[dropcap]C[/dropcap]ada vez hay menos luz. También faltan luces, que de lumbreras tampoco andamos muy sobrados. Después de mucho tiempo sembrando oscuridad llega el momento de la cosecha, feraz en estulticia y mediocridad. Y nos dejan sin luz, que fue siempre el símbolo del progreso.
Son de pocas luces y les va la oscuridad, que es sinónimo de perfidia y atraso. En la Historia de Grecia fueron siglos oscuros aquellos que siguieron al colapso de las brillantes civilizaciones prehelénicas. De tiempos tenebrosos tacharon equivocadamente al Medievo quienes creyeron recuperar el esplendor de la Antigüedad. La ausencia de luz es en nuestra cultura una metáfora para referirse al mal. La utilizó ya Isaías al escribir que las tinieblas cubrieron la tierra en ausencia del Señor. En la mitología de Tolkien, Sauron es el Señor Oscuro; el imperio malvado es el lado oscuro de la Fuerza en las Galaxias y a lord Voldemort, antagonista de Harry Potter, le llaman con miedo Señor de las Tinieblas o Señor Oscuro.
Al contrario, la luz es signo de bondad, belleza y prosperidad. Ahí están los ilustrados, diciendo que su siglo era el de las luces que disipaban las brumas del Antiguo Régimen. Y la luz aparece constantemente en infinidad de expresiones positivas. El mismo Cristo dice que él es la luz del mundo y quien le siga no caminará entre tinieblas. Apolo, dios de la luz, lo era también de la belleza, las artes y la razón. La luz es esperanza, cuando se percibe al final del túnel, y para los cursis sus seres idealizados son de luz.
Pero ahora nos apagan la luz que cobran a precio de pelo diablo, olvidando que iluminar las ciudades con electricidad, a finales del siglo XIX, suponía entrar de lleno en la modernidad auspiciada por la Revolución Industrial. Los perfiles de la ciudad en la noche pasaron a ser espectaculares, como en Nueva York, que con su característica iluminación se convertía ya en el centro del mundo. A Salamanca el alumbrado eléctrico llegó relativamente pronto, en 1889, gracias a la iniciativa del empresario Carlos Luna, padre de Inés Luna Terrero, la mujer más adelantada a su tiempo que vivió por estos lares. Obviamente, la Plaza Mayor fue el primer espacio que lució esplendoroso con el nuevo sistema de iluminación, aunque hubo que esperar más de veinte años hasta que Gombau hiciera la primera fotografía nocturna de un ágora engalanada durante las fiestas septembrinas. Y es que los artistas, sobre todo los fotógrafos, encontraron una nueva fuente de inspiración en la noche de estas ciudades iluminadas con electricidad, sobre todo Brassai, que nos dejó las mejores imágenes nocturnas de París.
Parece que a algunos la luz les hace daño, como a los vampiros, y quieren oscurecer las ciudades. Si sirviera para algo privar al loro de su chocolate lo entenderíamos, pero no es así. El análisis racional lleva a colegir razones más profundas, las que espantan a quienes nos calzan la rueda de molino en la sagrada eucaristía. En fin, que esto nos sirve para recordar de nuevo a Luis Monzón, que inmortalizó con su cámara la Salamanca crepuscular, entre dos luces, la del sol agonizante y los focos que comenzaban a iluminar.