Opinión

Pesebre

[dropcap]H[/dropcap]ay una serie de conceptos icónicos que nuestra derecha maneja en su fábrica de posverdades con tal abuso y hartazgo que ya no percibe el corto trecho que le separa del ridículo.

Uno de esos conceptos sería «pesebre», otro «buenismo», otro un poco más elaborado sería «dictadura progre», y así un grupo de motes y frases hechas, no muy extenso ni muy ingenioso, para que mejor entre en la mollera de los que no tienen tiempo de pensar por libre.

En la deriva o inercia de esos «relatos» (que no llegan a razonamientos), tan pintorescos como absurdos, pueden acabar concluyendo que Franco, Mussolini, o Hitler, con el añadido asiático de Stalin, dictadores reconocidos y orgullosos de serlo, en realidad eran «progres».

El concepto «pesebre», que lógicamente es peyorativo y que han promocionado mucho los partidarios del fraude fiscal, puede incluir varias cosas, pero todas hacen referencia a un mal uso del dinero público: desde la mala gestión que puede mejorarse, al caso de los EREs andaluces (un auténtico pesebre), pasando por esos chiringuitos famosos de Madrid, o el pesebre de lujo del monarca y su familia, que incluye el pago de silencios, el pago de queridas (a veces todo esto va en un mismo lote), y otros gastos de administración que salen por un pico. Con una incidencia enorme en el gasto de quién, mediante comisiones bajo cuerda (en persona o a través de familiares) o puertas giratorias, hace negocio privado con los asuntos públicos. A lo que cabe añadir el uso de fondos reservados (dinero público también) para financiar a la policía política de un partido, el PP, que incluso se permite con ese dinero (público) montar campañas de falsedades contra sus adversarios políticos, un rasgo muy reconocible del totalitarismo de toda la vida.

Lamentablemente, la corrupción severa y profunda de nuestro régimen sigue dando lugar a este tipo de casos extraordinarios dentro de lo muy ordinario y grosero de su repetición: policías «políticas» en el seno de la comunidad Europea (que es algo así como una almorrana en el Estado de derecho), jueces venales, para los que en ocasiones hay que dictar órdenes de busca y captura, porque se niegan ingresar en prisión, cloacas al servicio del poder oscuro de un partido no muy claro… Etcétera.

Pero, en resumen, todo ese gasto superfluo y nocivo (además de delictivo) es «pesebre». En unos casos más grave y en otros más leve, pero «pesebre» al fin y al cabo.

Y es pesebre del que se alimenta y nutre desde hace tiempo nuestra derecha más rancia.

Todo ese gasto superfluo y nocivo (además de delictivo) es «pesebre». En unos casos más grave y en otros más leve, pero «pesebre» al fin y al cabo

Pero claro, los que son contrarios a unos servicios públicos fuertes (y los nuestros están muy por debajo del nivel europeo), ciegos a esta realidad que los retrata, no lo entienden así, porque lo que persiguen es tener todo tipo de facilidades para escaquearse de su parte contributiva, de manera que para ellos todo lo relativo al servicio público, precisamente porque es público y no solo de ellos, es «pesebre». Diga lo que diga la Constitución al respecto, en la que van picoteando aquí y allá según les convenga o no.

Pero ya decimos, con más motivo serían «pesebristas» y de los gordos los que se entregan al juego sucio de las comisiones y las puertas giratorias en las gestiones y negocios de la cosa pública, o al mal uso de los fondos reservados, que casi siempre son los mismos.

De «pesebre de los ricos» debe calificarse también el truco de Díaz Ayuso de quitar los impuestos a los más ricos, al mismo tiempo que recorta o suprime los servicios públicos que usan el común de los mortales, de tal forma que ya no se corta un pelo y abre, en esa sanidad saqueada por todos sus flancos, servicios de urgencias sin personal facultativo dentro.

Incluso sería «pesebrista», considerado desde una perspectiva más amplia o «geoestratégica», la relación con la Naturaleza que estos mismos pesebristas de cuello blanco, propugnan.

Y es que para ellos la Naturaleza sería una especie de pesebre similar al cuerno de la abundancia de los clásicos griegos, una teta sin fondo y además sin rostro a la que se puede ordeñar y exprimir una y otra vez, sin tener en cuenta ni los limites, ni las consecuencias, ni los intervalos de recuperación.

Decía un comentarista estos días con bastante acierto que, a algunos negacionistas, incluidos los filósofos de cabecera de este sector de opinión, se les debería llamar en realidad afirmacionistas y, concretamente, afirmacionistas del destrozo ambiental.

Se trata de aquellos que a estas alturas de la ciencia ecológica aún creen que son autónomos e independientes del ambiente (algo así como separatistas de la trama ecológica), y que para esa autonomía solo hace falta estar bien situado geográficamente y económicamente. O sea, pertenecer al primer mundo y a la clase VIP. Son una suerte de “darwinistas sociales” que no han superado el parvulario de la ciencia ecológica, en la que la cooperación, la colaboración, y la “simbiosis”, son fundamentales.

O que fuere cual fuere la dimensión y la irresponsabilidad del destrozo que propinemos a la Naturaleza, detrás vendrán otros que se harán cargo.

O sea, mentalidad de pesebre.

Cuando no ocurre incluso (tal es el tamaño de su insensatez) que están convencidos que, si las cosas vienen mal dadas, ellos -tan por encima de los demás- podrán coger un cohete ultramoderno o posmoderno y huir con él al espacio sideral, como vemos en la película «No mires arriba», uno de los mejores y más hilarantes retratos de la derecha neoliberal y posmoderna, pelín descerebrada. Fuga al espacio para la que algunos potentados famosos ya se están entrenando.

Resumiendo: que no se han enterado de la misa la media, y aunque hayan tenido éxito en los negocios (unos con mayor habilidad y mérito, otros con mayor corrupción y demérito), les falta sin embargo un hervor.

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