No soy muy de series. Quizás por eso lo que ocurre en la serie (por capítulos) de la «renovación» de nuestro poder judicial, que ya dura años, lo entenderán ustedes, pero yo no.
Bueno, entiendo lo básico y lo más evidente: que nuestra democracia es muy poco ejemplar y no tiene de hecho ningún parentesco con Montesquieu.
Aquí esa famosa independencia de poderes que define una democracia brilla por su ausencia, y desde hace tiempo. Casi desde que el príncipe Juan Carlos era el paje predilecto de Franco.
Estos días estamos leyendo noticias preocupantes y un tanto vitriólicas sobre este ámbito de poder, el judicial.
Que si rebeldías, que si rebeliones, que si de aquí no me muevo (aunque toque moverse), que si golpe de Estado de las togas… en fin, nada preocupante o a lo que no estemos acostumbrados después de tantos desatinos encadenados uno tras otro durante los últimos decenios en nuestro país.
Y esto es lo malo: la falta de preocupación, es decir, la costumbre, la resignación, hablemos de corrupción o de poderes poco ejemplares. Hemos perdido el instinto de supervivencia.
Lo comentaba recientemente ese brillante estudioso y articulista que es Ignacio Sánchez-Cuenca, cuyos artículos en el País nadie debería perderse.
Su último artículo en este medio se titula así: “La gran resignación».
¡Qué gran definición para lo que nos pasa!
En resumen, esto de ahora de los jueces que enlaza con lo mismo de antes, no debe resultarnos extraño si tenemos en cuenta que el senador Cosidó, del PP, aseguraba que al menos ellos tienen la costumbre (mala costumbre) de toquetear a los jueces del Tribunal Supremo por detrás. Que digo yo que tocarán a quien se deje tocar, que si no de qué.
O sea, España es a todas luces una democracia bastante imperfecta.
Menos mal que al menos el caso famoso de nuestro rey emérito corrige un poco esa impresión de podredumbre.
Y en este tema de la corrupción monárquica, una pregunta clave que sigue sin resolverse (ya nos da miedo hasta preguntar) es si el rey Felipe conocía la corrupción de su padre, como heredero directo que era de sus beneficios, y si la conocía qué hizo al respecto y sobre todo cuándo lo hizo.
Esta pregunta sobre el tiempo y el momento de su reacción es muy importante. Siempre que nos importe saber si esta corrupción fácil y silenciada de nuestra monarquía corresponde a una sola persona o a toda la Institución. Institución que según parece sigue siendo la cúspide de nuestro Estado, con una capacidad de influencia (en este caso en forma de normalización de la corrupción) enorme.
Las casas reales son tan reales y pedestres que se copian entre ellas. Si el rey italiano recurrió a Mussolini, Alfonso XIII recurrió a su propio dictador castizo.
En este caso de los dineros y la corrupción se ve que nuestro rey demérito tuvo envidia de Isabel II (de Inglaterra) que ni fue elegida (una constante) ni pagaba impuestos.
Quiero suponer que no somos pocos los que no nos resignamos a carecer de una democracia decente.