[dropcap]H[/dropcap]acía un momento que había conversado con él, cuando alguien me escribía para decirme que acababa de verlo en aquellas frías horas de la noche salmantina con un termo al lado de un ¿indigente?
Gestos como este, de alto rango humanitario, solo es posible observarlo en esa rara especie humana que se distingue por dejar en evidencia el deshumanizado recorrido por el que deambulamos, como ciegos con sordera, la casi totalidad de los mortales.
El sacerdote Manuel Muiños Amoedo pertenece a un patrón de especímenes que nacieron para jodernos la vida, al dejar en evidencia nuestra militancia humana y cristiana en los espacios más tranquilos de la sociedad, donde es fácil esconderse y disiparse, mientras colgamos el cartel de “no molesten”.
Un amiguete pucelano me comentaba que cuando se enteró de que era cura aquel gallego que recogía uno de los premios más importantes que se conceden en nuestra Comunidad Autónoma, el Ical 2019, le extrañó en gran manera que no estuviese con él, sacando pecho, el obispo de Salamanca o algún gerifalte de la organización eclesial.
Solo pude contestarle que, efectivamente, era incomprensible que la Iglesia no fuese sensible con estas cosas, que a fin de cuentas reconocen los grandes gestos de los sacerdotes que viven para interpretar el fruto del amor fraterno a pie de calle. ¿Acaso no viene pidiendo esto el Papa Francisco desde que inauguró su Pontificado?
La impresión que tenemos muchos católicos es que, en el disco de nuestra diócesis, la cara B sustenta, oscurece o difumina a quienes molestan simplemente por caer bien al gentío por esa entrega personal que suena a Evangelio, no por una lectura sistemática del mismo, sino por la ejecución con sacrificio y esfuerzo de lo que en él se dice.
Y ahora, Manolo Muiños es agasajado con el nombramiento de Hijo Adoptivo de esta ciudad, que reconoce en él a alguien que se da solidariamente a quienes principalmente sufren las tenebrosas patologías que destruyen a nuestros chicos al amparo de los sótanos sociales que amamantan submundos y adiciones.
Que todos los ediles de las distintas camadas políticas de nuestro Ayuntamiento se alíen a la hora de conceder una de las más altas distinciones municipales a Manuel Muiños Amoedo, sacerdote y presidente de Proyecto Hombre Salamanca, da muestra del reconocimiento absoluto a quien, a partir de ahora, va a ser, de forma oficial, uno de los nuestros.
Imagino que, en ese acto, que contará con la presencia de las autoridades de la ciudad, veremos a nuestro nuevo obispo, si es que la A-66 y el súper trabajo dual diocesano, a las orillas del Águeda y del Tormes, se lo permite, pues Manolo por encima de todas sus querencias solidarias reconocidas y otras no conocidas, es, como digo, sacerdote.
Me congratulo de que alguien, que viste sotana en el almario de sus preferencias, sea querido, respetado y buscado por demasiada gente para beber en sus homilías cercanamente humanas, a esa Iglesia próxima que necesitamos, para que con su ejemplo sea renovado el compromiso y la entrega personal hacia los otros.
Celebro este nombramiento, que reconoce como hijo de esta ciudad a Manolo Muiños, quien me recuerda el carácter humanista que fue signo del más alto reconocimiento universitario, cuando esta Salamanca nuestra, acogió a los hijos que dejaron su huella, para gloria de una historia que muchas veces utilizamos para tapar y manosear las carencias actuales que nos bendicen.