[dropcap]H[/dropcap]ubo un tiempo que me impactaba una constatación por lo que expresaba: algo así como una «mecánica» de las influencias, tan constante y tan mecánica que parecía una ley natural de nuestra cultura.
No fallaba que aquello que entre nosotros aparecía en un momento dado como moda o paradigma, había surgido unos años antes en USA, como si esa dirección y ese intervalo de tiempo pusiera de manifiesto una constante de prevalencia, de alguna manera ajena a nuestra voluntad.
Ese intervalo temporal entre el surgimiento allí y la llegada acá de las sucesivas modas, incluidas las ideológicas, se fue paulatinamente acortando gracias a la revolución acelerada de los medios de comunicación que nos instaló de lleno en la aldea global, pero aun así la dirección de esa corriente y un cierto desfase temporal se mantuvieron como patrón dominante.
Cuando nos encontramos ante fenómenos o hechos extraordinarios, algo muy natural y muy humano nos impulsa a saber de qué manera y a través de qué proceso se ha llegado hasta ellos.
Dentro de los hechos extraordinarios que últimamente nos han sorprendido (no solo a nosotros sino a todo el orbe) y roto nuestros esquemas mentales, cabe mencionar el asalto al Capitolio de Estados Unidos, un intento de golpe de Estado ejecutado no por una avanzadilla del comunismo internacional, ese fantasma que hace mucho se jubiló, sino por una turba de extremistas de ultraderecha, algunos con cuernos postizos como prolongación de su mente extraviada.
Ya el fenómeno que le precede, es decir el hecho de que un personaje tan poco recomendable como Trump, corrupto, misógino, mentiroso compulsivo, y racista, llegase a presidir Estados Unidos gracias a los votos de individuos racionales y adultos, constituye todo un enigma y desencadenó toda una retahíla de sesudos análisis políticos que se prolongan hasta hoy, cuando ya se tiene la certeza de que el mismo Trump alimentó y no se opuso (faltando a su deber de hacerlo) a ese intento golpista.
En este drama, mucho más interesante que el propio Trump, personaje zafio y violento que lamentablemente se repite a lo largo de la Historia (recordemos que también Hitler llegó al poder mediante mentiras pero a través de los votos), es el personaje colectivo del «coro», es decir esa masa de fanáticos histéricos y fuera de sí, que protagonizaron uno de los hechos más inusitados de nuestra historia reciente, dejando tras de sí algunos cadáveres en lo que se considera la sede de la primera democracia del mundo. Aunque sobre esto último el criterio no es unánime y caben los matices, precisamente por la apabullante influencia que ha adquirido el poder del dinero en las decisiones políticas que allí se toman, recordando a menudo más una plutocracia que no una democracia.
¿Quiénes eran? ¿De dónde venían o quién les financiaba? ¿Cómo se cocinó paso a paso su extremismo ideológico, y a través de qué plan se dirigió su agresividad y su violencia?
¿Y contra quién o contra qué?
¿Contra el Estado? ¿Contra la legalidad vigente? ¿Contra la regulación económica que requiere toda sociedad civilizada? ¿Contra la racionalidad científica que intenta comprender la Naturaleza y combatir pandemias y cambios climáticos? ¿Contra un comunismo ya inexistente? ¿Contra la democracia?
El giro a la ultraderecha de la política occidental a partir de la caída del muro de Berlín, y el ocultamiento de ese giro a través del llamado «centro» político europeo, comparten semejanzas y raíces con esos movimientos extremistas de USA cuyo objetivo es la disolución del Estado y en consecuencia de la sociedad, es decir el retorno de la selva.
Lo cual explica la idolatría fanática del rifle y de la violencia como paradigma y nostalgia de los tiempos salvajes.
Conviene tener esto en cuenta para el «reconocimiento» de lo que nos está pasando y de lo que, si no lo impedimos, aún nos puede pasar.
Todo parece indicar que la ideología dominante, el neoliberalismo, que desde el principio adquirió la forma de catecismo, es una fábrica no solo de desastres sino también de extremistas.
Son ya muchas las iniciativas de investigación de este fenómeno definitorio de nuestro tiempo, que nos han revelado algunas claves del mismo. Y entre esas claves destaca el ingente poder económico puesto al servicio de esa ideología que persigue que desaparezcan los controles y los mecanismos de regulación económica y ambiental.
Fue precisamente la falta de controles en la economía lo que nos llevó a la estafa financiera de 2008 y a la desigualdad extrema actual: unos pocos muy muy ricos, y una gran mayoría cada vez más precaria, económica y laboralmente.
De la misma manera que la falta de controles ambientales nos está abocando, con una salida cada vez más difícil, a una era de desastre climático.
No habiendo Estado, no puede haber sanidad pública, ni educación pública, ni se puede gestionar el ingreso mínimo vital, por ejemplo.
Desprestigiando y acosando la ciencia, se pueden mantener y dar por buenas ideas irracionales, contrarias al bien común, y contrarias a la racionalidad ecológica y epidemiológica, por ejemplo. Y ese es el objetivo.
Recientemente, la científica Katalin Karikó, cuyo trabajo investigador hizo posible las vacunas que han evitado millones de muertes por COVID, denunciaba el acoso al que está sometida (incluidas amenazas de muerte) por esta tropa de energúmenos irracionales, que vienen a ser los mismos que desde una ideología supremacista y de ultraderecha asaltaron el Capitolio de Estados Unidos.
Muy recomendable, como un intento más de comprender este fenómeno distópico, es el documental «Los multimillonarios del Tea Party», dirigido por Taki Oldham, que nos descubre cómo la plutocracia, sus excesos, y sus intereses, pueden ser una prolífica y muy eficaz fábrica de extremistas.
Se puede ver en Youtube.