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Opinión

El cóctel

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Los mayores de 60 años hacen cola para la tercera dosis en el Multiusos.

[dropcap]M[/dropcap]uchos habrán pensado que la noticia importante estos días en nuestro país ha sido las elecciones en Andalucía. Muchísimos menos habrán considerando que la noticia importante ha sido otra: el incendio de la Sierra de la culebra, en Zamora.

Este balance es un indicio claro del aumento imparable de la insensatez en nuestra civilización del espectáculo.

El cóctel variopinto, pero siempre reaccionario e irracional (y entendemos por tal aquel que desprecia el método científico como el más útil y contrastado para el conocimiento de la realidad), que vino estimulado por la pandemia (aunque venía de antes), es sin duda una de las manifestaciones más interesantes de nuestro tiempo y por ende de esta crisis sanitaria (COVID) que ha condicionado y aún condiciona con fuerza nuestra presente. Como ya lo hizo previamente la estafa financiera y económica de 2008, fruto también de un manejo irracional de la economía que la hecho dependiente a nivel global de las decisiones (ni racionales ni razonables) de delincuentes económicos (los propios del neoliberalismo), crisis que sin resolverse del todo vino a acumularse con esta última de naturaleza sanitaria provocada por virus nuevos, espoleados sin duda por nuestra forma de relacionarnos y explotar el entorno (véase luego auge del creacionismo).

Explotación demostradamente insensata que comparte raíces ideológicas (irracionales) con la otra crisis de fondo (verdaderamente temible), la del cambio climático, en cuanto que esta última crisis probablemente la vamos a arrastrar durante mucho tiempo (o nos salvamos o nos perdemos) y no va a hacer grandes distinciones y discriminaciones en sus daños y perjuicios, bien sea de forma directa o de forma indirecta a través de movimientos masivos de población.

La recuperación del discurso bíblico de la creación en su sentido literal (creacionismo) y no como mito, a la que tanto ayudaron Reagan y otros elementos retrógrados de este cóctel, es incompatible con una consideración racional de la ecología, y por tanto del cambio climático o las pandemias. Recordemos que para Reagan el SIDA no era un problema de salud a resolver por medios sanitarios, sino resultado del pecado y la ofensa a los dioses, a resolver mediante las penas del infierno.

Donde sí hemos visto una discriminación en los daños (de momento) que no veremos en las consecuencias globales del cambio climático, es en las consecuencias de la pandemia, muy diferentes en función de la disponibilidad o no de vacunas.

Resulta alarmante que, vistos los antecedentes y la evolución de esta crisis sanitaria, antes y después de las vacunas, aún tenga fuerza y predicamento (minoritario pero estridente) la irracionalidad decidida de los llamados «antivacunas». Pero es un elemento más que debe aumentar nuestro interés y también nuestra preocupación por un cóctel de fuerzas reaccionarias tan singular y tan distópico.

Y es que debemos preguntarnos: ¿era previsible o ha resultado una absoluta sorpresa este cóctel y esta alianza sinérgica entre fuerzas oscurantistas e irracionales unidas a las del extremismo político y religioso de la ultraderecha?

No parece que haya sido una sorpresa, o al menos no para todo el mundo si nos atenemos al contenido de algunas obras como la de Carl Sagan, «El mundo y sus demonios: La ciencia como una luz en la oscuridad», donde ya se advertía sobre un resurgir de estas fuerzas oscurantistas, que en más de un sentido podemos calificar de «medievales», y que de forma extraña han venido a resurgir en nuestro siglo XXI, al hilo de los destrozos de la posmodernidad.

Lo cual nos demuestra que se retrocede y se pierde de forma más fácil y rápida que se avanza y se conquista. Avanzar en el sentido de las luces llevó su tiempo (siglos), pero retroceder en el sentido de las tinieblas parece que se puede hacer (por lo que vamos viendo) de forma mucho más rápida.

Por paradoja propia de tiempos tan confusos, este oscurantismo que siempre se ayudó para imponer su ortodoxia de censuras, inquisiciones, dictaduras, y cárceles, hoy se disfraza con los oropeles posmodernos de la rebeldía y la «incorrección política». Están en la fase publicitaria (fake news) de venta del producto, y no hay mejor lubricante para ese objetivo que repetir muchas veces en vano y en falso la palabra libertad. Pudo hacerlo muy bien Trump mientras animaba al asalto al Capitolio. Ahí quedó claro la diferencia entre el marketing y los hechos de esta tropa de energúmenos.

Por contra, los que atienden al consejo de las luces (léase razón y ciencia) y no de las sombras (léase extremismo religioso y nacionalismo político), son en la jerga pseudorebelde de nuestros falsos «liberadores»: hipócritas y puritanos. Como ven un cambio histórico de papeles (una vez finalizada la Historia) que da para montar una buena farsa.

Y actores principales de esta farsa son aquellos «filósofos» que piden «apoyarse en VOX». No deben ser las luces lo que persiguen cuando piden apoyarse en las sombras.

Que los defensores del método científico para abordar un problema de salud pública como el que ha supuesto la pandemia COVID (no cabía utilizar otro método en pleno siglo XXI) hayan sido calificados por los elementos de ese cóctel oscurantista y reaccionario como «rojos» y «comunistas» (con el mismo fundamento lo serían también Darwin, Einstein, o Pasteur), ya nos indica el fuerte componente político y concretamente ultraderechista de ese cóctel.

Es este cóctel el que está detrás de Trump y el asalto al Capitolio; de Reagan y el auge del creacionismo; pero también del negacionismo de Ayuso y VOX, que lo mismo niegan la pandemia que el cambio climático. Y estaba ya detrás de la estafa financiera de 2008 que aún arrastramos, y del trampantojo de la «libertad» como máscara de los delincuentes económicos que la propiciaron. Pero también está detrás de los que proponen (“académicamente”) que hay que obligar a la población a “votar bien”.

Y el mismo cóctel ideológico y reaccionario es el que inspira la defensa de la desigualdad ante la Ley (Ayuso), germen de un sistema de castas (monarca, señores feudales, y siervos), y detrás de la desaparición de los servicios públicos como instrumento para aumentar la desigualdad económica (otro impulso para ese mismo sistema de castas).

El nacionalismo extremo y belicoso de Putin, con su discurso ultrareligioso y monárquico-zarista (otro disfraz) que se ha concretado en la guerra de Ucrania, ha venido a dar forma completa y universal a este cóctel, que ya impera tanto en el Este como en el Oeste.

En este Este de Putin aún detectamos a los «persas» y los sátrapas de la antigüedad clásica. Pero en este Oeste no reconocemos a los «griegos» que inspiraron nuestra civilización.

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