[dropcap]C[/dropcap]uando defendemos lo indefendible o silenciamos lo ominoso, damos puntos de apoyo y argumentos sólidos (o sólidas excusas) a eso que hemos dado en llamar las fuerzas «iliberales».
Cuando así clasificamos y nos situamos en el lado bueno, o sea el campo «liberal» (y no decimos neoliberal por si acaso el término introduce dudas), olvidamos que este último «liberalismo» nuestro ha suprimido muchas libertades y ha malogrado mucha democracia, vía injusticias y oscuros intereses estratégicos.
Cuando algunos defienden nuestra monarquía corrupta y otorgamos larga vida a nuestros «secretos de Estado» (en realidad secretos del régimen), alimentamos aquellas fuerzas que decimos iliberales, las cuales en vez de atender a nuestra teoría florida atienden a nuestra práctica pedestre.
Si toqueteamos a nuestros jueces del Tribunal Supremo por detrás, como aseguraba Cosidó, no podemos pedir a los demás que recuerden y respeten a Montesquieu, porque desde los tiempos bíblicos tal actitud doble se llama hipocresía.
En aquellos tiempos no tan lejanos de vino y rosas en que se derribaban muros para levantar otros (otra doblez), Putin se relamía y asimilaba a toda prisa las enseñanzas del neoliberalismo occidental con sus anexos correspondientes.
En este contexto de complicidad entre líderes de uno y otro lado, Putin se convirtió en un experto en situar un espejo (cuando algo se le reprochaba) ante sus colegas occidentales, argumentando que después de todo había sido un buen discípulo y había aprovechado bien la lección.
Puestos a copiar lo copió casi todo, desde una camarilla de oligarcas ruines con los que compartir el poder, a capitalismos salvajes y descontrolados, pasando por estrategias y acciones bélicas… preventivas.
Está claro que se olvidó de copiar algo de lo bueno, que lo hay y aún queda.
Estos días proliferan los textos indignados contra el atentado sufrido por el escritor Salman Rushdie, un acto más de la barbarie que encierran determinados fanatismos religiosos desde que el mundo es mundo, y que en Occidente también hemos sufrido durante siglos, lacra que aparentemente hemos superado, aunque hay brotes en la actualidad, no verdes sino oscuros, que podrían arruinar esta certeza.
Un ataque a la libertad de expresión, principio y soporte fundamental de cualquier democracia, que también vimos actuar en el asesinato salvaje, aunque muy preparado, del periodista Jamal Khashoggi, ejecutado por un régimen con el que algunos líderes occidentales (caso de nuestro Rey emérito) han mantenido y mantienen fraternales y muy jugosas relaciones.
Leemos un titular en rtve play telediario 1 y vemos el vídeo correspondiente. El titular dice: “El rey emérito saluda al príncipe saudí acusado de ordenar el asesinato de Khasoggi”.
En los comentarios, Podemos y Ciudadanos reprochan esta acción, y PSOE y PP (los guardianes del templo de la corrupción) no ven ningún reproche que hacer.
Mucha monserga y poco ejemplo, porque en este momento Occidente está empeñado en una campaña intensiva de olvido de aquel crimen y de rehabilitación de sus responsables.
En este caso la libertad (también la de expresión) y la democracia, se venden por unos cuantos barriles de petróleo (o unas comisiones en según qué negocios oscuros), mientras decimos defender esos valores contra las fuerzas iliberales en la guerra de Ucrania.
La amenaza creciente, en tantos casos confirmada, de las fuerzas iliberales (queda mejor dicho “antidemocráticas”), incluidas entre ellas el neoliberalismo (Trump es neoliberal, como lo son Putin y Bolsonaro), debería llevarnos a ser más coherentes en nuestras acciones para que casen con nuestros discursos.