Opinión

Sálvese quien pueda

El rey emérito, Juan Carlos I.

Sobre el documental: «Salvar al rey».

Yo, que nunca he visto «Juego de tronos», ni sé a ciencia cierta de qué va (aunque creo que va sobre el poder), sí he visto sin embargo «Salvar al rey». Lo considero más útil, más real (en el doble sentido), más próximo, y más práctico. Útil en el sentido de que le puede ser útil a un pez saber de qué están hechas el agua y la pecera en que se mueve.

De alguna forma este es un «cuento para adultos» en el sentido en que lo expone David Trueba en su último artículo que lleva ese mismo título: «Cuentos para adultos». Lo que pasa es que no es cuento ni ficción sino cruda realidad. Muy cruda por cierto.

Lo decíamos en un artículo anterior:

Para «amistades peligrosas» o «malas compañías» (incluido como amistad peligrosa o mala compañía el propio monarca) las que aparecen en el documental «Salvar al rey», serie documental de tres capítulos de HBO que ha caído en medio de la inopia colectiva como una bomba (es lo que tiene retener y condensar tanto la ceguera, que puede explotar), y que nos muestra el grado de degradación que puede alcanzar un país cuando ni los políticos, ni la justicia, ni la prensa (con sus meritorias excepciones), hacen bien su trabajo.

Haya sido o no esa la intención de los documentalistas, el caso es que nos lo dejan muy claro respecto a la monarquía: o nos «salvamos» de esta institución corrupta y retrógrada o no tendremos futuro ni como ciudadanos ni como democracia.

Dentro de los muchos hechos que espantan en este documental, está esa conversación privada y grabada entre el demérito y Bárbara Rey, en la que ambos hablan sobre el «caso Roldán». Transmite el demérito a la artista -que le interroga sobre el caso- que la guardia civil casi prefiere que Roldán (desaparecido o huido en aquel entonces), no aparezca, o si aparece mejor que aparezca muerto. Comentario este que deja un tanto inquieta y preocupada a la amante. No es para menos.

Hoy es Felipe VI al que suben a la peana del cordón sanitario y las alabanzas sin fin. Por lo pronto renunció a su herencia corrupta cuando todo el tejemaneje se supo, no antes

Un agente de los servicios secretos españoles afirma en otro momento de este documental (y esto no es teatro para embobar al pueblo) que el rey demérito fue precisamente el «motor» del golpe de estado del 23F. No es el único que apoya esa tesis (la bibliografía en este sentido es amplía), pero las informaciones al respecto, incluso las grabaciones que podrían aclarar esta circunstancia, seguirán siendo secretas para nosotros durante mucho tiempo. Esta falta de transparencia es característica de todo régimen bananero. O quizás solo nos será vedado ese conocimiento hasta que disfrutemos de una democracia normal y adulta. De momento seguiremos padeciendo un régimen en esencia y estructuralmente mentiroso. O sea, muy poco democrático.

Queremos subrayar, por la importancia y transcendencia que le damos a la prensa en todo proyecto democrático, que tampoco queda esta en muy buen lugar en este documental rompedor, ni siquiera la prensa que actúa en el mismo en el papel de denunciante.

Lo comenta con mucho acierto y gracia José A Cano en su artículo: «Salvar al rey: Sálvese quien pueda». El propio cordón sanitario, la propia cadena sumisa de ocultación, la misma pomada pringosa y obnubilante que actuó, muy consciente de su papel, a la mayor gloria de la ceguera ciudadana en los tiempos de Juan Carlos I, aparece aquí y ahora denunciando esas lacras «desde fuera». Que no, que estabais «dentro», en la fábrica de niebla.

Uno de los participantes dice incluso que la monarquía «corrió un grave peligro», y sitúa tal contingencia preocupante en tiempo pasado, sin reconocer que lo que siempre ha estado en grave riesgo (y así sigue) es nuestra democracia, y que ese riesgo y ese peligro le viene en buena medida de una Institución, la monarquía, que en lo que nos ha demostrado la Historia, y no solo en este caso, tiende a ser corrupta y poco fiable.

Como todo pastel ha de tener su guinda, el pastel del emérito ha ido a buscar su guinda y su retiro dorado en los Emiratos árabes, un país donde los derechos humanos siempre encontrarán refugio (es broma), y dónde un periodista que opine mal de las autoridades puede acabar descuartizado.

¿A qué espera la casa real para denunciar el feeling de su emérito con ese régimen no solo poco recomendable sino incluso peligroso para los derechos humanos?

El objetivo evidente es arrojar lastre por la borda para que el barco (el de la monarquía corrupta y el del régimen que se ha beneficiado de ella, no el del Estado) siga flotando.

Hoy es Felipe VI al que suben a la peana del cordón sanitario y las alabanzas sin fin. Por lo pronto renunció a su herencia corrupta cuando todo el tejemaneje se supo, no antes. Malo porque es muy probable que él ya conociera esa corrupción que tanto le beneficiaba antes de que se hiciera pública y le perjudicara su conocimiento.

Es un puzzle donde empiezan a encajar las piezas: nuestra jefatura de Estado, tan poco ejemplar como todos sabemos; nuestra corrupción crónica, que ha llegado a extremos tan groseros y preocupantes como el de la policía política del PP; nuestra desigualdad creciente, que aumenta las tensiones sociales; las puertas giratorias, que venden el interés público al lucro privado; el vodevil de nuestra justicia, que no parece haberse leído a Montesquieu; lo prepotente de nuestros oligarcas, que creen que los políticos son lacayos a su servicio; lo cochambroso de nuestros servicios secretos; lo omnipresente de nuestras cloacas; esas prisas, casi feroces, por expulsar a Pablo Iglesias de la política, operación de acoso que ahora se repite con Irene Montero (es lógico y comprensible que a un régimen tan corrupto e impresentable como el nuestro no le caiga en gracia el 15M, y recurra para desacreditarlo a instrumentos tan cutres y antidemocráticos como la policía «política», los jueces venales, etcétera).

El problema es que los españoles, o al menos muchos de nosotros, ya no nos conformamos con un sucedáneo de democracia.

Uno ve esta serie de tres capítulos y la conclusión que saca es que aún seguimos con dolores de parto de una democracia verdadera.

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