Parafraseando a Antonio Machado, Antonio Romo, el sacerdote que ha dicho adiós, era en el buen sentido de la palabra, bueno.
Generoso y solidario, además de tolerante, trabajador y sensible. Todos estos adjetivos pueden ser atribuidos a Antonio Romo, que recibió entre otros reconocimientos a su labor en Salamanca la Medalla de Oro de la Provincia.
Modesto, también sería un calificativo que le iría como aniño al dedo. «No he hecho nada heroico o extraordinario. Sólo he seguido el consejo que me dio mi padre: Tú, hijo, cumple siempre con tu deber». Palabras de Antonio Romo cuando recibió aquel 21 de septiembre de 2016 la medalla provincial.
Durante su vida ha tenido momentos de debilidad, pero ha sabido «buscar en esta reflexión la fe». Así, poco a poco, con paciencia y entrega a los demás y reconociendo que él solo no lo habría conseguido. «Me han ayudado muchos a hacer el Rebaño, la Casa de Acogida, El Ropero… No es mucho pero ese poco lo hicimos y así surgió el milagro de la solidaridad».
Aquel discurso, Antonio Romo lo finalizó con un poema de Gloria Fuertes que un día «un alcalde de los que está aquí, me regaló». El poema se titula Labrador. Momento emotivo, pero hubo uno aún más desinteresado, cuando el sacerdote Romo invitó a Paco Buitrago a subir al escenario. Allí le colocó la medalla en señal de que él sería su sucesor. Ambos se abrazaron y se emocionaron.