La bajada de impuestos, muy favorable a los ricos, de la primera ministra británica, y las consecuencias posteriores -un desastre en toda regla- que no solo ha introducido el desconcierto en el bando conservador, sino que ha puesto en vilo al gobierno británico, además de hundir la libra esterlina, ha pillado al PP con el paso cambiado, pues estaba aplicado precisamente a promover, con bastante prepotencia y falta de juicio, esa misma medida insensata.
Titula la prensa:
«Truss da marcha atrás y anula la rebaja fiscal a las rentas altas para salvar el Gobierno británico».
Y también leemos:
«La impopular decisión de rebajar los impuestos a los ricos, en medio de una grave crisis del coste de la vida que sufren la mayoría de los británicos, había desplomado cualquier resquicio de popularidad del Partido Conservador» (El País).
Parece por tanto que a una buena parte del pueblo británico (ya pudiéramos nosotros decir lo mismo) y a una parte no despreciable de sus políticos conservadores, no les ha abandonado un cierto y tradicional apego al ejercicio de la lógica.
Existe aún otra diferencia notable entre aquel país y el nuestro. Allí, la derecha conservadora ya se percató hace tiempo del daño que les ha hecho Boris Johnson (un imitador de Donald Trump). Aquí, nuestra derecha conservadora, que siempre llega con retraso, aún no se ha percatado del daño que les está haciendo Díaz Ayuso (otra imitadora de aquel personaje).
Parece de locos, y probablemente lo sea, promocionar un remedio que ha estado a punto de matar a otro paciente: la economía inglesa y de rebote al gobierno de ese país.
Pero es así como actúa el catecismo neoliberal, mediante artículos de fe.
Es tan irracional, a la par que injusta, esta medida (que además contraviene el mandato constitucional de progresividad fiscal), que por poner un ejemplo de sentido común y decencia que sirva de contraste, es sabido que algunos ciudadanos muy ricos de USA protestaron en su día y pidieron pagar más impuestos, escandalizados y probablemente avergonzados por la deriva que había tomado este tema en su país. No entendían y consideraban contraproducente que ellos no pagasen impuestos mientras que otros ciudadanos de un nivel económico muy inferior, sí los pagaban. No veían de hecho ningún beneficio en esa demostración de insensatez.
El arrepentimiento y la retirada de esa rebaja fiscal a los más ricos por parte del gobierno inglés, ha acabado expresada con una fórmula muy utilizada por nuestros políticos:
«Lo hemos entendido. Hemos escuchado».
Nuestra derecha, que desde hace tiempo lo copia todo de la corriente involucionista de la ultraderecha estadounidense, y engulle sin digerir, sufre de un cierto retraso en sus reacciones y digestiones que le hace querer innovar a destiempo con medidas ya caducas, o señaladas por el descrédito y el fracaso.
Aún quieren vendernos como producto fresco «la trasnochada doctrina de la era de Reagan y Thatcher». No debe extrañarnos esta falta de oportunidad y de visión histórica porque su objetivo (ya lo dijimos en un artículo anterior) es retroceder, a efectos de derechos y privilegios, hasta un poco antes de la revolución francesa.
Que ya es retroceder.