Digamos para empezar que soy un ácrata, libertario, o liberal (de los buenos, no de los malos) que cree en el Estado.
Con esto quiero decir que, así como soy liberal (o libertario) en el terreno del espíritu, de las costumbres, de la cultura (o de las culturas), y de las creencias, creo, precisamente a pies juntillas, en la labor beneficiosa del Estado en cuanto instrumento idóneo y hasta ahora no superado del interés general.
Que un hijo de la clase trabajadora pueda estudiar con beca (es solo un ejemplo) y hacer una carrera profesional, es causa y consecuencia de mi creencia.
Y dicho esto digo lo siguiente:
Que el PP quiera bajar los impuestos a los muy ricos no debería ser noticia. Quien no se haya enterado a estas alturas de que esa es la minoría exigua para la que gobierna este partido, es que no tiene los ojos abiertos a este mundo ni a este país.
Y lo mismo podríamos decir de aquellos que aún no hayan descubierto el sentido último de las privatizaciones a manta, o no sean conscientes de las relaciones que subyacen en los incontables casos de corrupción que este partido ha protagonizado y en la que es un redomado especialista.
Que el partido más corrupto de Europa quiera disculpar al rey emérito sus corrupciones y fraudes fiscales, y además quiera bajar o quitar los impuestos a los más ricos, responde a la misma lógica que utilizar fondos reservados (dinero de todos) para financiar a la policía política (del PP) que intenta tapar esa corrupción.
Otro sí, si la competencia fiscal entre comunidades fragmenta un poco más España, no es cosa que espante a quienes, por activa y por pasiva, pero sobre todo por un elogio o un ejercicio continuado del fraude fiscal, han demostrado que no tienen más patria que el dinero.
Caso del rey emérito, cuyo patriotismo (como el de otros muchos gerifaltes transfronterizos) se condensa y cristaliza en muy selectos paraísos fiscales, que podríamos considerar algo así como su patria electa.
¿Pero es que a los muy ricos les va a importar un comino el estado actual o el futuro de los servicios públicos de nuestro país?
Si la competencia fiscal entre comunidades fragmenta un poco más España, no es cosa que espante a quienes no tienen más patria que el dinero
Conocida la respuesta a esta pregunta, que es obvia, se conoce igualmente el porqué de la política fiscal del PP. Así que si usted pertenece a esa minoría exigua que (cree) puede prescindir de la sanidad pública, de la educación pública, de las pensiones y de todo aquello que se ha dado en llamar Estado del bienestar, y que nuestros abuelos consiguieron hacer realidad con imaginación, esfuerzo y lucha, adelante: vote a aquellos cuyo programa político (y no tienen otro) es acabar con todo eso. Recuerden que su objetivo es retroceder hasta un poco antes de la Revolución francesa.
Pero incluso, si me apuran, no es sólo cuestión de dinero y de ausencia completa (en los defraudadores al fisco) del sentido de comunidad, es decir, de patriotismo, que se demuestra primero y antes que nada pagando impuestos.
Un inciso: recuerden ese tópico cinematográfico en que un ciudadano (casi siempre yanqui) consciente de sus derechos y que se siente atropellado en su dignidad civil, responde no ondeando una bandera ni arreando a otro con el mástil, sino diciendo alto y claro: ¡Oiga, que yo pago mis impuestos!
Claro que hablamos de un cine anterior a la revolución-involución de la ultraderecha.
Pero hay algo más. Como decía, no es sólo eso.
El trasfondo en que estos hilos oscuros se mueven, es también de carácter ideológico, y de una ideología particularmente insensata pues persigue ni más ni menos que la disolución del Estado. Cosa que a estas alturas solo puede ser aspiración de iluminados o de cínicos.
Y el ejemplo más cercano de esta insensatez disolvente lo tenemos en Díaz Ayuso, cuyo nacionalismo madrileño por libre, una suerte de neo-separatismo de los muy ricos (los madrileños muy ricos primero), aspira a los mismos objetivos que perseguía Trump con sus mentiras: la ruptura del Estado y el imperio del caos neoliberal.
Un Estado que contiene clase trabajadora y clase media, no es del agrado de estos fanáticos. Procede por tanto disolverlo.
Y la mejor manera de hacerlo es empezar por el sabotaje: quitamos los impuestos a los muy ricos; damos becas y ayudas a los muy ricos… y así hasta que todo explote.
Observen por otra parte que la insensatez es de las cosas que más rápido y más fácilmente se contagian. Ya lo vimos durante la pandemia.
Fruto de ese contagio veloz de la inopia es la competencia en la que han entrado algunos presidentes autonómicos, sin carácter y sin convicciones propias, que ya solo aspiran a subirse al podium del separatismo fiscal.
¡Enhorabuena campeones!
Puede que ante la escasez de determinados trabajadores públicos (médicos, enfermeros, y demás), y dado que ya todo consiste en una refriega centrífuga a ver quién lo rompe mejor, también entren en competencia por pagar mejor y más a estos trabajadores públicos y evitar su fuga a otras Comunidades, para lo cual se necesita recaudar impuestos… de los pobres.
Pero también cabe que esto les importe bastante menos, y el hecho de que los servicios públicos se vayan al garete no les quite el sueño.
En resumen: si usted cree que en la selva de nacionalismos cada vez más minúsculos, pueriles, y feroces, controlados por la plutocracia local (que tiene allí el poder y el dinero en otro sitio), va a encontrar el futuro que ansía, adelante: sorpresas no le van a faltar. Y ya llevamos unas cuantas.
¿Recuerdan lo que se decía de los servicios públicos y de los impuestos cuando, durante la pandemia, los ciudadanos morían todos los días a puñados?
Y es que la memoria es tan frágil como atrevida la insensatez.