Opinión

La grieta

Guerra de Ucrania.

[dropcap]E[/dropcap]l editorial de El País acababa así: «Los demócratas europeos deberían tomar nota antes de que sea tarde». Ese mismo editorial hablaba de una «grieta», no solo en Francia (ese referente cultural y social de primer orden en Europa) sino por extensión en todo el continente.

Pero esto ya se dijo (lo de tomar nota) con motivo de la estafa financiera de 2008 y del austericidio que como estafa la culminó (recuerdan), y no se tomó nota. Y también se dijo con ocasión del fenómeno de los chalecos amarillos y ante el Brexit, y de nuevo ante la catástrofe de la pandemia, cuando el modelo neoliberal impuesto de forma ecuménica (uno de los impulsos de toda religión) se demostró no solo un error de políticos imprudentes y fanáticos sino una trampa. Una trampa mortal. Una trampa entre los hilos de la tela de araña de eso que llaman «cadenas de suministro», que son los mismos hilos por los que viajan las instrucciones para globalizar la precariedad laboral y la pérdida de derechos.

El leitmotiv de todas estas declaraciones de buenas intenciones de los fabricantes de grietas y de los tejedores de hilos precarios es que nos habíamos equivocado en algún punto, y que ese punto debía estar en el origen y por tanto era crucial y determinante, pues había decidido el sentido de la ruta (equivocada).

Hace ya mucho años (nuestra corrupción tiene ya una edad), Felipe González repetía con cada advertencia de la realidad, algo muy parecido: «Hemos entendido el mensaje», solía decir entre compungido e irónico cuando a través de las urnas los ciudadanos le hacían saber que la deriva que había tomado su política y su partido, en seguimiento de las enseñanzas doctrinarias de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, no eran de su agrado, y además no eran útiles para la mayoría, como los hechos se empeñaban en demostrar una y otra vez.

Y efectivamente los ciudadanos, mucho más perspicaces que el expresidente exsocialista, no se equivocaban.

Francia siempre ha sido un referente cultural y social para Europa por muchos motivos, pero bastaría mencionar la Enciclopedia, la Ilustración, o la Revolución francesa. Fue por lo pronto un modelo para la democracia americana.

En este país vecino la defensa de lo «público» ha sido y sigue siendo firme y apasionada. Bastaría comparar la política que allí se sigue sobre pensiones y edad de jubilación con los cambios que, como posmodernidad dócil al «orden mundial» neoliberal, se quieren introducir y de hecho ya se han introducido en el nuestro.

solo se entiende el éxito de Macron (uno de los múltiples e intercambiables representantes del «extremo centro») por el vacío creado en el espectro político de aquel país por el suicidio del partido socialista francés.

Con esa fuerza en la defensa de lo público cabe relacionar la intensidad que allí ha tenido y sigue teniendo aún (fuerza latente) el fenómeno de los chalecos amarillos como movimiento contestatario y de resistencia frente al abuso de las falsas élites que nos gobiernan. Que no son las élites del espíritu y el talento, sino las élites de la corrupción, el dinero turbio, y la desvergüenza.

Siendo esta una nota esencial del carácter y la naturaleza política del país vecino, solo se entiende el éxito de Macron (uno de los múltiples e intercambiables representantes del «extremo centro») por el vacío creado en el espectro político de aquel país por el suicidio del partido socialista francés.

Y es que ya nadie duda que una corriente suicida bastante incomprensible ha recorrido, a partir de los años ochenta, a los partidos socialistas europeos que, ante el atractivo del dinero fácil de la corrupción y las privatizaciones, se pasaron en masa a las filas del neoliberalismo. Recuerden aquello tan suyo y tan nuestro del «pelotazo».

Ese gran vacío no solo dio alas a personajes («actores» en el sentido teatral de la palabra) como Macron, que bajo apariencia de moderación y progresismo persigue imponer el mismo catecismo neoliberal que la ultraderecha más radical (lo cual no introduce ninguna novedad respecto del fracasado partido socialista francés), sino sobre todo ha dado alas, por lo que vamos viendo, a la ultraderecha demagógica (social en su máscara, neoliberal en su fondo), que se nutre de la desesperación de las clases medias y trabajadoras. La desesperación que de suyo suele traer siempre consigo el dogma neoliberal, el cual, como los buitres, se nutre de carroña, es decir, de precariedad laboral y pérdida de derechos.

Se salen de este esquema general de sucesos históricos, bastante previsibles, algunos países del sur donde la democracia y la defensa de lo público no tienen tanta tradición como en Francia, y como ejemplo de ellos España, donde parece que tenemos más encaje y en el que aún se mantiene en el poder, tras un aparente lavado de cara, el PSOE, al que no se le ha hecho pagar la factura que sí han pagado sus partidos europeos gemelos. Aquí -recordemos- los hechos de la corrupción no tienen consecuencias.

Y es que el PSOE «renovado» de Pedro Sánchez, demasiado condicionado por una estrategia electoral y por los dictados de la plutocracia, se mantiene deliberadamente en un plano de indefinición y ambigüedad, pues por una parte dice aspirar, en asociación de Podemos (y así lo pactaron), a una democracia social o socialdemocracia, y por otra mantiene en la práctica las políticas de un neoliberalismo muy poco democrático (ningún neoliberalismo lo es), muy parecido -si no igual- al que implementó Felipe González.

Se empieza por una grieta en la sociedad, verbigracia a través del privilegio y la desigualdad ante la ley (amparo de cualquier fraude); se continúa dando impulso a nacionalismos y separatismos varios, y se acaba por la grieta suprema y definitiva de la guerra.

No debe sorprendernos por tanto que se hable de «grietas» en Francia y por extensión en Europa, porque el proyecto neoliberal es en esencia un proyecto de agrietamiento en la sociedad. Un proyecto de división, ruptura, y desigualdad que, vía globalización, convierte la grieta en ecuménica. Proyecto de división que alcanza también a la relación del hombre con el planeta que habita.

El orden evolutivo de las grietas suele ser ascendente. Se empieza por una grieta en la sociedad, verbigracia a través del privilegio y la desigualdad ante la ley (amparo de cualquier fraude); se continúa dando impulso a nacionalismos y separatismos varios, que últimamente encabezan corruptos que se benefician con la primera hendidura; y se acaba por la grieta suprema y definitiva de la guerra.

Algunos ven con perspicacia y lucidez esa evolución desde el principio. Otros no. O no quieren verlo.

Vemos así que al tiempo que los derechos sociales y laborales se agrietan vía dispersión, globalización, deslocalización, y competencia en la miseria y los sueldos bajos, por contra los beneficios opacos y de no muy limpio origen se reúnen, condensan, y compactan, en selectos paraísos fiscales.

O sea, meritocracia de la trampa y cosmopolitismo del fraude.

Contra esto, poca esperanza puede ponerse en Macron.

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