Opinión

De la servidumbre voluntaria

Rey emérito, Juan Carlos I. Foto. TVE.
Rey emérito, Juan Carlos I. Foto. TVE.
«… y viven oprimiendo a una multitud de operarios y domésticos, no ciudadanos, sino esclavos, a quienes se prohíbe como delito lo que constituye las delicias de sus señores»
(Girolamo Vida / Diálogo de la dignidad de la república. Cremona, 1556).

«Mas, hablando con propiedad, es una inmensa desgracia estar sujeto a un amo del que jamás se puede asegurar que será bueno, porque dado su poder siempre estará en su mano ser malo cuando desee» (Étienne de la Boétie / Discurso de la servidumbre voluntaria)

«En tiempos de crisis no hay que hacer mudanza» (decían los jesuitas), salvo que el no hacer mudanza sea la causa de la crisis (opinamos nosotros como escolio a esa sentencia con trampa).

Los jesuitas, que eran muy suyos, conocían por supuesto esta variante reflexiva sobre el asunto principal (hacer o no hacer, esa es la cuestión), pero no la expresaban abiertamente porque no todo conviene decirlo si lo que nos interesa, como poder constituido, es la inmovilidad y el silencio.

Pero igual de jesuítico (o pragmático) que aquel silencio, o incluso más útil, si lo pensamos bien, es no callar ni ocultar determinados hechos que nos quitan la salud poco a poco. La salud civil en este caso.

Venimos de un tiempo en que no estaba bien visto llamar latrocinio al robo (de dinero público, por ejemplo), y no por un respeto a las formas (que en este caso sería un falso respeto al poderoso que roba, además de una falta de respeto a los ciudadanos robados, al idioma propio, y a la razón), sino sobre todo por una servidumbre voluntaria y ciega que se ha constituido durante décadas en el eje y alimento principal de nuestro régimen corrupto… y servil.

Con toda seguridad y sin faltar a la cita la monarquía se desprestigia ella sola, no hay más que darle cuerda y llenarla de alabanzas y besamanos. Pero algo ayudan en ese proceso aquellos cortesanos que se declaran abiertamente y sin ambages ciegos voluntarios ante sus vicios legales y sus privilegios ilegales, vicios y torpezas que ciertamente son consecuencia directa de su naturaleza irracional.

Parece claro que el rey emérito, el rey de los juancarlistas, tuvo (y aún conserva) una corte extensa, espesa y, sobre todo, ciega que le baila el agua y que, en su deseo de servidumbre voluntaria, no solo renunció al sentido de la vista sino también al don del habla.

Otras veces no fue esa servidumbre voluntaria propia de los fanáticos que creen que los monarcas descienden, vía dinástica, de los efluvios divinos del Monte Sinaí, sino el interés concreto, contante y sonante, el que anuló sus facultades naturales y los hizo mudos y ciegos.

El conocimiento de la realidad tal como se nos presenta (y hablamos de la corrupción monárquica como epítome de todo un régimen y sello de un periodo histórico) puede, desde el tiempo presente, iluminar retrospectivamente el pasado y matizar su componente de fábula.

Existe desde luego la decadencia y puede ocurrir que un presente penoso suceda o sea la consecuencia inopinada de un pasado glorioso y muy distinto, el de la Transición. Sin embargo, la realidad ahora de sobra conocida (realidad que no se improvisa de un día para otro) debería incrementar nuestro interés por un análisis menos servil del pasado. Revisitar el mito (un tanto ajado) de la Transición y el relato (quizás igual de mítico y falso) del 23F.

Y a esto es a lo que parece que apunta Antonio Elorza en su artículo de El País de 25 de mayo, que sin embargo flojea cuando hace responsable de esta servidumbre y ceguera voluntaria a la derecha oficial y no al PSOE.

Unos y otros, PP y PSOE, o sea PPSOE, han bloqueado sistemáticamente la investigación de la corrupción de la monarquía para dar mayor amparo y mejor refugio a la corrupción reinante. Lo cual es entendible, aunque no excusable, porque han sido y son partícipes y beneficiarios directos de esa corrupción.

Esto es fácil cuando hay medios (y no son pocos) que han colaborado y colaboran en ese juego, cuyo fin último es tapar o falsear la verdad.

Escribe Elorza:

«De paso, esto invita a revisar la historia en cuanto a la Transición y al 23-F. Su comportamiento actual lleva a pensar que no defendió la Corona en el sentido de una institución democrática que él encarnaba, sino como patrimonio que le correspondía por la legitimidad dinástica, por encima de cualquier ley, y que estaba dispuesto a mantener a título personal. La conversación con Armada en vísperas del 23-F sería aquí una pieza esclarecedora» (Antonio Elorza / El País/ 25 mayo 2022).

Los que ayer eran «juancarlistas» hoy se declaran «felipistas». Es la misma película con distintos «actores». Es decir, la misma impunidad, la misma institución arcaica y retrógrada, la misma ignominia.

Estos días comprobamos, con datos fehacientes, que los enemigos del Estado, desde sus cloacas, realizan una labor de zapa, que va minando poco a poco las raíces de la democracia. Actúan como termitas. Los enemigos del Estado, es decir los corruptos que pululan en sus cloacas, son los que conocen los «secretos oficiales». Y son los que guiados por sus objetivos de corrupción (contra los ciudadanos del Estado) ocultan, tapan, callan, manipulan, o se inventan. Así es como funciona nuestro régimen.

El tejemaneje y el lenguaje de los bajos (altos) fondos, viene descrito con mucha gracia en el artículo de Alex Grijelmo para El País de 27 de mayo:

“Fumarse un puro” (Cospedal); “Dar un palo” (dirigentes y famosos del futbol); “Para la saca” (aristócratas folclóricos made in Hola); “La pequeñita” (entre Villarejo y Cospedal, refiriéndose a Soraya Sáenz de Santa María).

La servidumbre voluntaria es el aliado necesario e indispensable de la corrupción, y en nuestro país ese engranaje ha funcionado a la perfección.

Que la corrupción puede ser tan contagiosa como algunas variantes de virus lo comprobamos en la siguiente cuestión: ¿Sería admisible algo así como un «delito de injurias contra los ciudadanos» con el que poder empapelar, por ejemplo, al jefazo de Iberdrola que nos ha llamado tontos?

Pues no parece ni admisible ni razonable. Más bien sería irrisorio y absurdo.

De la misma manera, tampoco es admisible ni razonable algo así como un «delito de injurias contra la monarquía» porque lo único que eso demostraría es que, con el roce íntimo de nuestros monarcas con los suyos, se nos ha pegado y contagiado bastante el estilo medieval de las satrapías árabes, esas que descuartizan periodistas y a las que nuestro rey emérito besa tiernamente en las mejillas.

Etienne de la Boetie escribió «Discurso sobre la servidumbre voluntaria» siendo muy joven (se dice que contaba con solo 16 o 18 años). Fue además amigo fraternal de Michel de Montaigne, lo cual por sí solo es ya toda una recomendación.

Su escrito, un tanto perseguido o manipulado por los distintos poderes, al igual que los ensayos de su amigo Montaigne, que estuvieron prohibidos e incluidos en el «Índice de la iglesia católica» (esa ignominia perpetua que a su vez es una guía muy recomendable de las lecturas más interesantes), es la lectura que hoy recomendamos.

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