de Cristo…
Que se supone es la salvación del hombre. Él muere por nosotros y resucita.
Eso es lo que da sentido al Cristianismo, pero ¡qué va! Nosotros solo tenemos la procesión del Encuentro. Luego nos vamos a comer el hornazo al campo, que es lo que hacemos en nuestra tierra el Domingo de Resurrección. Esa es la realidad. Celebramos la Resurrección, pero nos regodeamos en el sufrimiento y la muerte. Une todo esto a las otras celebraciones y hablamos de que la nuestra es una cultura de la muerte. Lo que ocurre es que necesitamos ponernos la máscara, el disfraz y vivirlo desde el posicionamiento contrario.

Hablando de ocultaciones del rostro. ¿Ha cambiado mucho la manera de vivir la Semana Santa ahora que hace cien años?
Hay una expresión que hemos escuchado todos en los pueblos: ‘Estos curas nuevos nos quitan la fe’. Por lo que vino después del Concilio Vaticano II. Efectivamente, en las formas ha cambiado mucho. La religiosidad de antaño, tan ingenua, tan elemental, que no responde a un cambio de pensamiento religioso, de creencia profunda en lo que era el cristianismo,… En eso creo que sí hay cambios. Hemos pasado de esa religiosidad ingenua, sin grandes convicciones, sin un gran aparataje teológico,… Las personas repetían lo que habían visto a sus antepasados. Ahora, las nuevas generaciones se han apartado de la religión y esa desacralización de la vida afecta a las formas. Hoy día, van a misa las personas mayores. El día que no haya curas o personas mayores para ir a misa, esas iglesias, sobre todo en los pueblos, se cerrarán y punto.

Igual que las procesiones en los pueblos…
Sí, porque no hay brazos para sacar los pasos, porque pesan mucho las andas y no hay personas para llevarlas. No hay posibilidad. Por ahí asoma la España vaciada. Se acaban las tradiciones porque no hay quien las conserve.

No es que no quieran, es que no pueden con el peso, real, de las andas…
Efectivamente. Es incontestable, no hay gente y los jóvenes han roto, quizá por esa parte de romper con lo anterior que ocurre en todas las generaciones. Todo se junta y siempre en perjuicio del patrimonio de la tradición que es patrimonio de todos.

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